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¿Qué ha pasado hoy, 27 de marzo, en Extremadura?
Manifestación en Durban, Sudáfrica, para protestar contra la violencia a los inmigrantes. REUTERS
Xenofobia

Xenofobia

HÉROES Y TUMBAS ·

Salvador Calvo

Sábado, 20 de julio 2019, 08:50

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«Me parece que usted es un tanto xenófobo». ¡Caramba! Habrá que verlo, pues. Acudimos al DRAE. Xenófobo: adj. Dicho de una persona: Que siente o manifiesta xenofobia. Veamos Xenofobia: Fobia a los extranjeros. Pues nada, no señor: No soy xenófobo en absoluto. Vayamos por partes. ¿Qué es el extranjero? ¿De los Pirineos para arriba, Portugal y de Gibraltar para abajo y luego todo el ancho mundo?

Por ejemplo, Portugal. Nada. Tan a gusto como en casa. Mil veces en Monfortinho, otras tantas en Castelo Branco, Lisboa del alma, Liberdade abajo hasta la del Comercio, ¿Quién no ama un café en algún sitio de Coimbra? Tanto, tanto…¿Y qué pasaba en el XVII cada vez que los portugueses pasaban la Raya? Robos, asaltos, tiros, sablazos, ora acá, ora allá, Aljubarrota, Toro, la Alcántara portuguesa, etc. Sin embargo, en Portugal como en casa, ya le digo; así que por ahí nada de xenofobia.

¿Qué tal Italia? Si no hubiese nacido español ¿qué hubiese querido ser? Yo, italiano; es más: yo reo que soy italiano. ¿Roma? Cuando la conocí, sentí como si hubiese vivido allí la eternidad. Los romanos nos fundaron la patria, el idioma ¿cómo no sentirme en casa paseando por Via dei Fori Imperiali o por el Spacanapoli napolitano, saludando a los soldados de los tercios que salen del Quartieri degli spagnoli?

Bueno, pues los principales artífices de la Leyenda Negra, italianos bajo el dominio del Imperio Español; así que cuidadito con esos venecianos retorcidos y esos milaneses traidores. Pero Italia, en el corazón.

Por ejemplo, Francia. No sé por dónde empezar. La culpa la tuvo el P. Fernando Navarro (ofm) que nos enseñó francés en aquel bachillerato de antaño; de modo que llegué a la Universidad largando en la lengua de Paul Valery (Le cimitière marin) como el que cose. Franceses hasta en la sopa. Los había ya en el Cantar de Mio Çid (el obispo don Jerôme), así que fíjese. Ahora que lo de Napoleón y «la Grande Armée» no se olvida así como así. Los gabachos robaron hasta en la iglesita de mi pueblito. Mais, dètester les francaises, après avoir eté a Paris? Pas posible.

Pongamos entonces los pueblos anglo-germánicos. ¿Hubo alguna vez alguna «entente cordial» con los ingleses? Nunca, ni siquiera cuando vino Wellington a luchar contra el gabacho. Otros que robaron a mansalva, por no decir otras cosas. Y de su acoso en Hispanoamérica ni te cuento. Menos mal que Blas de Lezo y Gálvez les plantaron cara, y se la partieron, por cierto.

¿Germánicos protestantes, holandeses, belgas, alemanes? Vamos a dejarlo, no sea que se nos desate la pluma y miccionemos fuera del tiesto. ¿Sabe lo que le digo? Que no nos han tragado nunca; que nos han ninguneado y menospreciado hasta el hartazgo. Ahora, eso sí: europeos todos y el Himno de la Alegría a grito pelado. ¿Qué quiere que le diga? Lutero, Calvino, Guillermo de Orange, que no, que ha habido demasiado. Pasemos a otro capítulo.

Al sur de Gibraltar. África. Bueno, vamos a ver cómo decimos las cosas sin ofender a nadie. Va a ser difícil, sin duda. Algunos dicen, por ejemplo Américo Castro, que somos el producto de las tres culturas o religiones: judíos, moros y cristianos. Y otros, D. Claudio Sánchez Albornoz, que ni hablar: hispanorromanos desde Don Pelayo hasta Granada católica. Ahora bien, quite usted Mezquita y Alambra ¿y qué dejaron? Ya, Averroes, Avicena, El collar de la paloma y poco más. Eso sí: cuatro o cinco mil palabras preciosas que enriquecieron nuestro léxico románico: los arabismos. Vamos a dejar aparte lo de Annual, el Barranco del Lobo, Abdelkrim y demás tragedias africanas. O sea, que no.

¿América? Eso merece capítulo aparte.

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