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Voy a votar a Bríos

Voy a votar a Bríos

En anteriores ocasiones, casi siempre he acabado por ir a votar, pero en blanco, asumiendo la propuesta de Saramago en su 'Ensayo sobre la lucidez'

jesús galavís

Sábado, 23 de marzo 2019, 08:57

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En estos días de cuasi campaña se me inquietan los menudillos del alma porque no sé a quién voy a votar. O yo soy algo tardo de entendederas o el mensaje es harto confuso, pero ciertamente ando más desorientado que un navegante renacentista sin brújula.

¿Qué se vota, a partidos o a bloques? Si voto al PSOE ¿voto también al independentismo irreductible con quien previsiblemente se pactará? Si voto al PP ¿estoy votando ex aequo a la ultraderecha emergente, al liberalismo descafeinado y a un tripartito más que presumible? Si me decido por Podemos, ¿debo trocear la papeleta y cada porción dedicarla respectivamente a las Mareas, los En Comú Podem, Compromís, Izquierda Unida y demás componentes de su amalgama? Y si voto a los Verdes ¿debo consultar a un psiquiatra?

¿Se votan propuestas o descalificaciones? ¿Análisis o insultos? Al votar a Vara ¿voto energía nuclear prorrogada o voto que Monago es un tal y cual? Si me inclino por Monago, ¿elijo el emprendimiento de los emprendedores o acepto que Vara es un tal y cual?

Por otro lado, mi alma de demócrata convencido padece un traumilla que no logro superar. Nunca, desde los primeros comicios democráticos en España, nunca, digo, me han entrevistado para saber mi intención de voto. Ni siquiera por la calle. Sin embargo, he pasado por encuestas de compañías de teléfonos, del hospital de mi seguro médico donde me atendieron de urgencia, del taller del coche ... incluso mi nieto me sometió hace poco a un interesante tanteo acerca de si me gustan más las pelis de dibujos o los reportajes de naturaleza. Pero a nadie de este afligido país le importa un bledo a qué partido le voy a entregar mi voto dentro de unas semanas.

Leía yo de niño –de eso hace ya siglos– las aventuras de 'El Cachorro'. En ellas aparecían unos malvados piratas que acompañaban sus maldades con palabrotas y juramentos. «¡Voto al Chápiro!», espetaban a la menor ocasión. O largaban un ¡»voto a bríos!» cuando les iban mal dadas. El Chápiro, luego lo supe, al parecer es un diablillo o un geniecillo; pero nunca sospeché que lo de Bríos era una sustitución de lo divino. De todas formas, los personajes de aquel cómic ya histórico, con sus bravatas encontraban una suerte de apoyo léxico que les confería fuerza bruta y maldad añadida, una especie de levadura maligna que acrecentaba sus fechorías.

En anteriores ocasiones, casi siempre he acabado por ir a votar, pero en blanco, asumiendo la propuesta de Saramago en su 'Ensayo sobre la lucidez'. Sin embargo, esta vez puede que cambie.

Como ando algo amoscado y cabreado, en intima rabieta existencial, me han entrado ganas de ejercer una especie de venganza. Puesto que a nadie le importa qué voy a votar y no tengo nada claro a quién podría votar, he pensado que lo mejor es que, en las próximas, vote a Bríos y que Dios me perdone.

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