La UE ha demostrado en esta crisis que funciona. Ha permitido el aumento de producción de material y equipos médicos, propiciando compras conjuntas e impulsando una iniciativa de 100.000 millones ante el riesgo de desempleo y pérdida de ingresos de los trabajadores
Guillermo Fernández Vara
Sábado, 9 de mayo 2020, 00:13
HOY, 9 de mayo, celebramos el Día de Europa. Una efeméride que este año tan excepcional debe servirnos para reflexionar sobre los nuevos valores que han de sustentar los cimientos de la Europa que nos quedará tras la pandemia que estamos padeciendo.
Esta crisis histórica ha puesto en jaque nuestra forma de vida y ha subrayado nuestra condición de ciudadanos vulnerables, removiendo los pilares y las estructuras de una normalidad que creíamos perfectamente arraigada. El virus nos ha aislado en nuestras casas y nos ha alejado de los demás, nos ha devuelto las fronteras y nos ha hecho tomar conciencia como nunca antes de nuestra condición de seres sociales. La pandemia nos ha dejado algo claro: necesitamos a los demás para hablar y alimentarnos, pero también para llorar o morir, para amar, y los necesitamos, sobre todo, para sanarnos y para salvarnos.
En un período de incertidumbre, nuestra única certeza es que de esta gran crisis hemos de salir juntos y que, si no lo hacemos, habremos fracasado como personas y como sociedad.
El momento actual nos obliga a retomar la idea de unión y solidaridad que inspiró el proyecto europeo, repensando Europa desde los orígenes y volviendo sobre sus principios fundamentales. El respeto a la dignidad y a los derechos humanos, la libertad, la democracia y la promoción de la paz, el bienestar y la solidaridad entre los pueblos cobran más sentido que nunca. Y lo hacen precisamente en el momento en que la Unión Europea se recompone de la pérdida de uno de sus miembros.
Por todo esto hoy, cuando se cumplen 70 años de la Declaración Schumann, es más necesario que nunca reforzar un proyecto común para hacer frente desde Europa a los retos y las devastadoras consecuencias que esta gran crisis del siglo XXI ha dejado al descubierto.
Es un buen momento para replantearnos que Europa debe acometer un modelo económico menos nocivo con los individuos y con el medio ambiente, un modelo que defina nuevos sectores estratégicos que den respuesta a la crisis y que primen la investigación y la innovación competitivas y la transición ecológica. Un modelo capaz de reducir las desigualdades entre los países, evitar las migraciones climáticas y contribuir a la igualdad de género.
Principios todos que configuran una Europa en la que no tienen cabida los nacionalismos excluyentes cuyo único objetivo es destruir un proyecto común que nació con la única idea de proteger a sus ciudadanos.
Solo de este modo conseguiremos una Europa fuerte y de progreso, una Europa que sume, promoviendo más cooperación y más solidaridad entre los países miembros.
La Unión Europea será en el futuro lo que los ciudadanos europeos y sus legítimos representantes queramos que sea. Pero en esta crisis, ya ha demostrado que funciona.
Con un presupuesto que representa solo un 1% de la riqueza europea, y en el ámbito de sus competencias actuales, ha permitido el aumento de producción de material y equipamiento médico; propiciando compras conjuntas a nivel europeo e impulsando una iniciativa por valor de 100.000 millones de euros para ayudar a financiar los costes derivados de un mayor riesgo de desempleo y pérdida de ingresos de los trabajadores. Asimismo, la UE ha facilitado vuelos de repatriación que han permitido regresar a sus hogares a 60.000 personas y ha movilizado casi 300 millones de euros para apoyar la investigación e innovación para el desarrollo de nuevos tratamientos.
Muchas veces hablamos de Europa en tercera persona, como si Europa no fuésemos nosotros. Pero Europa la construimos entre todos, desde cada uno de sus rincones, desde Helsinki hasta La Valeta, desde Nicosia hasta Lisboa, también en Berlín o en Yuste.
En Extremadura sabemos muy bien el papel que ha jugado y juega la Unión Europea para el desarrollo de esta tierra. Pero también debemos ser conscientes de que muchas veces no hemos sido capaces de hacer pedagogía de Europa, no hemos sabido transmitir a la ciudadanía todas las infraestructuras que se han construido o la infinidad de proyectos que se han puesto en marcha con el apoyo y el presupuesto comunitario, y que han sido y son indispensables para el progreso de todos.
Por eso, desde aquí, desde Extremadura, siempre reivindicaremos más y mejor Europa. Y también desde aquí, pediremos que Europa no olvide los principios sobre los que está edificada, porque si lo hace se estará traicionando a sí misma y habrá perdido su legitimidad ante los ciudadanos.
Conmemoramos el Día de Europa y lo celebramos. Pero Europa no solo hay que festejarla, también hay que defenderla y construirla día a día porque es el mejor proyecto para nuestro futuro pero, sobre todo, es nuestro mejor presente.
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