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Y volvieron al pueblo las tinieblas

¿Qué está ocurriendo? No soy técnico en la materia ni trato de dar lecciones a nadie. Pero una simple mirada a la realidad y la aplicación del sentido común bastan para comprenderlo

TERESIANO RODRÍGUEZ NÚÑEZ

Sábado, 7 de abril 2018, 00:17

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Supongo que he sido uno más entre los miles de extremeños que en la pasada Semana Santa abandonaron su residencia habitual para volver a 'su pueblo'. Dejar una ciudad de 150.000 habitantes, como Badajoz, y aterrizar en un pueblo en el que apenas quedan un centenar de personas marca distancias. Y saber que hace cuatro siglos tuvo más de ochocientos habitantes da que pensar. Con todo, consuela ver que el pueblo –laberinto de calles y callejas, casas y edificios de pizarra y barro, río y arroyos– conserva todo el sabor del pasado. Hablo de Robledillo de Gata, en el norte de la provincia de Cáceres, limítrofe ya con Salamanca. Sus características singulares le hicieron acreedor a la declaración de «bien de interés cultural». Lo demás tenía que venir por añadidura: numerosas casas rurales, que ofertan un centenar de camas; bares con servicio de restauración… Y visitantes, muchos visitantes, en vacaciones, en festivos y fines de semana, como ha ocurrido en la pasada Semana Santa, que vienen a sumarse a los nativos que volvemos en ocasiones como la pasada, porque allí sigue estando la casa familiar y siguen viviendo familiares y amigos.

Lo que para los visitantes son curiosidades y sorpresas, para los nativos son vivencias, recuerdos y añoranzas. Me sigue estremeciendo el «descendimiento» del 'Cristo yacente' y el canto pausado del 'Miserere'. Y sigo recordando, como perdidos en los años cuarenta del siglo pasado, los lejanos años de mi infancia: las tres noches de «Tinieblas», retahíla de salmos en latín, canturreados por un coro de hombres, y las velas del «tenebrario» que se iban apagando a cada salmo. Con mis cuatro o seis años pronto acababa dormido; pero al último salmo nos despertaban: el final de la última salmodia era el momento supremo que esperábamos, las verdaderas tinieblas: porque entonces, al apagarse la última vela, se apagaban también las luces de la iglesia y en la total oscuridad de la noche, las matracas y carracas de las que casi todos los chavales íbamos pertrechados hacían un ruido infernal, al que se unían los pateos o golpes sobre el piso de madera de quienes no tenían otra cosa.

Aquellos actos de culto ya han desaparecido. Sin embargo, en contra de lo que pudiera creerse y a juzgar por lo ocurrido este año, en mi pueblo no han desaparecido las tinieblas: así, sin mayúscula ni comillas, tinieblas a secas, con su sentido más primario y original: oscuridad, falta de luz total. Llegué el sábado, víspera del Domingo de Ramos. Algo anormal había en el ambiente, cuando cosas tan elementales e imprescindibles hoy para grandes y pequeños como los móviles y la televisión, no funcionaban: en la pantalla correspondiente sólo aparecía un letrerito: «No hay señal». Al día siguiente la situación se había normalizado. Debió ser sólo como un aviso de lo que estaba por venir. El Miércoles Santo ya el pueblo estaba animado y las calles eran un ir y venir de naturales y forasteros, ocupantes unos de las «casas rurales», simples visitantes otros. Pero al oscurecer llegó el problema: de pronto se produjo un apagón general… lo que encendió las alarmas; poco después la luz volvió y todos respiramos, hasta que en uno de los apagones la luz se fue y no volvió, dejándonos sumidos en tinieblas, pero tinieblas de verdad, sin música celestial.

No sé a qué hora volvió la luz al día siguiente, Jueves Santo. Pero lo cierto es que al obscurecer volvió a repetirse el desaguisado y que otra vez las tinieblas lo llenaron todo. El mal ya estaba hecho: a la vista de la situación, no pocos visitantes anularon sus reservas; bares y restaurantes se las vieron y desearon para atender a la clientela como buenamente pudieron; numerosos productos guardados en congeladores y cámaras frigoríficas sufrían su particular pasión. Parece que a la tercera fue la vencida y el Viernes Santo, empleados de Iberdrola, la empresa suministradora, instalaron un generador junto al transformador del pueblo que vino, si no a solucionar el problema, cuando menos a paliarlo de momento.

¿Qué está ocurriendo? No soy técnico en la materia ni trato de dar lecciones a nadie. Pero una simple mirada a la realidad y la aplicación del sentido común bastan para comprenderlo. En este pueblo se montó un pequeño generador de energía eléctrica aprovechando el agua del río Árrago en los primeros años del Siglo XX. Aquello era «la fábrica de la luz». Así fue hasta los años sesenta. Algún tiempo después, la producción, distribución y comercialización de energía eléctrica ha acabado en manos de media docena de empresas, una de ellas Iberdrola, que es la que abastece y distribuye la energía eléctrica en Robledillo, como en gran parte de la provincia de Cáceres. No sé cuánto ha cambiado Iberdrola; sí sé cómo han cambiado los usos de la energía en Robledillo, como en casi todas partes. Aquí, desde siempre, se calentaban las casas y se cocinaba en ellas con leña; después vino el butano. La electricidad era sólo para alumbrado, hasta el extremo de que se pagaba por puntos de luz. El último cambio está siendo mucho más radical, con tendencia marcada al «todo eléctrico», especialmente por parte de las «casas rurales» y de quienes vamos esporádicamente. Cocina, agua caliente, frigorífico, lavadora, lavaplatos, radiadores, aire acondicionado… en fin, tendencia al «todo eléctrico» por limpieza y comodidad. Y en circunstancias normales, con los escasos cien habitantes del pueblo, posiblemente sea suficiente la energía que llega. Pero los otros, los que vivimos fuera y vamos cuando nos parece, pagamos mensualmente por la potencia instalada, aunque ni toquemos un interruptor de la luz. Y eso, tener la energía contratada a disposición de los usuarios para cuando la necesiten, es deber de Iberdrola, que no lo ha cumplido cuando menos esta vez. Para más 'inri', sobre el cielo de Robledillo cruzan los cables de una enorme línea eléctrica que enlaza el Salto de Aldeadávila, en el Duero, con la Central Nuclear de Almaraz, junto al Tajo. A estas alturas de la historia ya no se soportan las tinieblas… y menos si son impuestas. Aunque se trate de una empresa tan importante como Iberdrola.

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