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Brett Kavanaugh, candidato al Supremo estadounidense. Joshua Roberts (Reuters)
Una segunda mujer denuncia otro episodio de acoso sexual de Kavanaugh

El #MeToo amenaza por segunda vez al candidato de Trump para el Supremo

El juez Kavanaugh es un animal político que sirvió en la Casa Blanca de George W. Bush y ha prometido enfrentar las acusaciones

Mercedes gallego

Corresponsal en Nueva York (EE UU)

Lunes, 24 de septiembre 2018, 11:04

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Debora Ramírez puede ser la mujer que ponga la puntilla a la candidatura de Brett Kavanaugh como juez vitalicio para el Supremo, pero antes tendrá que dejarse la piel en la arena pública y política. La mujer de 53 años es la segunda víctima renuente que acusa al candidato de Trump de abusos sexuales en sus años mozos y puede no ser la última. Con ella se hilvana una conducta de macarra y depredador sexual que empezó en el instituto, según la denuncia de Christine Blasey Ford, y continuó al menos en la universidad, con las alegaciones de Ramírez.

¿Qué más puede salir a la luz? Hace 35 años las mujeres no se sentían libres de denunciar a los hombres que las humillaban sexualmente. Hoy, en el clima político de acoso y derribo que se vive en EEU U, hace falta mucho valor y una afilada memoria para saltar al ruedo. La senadora Dianne Feinstein, la demócrata de más alto rango en el Comité Judicial que escruta las credenciales del juez, pidió que se posponga la audiencia del jueves para dar tiempo a que otras víctimas potenciales den la cara. En contraste, los republicanos quieren apresurar el proceso.

La carrera contra el tiempo tiene su razón de ser en las elecciones legislativas del próximo 6 de noviembre, que entrañan potencialmente un relevo en las cámaras. Los republicanos lo tendrían difícil para aprobar a otro candidato antes del nuevo mandato legislativo aunque ninguna encuesta les augura perder la mayoría en el Senado.

Por no tentar la suerte ni las oportunidades electorales de sus candidatos, cuya imagen puede verse afectada con este voto, lo mejor es despacharlo cuanto antes. El juez Kavanaugh es un animal político que sirvió en la Casa Blanca de George W. Bush y ha prometido enfrentar las acusaciones. «Este supuesto evento de hace 25 años no sucedió», zanjó ayer en un comunicado. «Estoy deseando testificar el jueves sobre la verdad para defender mi reputación y la integridad de carácter que he construido a lo largo de mi vida».

En ese contexto, la noche de 1982 en la que él y sus amigos de Yale emborracharon a Ramírez, señalándola repetidamente como la elegida de un juego en el que tocaba beber lo que pusieran en el vaso, sería un borrón en su expediente. Según contó la mujer a la revista New Yorker, premiada con el Pulitzer por publicar las acusaciones contra Harvey Weinstein que dieron pie al #MeToo, mientras yacía borracha sentada en el suelo uno de ellos le pasó por delante un pene de goma mientras todos se reían a carcajadas. El de Kavanaugh no era de broma. Se bajó los pantalones y se lo puso en la boca, obligándola a tocarlo para empujarlo hacia atrás.

«Alguien gritó por el pasillo '¡Brett Kavanaugh le acaba de poner a Debbie el pene en la cara!'», recuerda que oyó. «Estaba cortada, avergonzada y humillada», reconoció. «Se suponía que yo no iba a tocar un pene hasta que me casara».

Fruto de esa humillación y del sentimiento de culpa que la invadió por haber bebido sin control, no contó los detalles ni a su familia, aunque sí mencionó a su madre y hermana haber sufrido un incidente muy desagradable. Dos de sus antiguos compañeros de clase recuerdan haber oído después lo que ocurrió en esa fiesta, aunque ninguno de los presentes lo corrobora. Tres incluso lo niegan vehementemente. Ramírez no tiene previsto declarar ante el Senado el jueves, pero pide una investigación del FBI que sirva para apoyar la denuncia de Ford, una psicóloga y profesora de Estadísticas en la Universidad de Palo Alto que le acusa de haber intentado violarla a las 15 años, cuando él tenía 17. Ford ha pasado con éxito la prueba del polígrafo que le hizo el FBI, mientras que Kavanaugh sólo tendrá que pasar la de las cámaras durante su testimonio.

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