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El derrumbe de Westminster

La legislatura británica está paralizada por el 'brexit' y no solo el edificio necesita una reforma urgente. La salida del Reino Unido de la Unión Europea ha provocado una crisis constitucional

david f. Mathieson

Martes, 9 de abril 2019, 23:11

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Desde hace unos meses la torre emblemática del Palacio de Westminster, conocida popularmente como el 'Big Ben', está cubierta de andamios y envuelta en plástico. Hay muchas grietas profundas en la estructura y, sin reformas, corre el riesgo de que la torre y el palacio acaben cayendo lentamente al río Támesis. Hay quienes se preguntan si el antiguo palacio todavía es adecuado para su propósito o si sería mejor trasladar la legislatura a un nuevo edificio y volver a comenzar de nuevo. Lo que no se le escapa a nadie es que la imagen representa a la perfección la condición altamente frágil de la política británica.

El Palacio de Westminster fue construido a mediados del siglo XIX en el apogeo del poder Victoriano, cuando llegó a decirse aquello de que «el sol nunca se pone sobre el imperio británico». En la actualidad, el antiguo edificio está en el centro de un debate sobre el futuro del Reino Unido y lo interminable ahora es la polémica sobre el proceso del 'brexit'. La legislatura británica está completamente paralizada por el asunto y no es solo el edificio el que necesita una reforma urgente. El tema de 'brexit' ha provocado una crisis constitucional. Hasta ahora, la solidez y eficiencia del parlamento británico, como el español, dependía mucho de dos grupos principales dentro de la cámara. Pero, como ocurre en el Congreso de los Diputados en Madrid, el sistema ya no funciona como antes. En la cámara de los comunes la disciplina de los grupos parlamentarios se ha derrumbado, lo que conlleva un caos sin precedentes.

Los diputados hacen caso omiso de las instrucciones de los 'Whips', los gerentes de los grupos parlamentarios, y los resultados de las votaciones sobre el 'brexit' son una incógnita que solo se resuelve en el momento en que se anuncian. Como un tenso culebrón, cada episodio tiene momentos dramáticos y es fascinante para los espectadores. Pero no parece la mejor manera de organizar una legislatura ni de gobernar un país. El ejemplo más rocambolesco ocurrió la semana pasada. Al final de un debate, como es habitual, el ministro responsable pronunció un discurso solicitando el apoyo de la cámara a favor de una moción del gobierno. Pero luego él mismo votó en contra de la moción. En tiempos normales, tal contradicción pondría fin a su carrera como ministro de gobierno en seco. Pero estos no son tiempos normales y él permanece en su puesto.

Entre la confusión, la bronca continua, la presión y el estrés no es de extrañar que muchos diputados estén ahora completamente agotados emocional, física y psicológicamente. Como si el caldero dentro de Westminster no fuera suficiente, los diputados sufren un bombardeo permanente a través de las redes sociales y correos electrónicos. Un diputado, que era médico, dice que está seriamente preocupado por la salud mental de algunos de sus colegas. Otra señal de que el sistema está roto es que un puñado de diputados, Laboristas y Tories, han abandonado sus grupos para lanzar uno nuevo 'pro-brexit' e insisten en que esta es la nueva línea divisoria en la política británica.

Hasta cierto punto el embrollo dentro de Westminster refleja bien el ambiente en la sociedad. Un 90% de los votantes británicos opinan que el parlamento está llevando a cabo mal el proceso del 'brexit' y quizás el único misterio es dónde encontrar al 10% que aparentemente sí está satisfecho de cómo marcha la legislatura. Como consecuencia, el apoyo para las dos formaciones tradicionales se ha desplomado. En las generales de 2017, aproximadamente el 80% de los votantes depositaron su voto para el partido Conservador o para el Laborista. Según las encuestas, esta confianza ha caído en picado: solo seis de cada diez dicen que votarán por los candidatos de los dos partidos principales y la valoración de sus líderes, Theresa May y Jeremy Corbyn, es pésima.

El eslogan de la campaña para el 'brexit' en 2016 fue 'Retomar el control', una frase que ahora parece risible. La cruda realidad es que no hay nadie que parezca capaz de controlar la situación. Hace dos años la Primera Ministra May puso en marcha el artículo 50 del Tratado de Lisboa que notificó la intención del Reino Unido de abandonar la Unión Europea. Y no ha avanzado nada. Su administración se ha embarcado en un viaje sin un destino fijo, un mapa o medios de navegación.

Esta semana el parlamento debe intentar pronunciarse, una vez más, sobre la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Tal vez le pedirá a Bruselas que haya un retraso de unas pocas semanas. O unos pocos meses. O incluso años. Parece que nadie sabe cómo será el desenlace del 'brexit'. Lo que sí se sabe es que el sistema político del Reino Unido nunca ha estado en condiciones peores para tomar una decisión de esta magnitud. Como la torre del 'Big Ben', da una imagen triste y lamentable.

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