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Policías con fusiles en la mezquita de Kashgar. Z. Aldama
La nueva reeducación china

La nueva reeducación china

Pekín reconoce la existencia de campos de internamiento para musulmanes uigures para «evitar el radicalismo»

Zigor Aldama

Shanghái

Jueves, 1 de enero 1970

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La primera vez que la prensa internacional informó de su existencia, hace unos meses, China negó que existiesen campos de reeducación forzosa para uigures en la región noroccidental de Xinjiang. Cuando diferentes organizaciones proderechos humanos afirmaron que hasta un millón de miembros de esta minoría étnica musulmana se encuentran detenidos en estos centros de adoctrinamiento ilegales, Pekín calló. Algunos periodistas chinos denunciaron que esos datos estaban fabricados por «fuerzas extranjeras» para desprestigiar al régimen.

Sin embargo, el pasado día 10, y después del creciente número de testimonios que arrojan luz sobre esta estrategia diseñada para evitar la infiltración de elementos radicales en el islamismo uigur, el Gobierno chino informó de la aprobación de una serie de enmiendas a la legislación de Xinjiang para legalizar lo que denomina «centros de educación y de formación vocacional». La semana pasada, en una inusual entrevista con la agencia oficial Xinhua, el responsable de Antiterrorismo de esta región autónoma, Shohrat Zakir, dio los primeros detalles sobre estos campos que podrían representar la mayor campaña de detenciones masivas desde la II Guerra Mundial.

El funcionario chino justificó las instalaciones. «China combina la lucha y la prevención del terrorismo enfatizando la prevención y salvaguardando los derechos humanos de la población», afirmó. «Xinjiang busca atacar las raíces del terrorismo a través de la reeducación y la reinserción de quienes han cometido pequeños delitos, para prevenir así que terminen cayendo en redes radicales», añadió. «Pero todavía queda mucho camino por recorrer hasta erradicar el terrorismo y el integrismo religioso en el sur de Xinjiang», sentenció, dejando claro que China no tiene ninguna intención de modificar su estrategia.

Si bien nadie discute que los fines que buscan los campos de reeducación son legítimos, la controversia se centra en el hecho de que el sistema considera terrorista en potencia a un amplio abanico de la población uigur. De hecho, en torno al 10% de la población habría sido sometida a estos cursos. Zakir no mencionó cuántos uigures están internos en estos centros, pero el director del diario oficialista 'Global Times', Hu Xijin, aseguró en Twitter que, aunque no podía revelar la cifra, «es muy inferior al millón sobre el que especula el mundo exterior».

Hu, en sí un radical del régimen comunista, escribió varios mensajes más desde Xinjiang. «La situación estaba fuera de control. En un año se vivieron más de mil ataques. Como el gobierno local impidió que se informase sobre ellos, el mundo no entiende que se hayan tomado medidas para atajar el problema». Hu detalla uno de esos ataques sobre los que nunca se supo nada: «Una carretera fue cortada por criminales. Obligaron a que los ocupantes de los vehículos se bajasen y asesinaron a todos los han -la mayoría étnica de China-. La prioridad es estabilizar la situación y prevenir que los civiles sean asesinados por jóvenes uigures a los que han lavado el cerebro elementos extremistas».

En líneas similares, pero más comedido, Zakir dio a entender que el sistema de internamiento, que el propio Hu reconoce que «no es voluntario», ha servido para reducir la criminalidad. «La situación en Xinjiang ahora es estable y mejora. En los últimos 21 meses no se han registrado ataques violentos y el número de casos criminales, incluidos los que atentan contra la seguridad pública, ha caído de forma significativa», informó en su conversación con Xinhua.

Sin visitas

Desafortunadamente, ningún periodista extranjero ha podido visitar estos campos que la televisión oficial CCTV mostró como modernas infraestructuras en las que se imparten clases para reconducir a quienes coquetean con el integrismo islamista. Según la cadena, comen gratis, cuentan con dormitorios completamente equipados, y participan en todo tipo de actividades lúdicas que contrastan con las torturas y el aislamiento que denuncian quienes han pasado por los campos y han hablado con medios extranjeros.

Lo que no se explica en la prensa china es el descontento que existe entre la población uigur por diferentes razones que nada tienen que ver con el radicalismo religioso y que sí provocan graves tensiones étnicas que, como la crisis de 2009, se cobraron cientos de muertos. En primer lugar están las políticas de aculturación que sufren los uigures, a quienes se les dicta incluso cómo pueden llamar a sus hijos o cómo de larga pueden dejarse la barba. En segundo lugar, está la gran disparidad existente entre los uigures y los han, cuya migración se alienta desde el Estado para contrarrestar el peso demográfico de los musulmanes.

«Lo que está sucediendo es más que represión. El Gobierno chino pretende asimilar por la fuerza a toda la población uigur», criticaba en Twitter una representante del Congreso Mundial Uigur, una organización activista a la que China acusa de promover el separatismo de lo que llama Turquestán Oriental. «Todo lo que nos hace únicos, nuestra lengua, nuestra cultura, y nuestra religión, está siendo atacado. Nuestra mera existencia se ve como una amenaza para obtener el control absoluto de la región», sentenció la portavoz, que llamó a manifestarse frente a Naciones Unidas.

Un estado policial sin fisuras

Viajar por Xinjiang, sobre todo por las zonas del sur y del oeste de la región, requiere superar innumerables controles policiales y militares. Algunos son muy obvios, con clavos en la carretera y tanquetas tripuladas por soldados armados hasta los dientes. Mezquitas como la Id Kah de Kashgar se convierten en un hervidero de fusiles automáticos cuando se acerca la hora del rezo, y los locales aseguran que en los aledaños hay más chivatos que fieles. Otros controles no se ven y componen el sutil estado policial que China erigen en el siglo XXI: según diferentes organizaciones pro derechos humanos, Xinjiang se ha convertido en la punta de lanza del sofisticado sistema de videovigilancia diseñado por el Partido Comunista para tener completamente controlada a la población. No en vano, las cámaras de seguridad están por doquier. Tienen todas las formas y tamaños, algunas están claramente a la vista, y otras se esconden en los lugares más insospechados. Gracias a los sistemas de inteligencia artificial que permiten reconocer en cuestión de segundos el rostro y la voz de cualquier individuo entre más de 2.000 millones de personas, nada escapa al Gran Hermano chino. Las empresas que fabrican estos sistemas hacen su agosto, y el Gobierno es capaz de resolver cualquier caso criminal. La preocupación por las posibles violaciones de la privacidad simplemente no existe.

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