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Gloria Jover
Miércoles, 22 de marzo 2023, 12:57
Monroy celebra una tradicional fiesta que se conoce como las Purificás. En ella se conmemora la purificación de la virgen una vez pasado los 40 días del nacimiento del niño Jesús. Ello hace referencia a la ley de Moisés, que marcaba la cuarentena como el fin de la reclusión a la que tenía que someterse toda madre. Durante ese tiempo no debía abandonar el hogar y además tenía prohibida la entrada en el templo al encontrarse «impura». Pasados esos 40 días se producía la presentación del niño y la purificación de la mujer. Dependiendo del poder adquisitivo de la familia se hacía ese día una ofrenda en la iglesia que podía ir desde un cordero a tórtolas, palomas, o dinero en efectivo.
Otro de los elementos característicos que adquiere gran importancia en el ritual es la vela. Este elemento es portado por la Virgen y por los devotos que la acompañan durante su procesión. En la actualidad, la fiesta da comienzo el 2 de febrero –coincidiendo con el día de la Candelaria– con la salida de la Virgen del Rosario del templo bajo los cantes y danzas del coro de la localidad 'Recordanzas', que recibe a la Santísima bajo la tradicional 'jota cuadrada'.
Una vez acabada la canción, comienza la procesión que rodea a la iglesia, donde la Virgen, que porta una vela encendida, es acompañada por los vecinos en ese ritual que en otros lugares se conoce como «bendición de los campos». La tradición dice que si la vela permanece encendida al regreso al templo es presagio de un buen año de cosechas.
Una vez terminada la procesión, todo el mundo entra en la iglesia y comienza la Eucaristía. El ritual de Las Purificás empieza justo en el momento del ofertorio.
El rito da comienzo con las portadoras de la Virgen, cuatro chicas vestidas con el atuendo tradicional y portando en su cabeza una mantilla de casco en color negro.
Su función es la de sacar a la imagen en procesión y de acompañarla en la entrega del niño al párroco, para más tarde devolverla al lugar donde la gente le presenta a los niños nacidos en el año anterior.
También tienen un papel crucial los portadores de rosca, quienes encabezan la comitiva de los cantes. Varios chicos portan una gran rosca de piñonate, un dulce tradicional que ni es redondo ni lleva piñones. Se realiza con mucho trabajo y esfuerzo con una masa frita en pequeñas unidades unidas con miel y se adorna de peladillas blancas, flores y billetes. La rosca es una ofrenda que algún vecino realiza como promesa, y cuyo valor variará dependiendo de la capacidad del donante, aunque suele llevar una cantidad importante de dinero. Posteriormente, las roscas se sortean.
Otra de las protagonistas de este día son las cantantes, cuatro chicas escogidas por la mayordoma, ataviadas con el traje tradicional con mantón de Manila, refajo bordado en blanco sobre rojo y pañoleta blanca que les cubre la cabeza (a veces sustituido por mantilla o cobija), así como mandil negro bordado, medias blancas y zapatos negros.
El rito de presentación y purificación comienza desde fuera del templo, a los pies de la iglesia dedicada a Santa Catalina. El sonido de la pandereta que acompaña a las voces del coro hace de este instante un momento estremecedor. El bullicio de la gente se torna en un respetuoso silencio, quedando solo el sonido lejano de las voces diluidas que esperan detrás de la puerta, pero que son capaces de penetrar en los muros de la iglesia.
Los cánticos de voces agudas y juveniles alcanzan cada rincón del templo y transportan a otro tiempo, con una melodía que se ha mantenido durante siglos. El canto dura más de 15 minutos y está acompañado de la petición de licencia al párroco y a la Virgen para entrar en el templo e iniciar el ritual. Se canta desde el exterior de la iglesia. El momento de la apertura de puertas es uno de los más emocionantes de todo el rito y el que todo monroyego espera con emoción.
Seguidamente, tiene lugar la bendición con el agua bendita. Las niñas representan la costumbre de considerar a toda mujer en la cuarentena –como la Virgen en esos momentos y en la antigüedad – como impuras, algo que se ha mantenido hasta hace pocas décadas. Como impuras no tenían acceso a la iglesia hasta no ser bendecidas con agua bendita. Una vez bendecidas, se desarrolla el rito con la ley de Moisés y el cumplimiento de las profecías del profeta San Simeón. A continuación, el niño que porta la imagen de la Virgen se ofrece al sacerdote por parte de la mayordoma. Este lo deposita sobre el altar y comienzan las coplas.
El rito finaliza con la rogativa de bendiciones para el pueblo y la familia. Este momento se prolonga en el tiempo que suena la pandereta, en una interminable y emocionante espera que culmina con unos golpes secos que suponen el fin de la actuación de las cantantes, y que se acompaña con un clamoroso aplauso como reconocimiento al esfuerzo de ese momento y a la dedicación durante muchas semanas para que un rito histórico, una tradición atávica que caracteriza el ser y sentir de un pueblo, no caiga en el olvido y que con sus voces permitan sobrecoger a los testigos y viajar por el tiempo y las emociones.
Telesforo Jiménez Sierra Alcalde de Monroy
En primer lugar, agradecer al diario HOY la oportunidad que nos brinda para dar a conocer a los lectores mi querido pueblo, Monroy.
En cuanto a su situación geográfica, la localidad se encuentra ubicada en la submeseta cacereña encuadrada en lo que se denomina Los Cuatro Lugares. Monroy es un pueblo con mucha historia. Hemos tenido pobladores en la edad de Bronce, hecho que se demuestra con los vestigios que fueron encontrados junto a la ermita Santa Ana.
Varios siglos después se descubrió la villa romana a unos dos kilómetros de la población, en el cual se excavaron mosaicos, columnas con sus doseles y capiteles, símbolo de que era una casa señorial de la época del 125-150 a.C. Con posterioridad, a finales del s. XIII principios del siglo XIV, la familia Monroy, ubicada en Plasencia, reparte la herencia de las propiedades que tenían y una de las más importantes recayó en Don Hernán Pérez de Monroy, el cual allá por el 1309 el Rey Fernando IV de Castilla le otorgó fueros para repoblar con 100 vecinos las localidades más próximas, entre ellas la villa de Monroy, así como defensa en una casa solariega en el denominado Cerro Real.
Aparte de la historia, podemos ofrecer un pueblo acogedor, con comodidades, restaurantes, tranquilidad, bellos paisajes que ofrece la dehesa y que permite visitarlos ya sea caminando, en bicicleta, o a caballo. También, resaltar la zona denominada El Cabril, donde se puede divisar una avifauna extensa y completa, y donde se pueden avistar cigüeñas negras, buitres, alimoches, hurones. Son unos paisajes únicos que asombran a todos los que nos visitan. Otra forma de conocer nuestra localidad es realizando las rutas de los molinos de la Villa Romana, una zona con encanto especial donde todo el que viene repite.
Invitamos a disfrutar de dichos paisajes y de sus gentes. Así como de sus fiestas , la romería del Lunes de Albillo, Las Purificás, las fiestas tradicionales de septiembre, de su Semana Santa o Semana Cultural, entro otras. Querido lector, espero su visita y reciba un especial saludo.
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J. López-Lago y María Díaz | Badajoz
Josemi Benítez
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