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Aspavientos petroleros

En lugar de amenazas impostadas, la desaparición de Jamal Khashoggi requiere medidas que impidan la impunidad de las grandes potencias energéticas

Gonzalo Escribano

Jueves, 1 de enero 1970

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Muy pocos países productores de gas y petróleo envían comandos de asesinos por el mundo. Noruega es el mayor productor de hidrocarburos de Europa occidental y eso no le impide figurar en los primeros puestos de todos los rankings de desarrollo humano, democracia y derechos humanos. Las mismas instituciones que preservan esos valores internamente hacen de Noruega un líder en su promoción global. Es la ausencia de mecanismos de buen gobierno lo que pervierte las políticas públicas, desde la política interior a la exterior pasando por la energética. Pero en términos de poder, la impunidad sólo parece al alcance de las grandes potencias petroleras y gasistas, cuyos recursos resultan clave para abastecer la demanda mundial.

La desaparición de Khashoggi es tan intolerable como el asesinato de periodistas rusos o de los ex-espías Litvinenko y Skripal. Ambos vienen acompañados de agresiones igualmente intolerables contra países vecinos que han causado, y seguirán haciéndolo, muchos muertos. Hace una década, tras sucesivos cortes de suministro por parte de Rusia, la Unión Europea hizo de la diversificación del gas ruso el principal objetivo de su política energética. Pronto hará un lustro de la invasión de Crimea, cuando de nuevo se reiteró el mantra de la diversificación. La realidad es que las importaciones europeas de gas ruso están hoy en niveles récord y que la apuesta ruso-alemana por el gasoducto Nord Stream 2 ha dividido a la Unión Europea. Como carambola final, el gas que antes recibía Ucrania directamente de Rusia podría venir en el futuro de Alemania… pero seguir siendo gas ruso. La fábula del diversificador diversificado.

Las sanciones europeas a Rusia no han reducido las importaciones de gas, ni por supuesto Rusia ha tomado represalias disminuyendo sus exportaciones. Otros sectores por ambos lados han corrido con el coste económico, pero esos cálculos parecen mezquinos comparados con las pérdidas humanas que acumula el historial reciente del Kremlim. Con estos antecedentes, y desde la perspectiva energética, lo previsible tras el caso Khashoggi es que a los aspavientos sobre sanciones y represalias sigan las componendas de la diplomacia petrolera.

Las amenazas de sanciones expresadas inicialmente por el presidente Trump fueron rápidamente rebajadas tras las insinuaciones saudíes de represalias. En Europa, las declaraciones (incluida una conjunta de los ministros de exteriores de Alemania, Francia y Reino Unido) han sido más cautas y no mencionan sanciones. Arabia Saudí no es Irán, sino el mayor exportador de petróleo del mundo, el único con capacidad de producción ociosa capaz de compensar los riesgos que planean sobre el mercado global del petróleo: sanciones a Irán, colapso de la industria petrolera venezolana, o ataques a instalaciones libias, por citar algunos.

Entre el muestrario de represalias y amenazas poco veladas saudíes figuran su papel central en equilibrar el mercado del petróleo, sus contratos de defensa y una eventual reorientación estratégica hacia Rusia, incluyendo acoger una base militar rusa. Ni en sus mejores sueños Putin podría haber vislumbrado una oportunidad así. La presencia militar rusa en Arabia Saudí y el Golfo Pérsico sería la consumación de una pesadilla geopolítica que hasta hace poco se calificaba de «alianza improbable». De momento ya ha alumbrado la OPEP+ y llevado el precio del petróleo de 30 a 80 dólares en apenas dos años.

Pero al igual que el presidente Trump, tras las declaraciones y editoriales altisonantes, los responsables de la política petrolera saudí han emitido mensajes de normalidad y responsabilidad. A nadie le interesa sobresaltar con nuevas sacudidas geopolíticas a un mercado ya tensionado por precios del crudo que empiezan a lastrar considerablemente el crecimiento económico mundial. Estados Unidos tiene elecciones de mitad de mandato en noviembre y el plan energético del 'America First' apuesta por precios bajos de combustibles que llevan meses subiendo. La Unión Europea parece tener bastante con gestionar las sanciones al petróleo de Irán y los precedentes con Rusia no son alentadores. Las negociaciones del acuerdo de asociación UE-Consejo de Cooperación del Golfo llevan décadas bloqueadas, en parte por el capítulo político y, por tanto, no existe ningún marco preferencial europeo que suspender con Arabia Saudí.

Lo que parece olvidarse es que a los saudíes tampoco les interesa que los altos precios del petróleo sigan dañando una demanda que muestra signos de fatiga y una propensión creciente hacia las renovables. Y menos a Rusia, que prefiere vender tanto petróleo y gas como pueda a los precios actuales. Hay margen para una política exterior más asertiva y Europa no puede contentarse con afear gesticulaciones ajenas o no otorgar preferencias arancelarias para afrontar el poder de mercado de dos potencias energéticas en rumbo de colisión con sus valores y sus intereses. El pragmatismo con principios que guía la acción exterior europea debería combinar una diversificación energética ordenada pero efectiva (geográfica y de los hidrocarburos hacia las renovables) con una actitud más exigente hacia los crímenes de regímenes iliberales, con independencia de su peso en el sistema energético mundial.

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