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La voluntad del pueblo

La voluntad del pueblo

Viento del este ·

José Luis Gil Soto

Martes, 5 de marzo 2019, 10:46

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Hoy se cumplen años de unas elecciones muchas veces traídas a colación de la verdadera capacidad de un pueblo para decidir, entendiendo capacidad no como la otorgada en derecho, sino como la aptitud general de quienes ejercen su derecho al voto. Aunque hay ejemplos recientes, como el denominado 'brexit', en que se cuestiona si las consecuencias de una decisión popular son las más adecuadas para la nación, no hay ejemplo más paradigmático que aquellas elecciones del 5 de marzo de 1933 en las que el Partido Nazi culminaba una escalada paulatina en sus resultados electorales desde su fundación.

Unos años antes, en 1919, un mecánico ferroviario había fundado en Múnich el Partido Alemán de los Trabajadores. El gobierno quiso investigar a los nuevos partidos surgidos tras la Primera Guerra Mundial y envió al joven cabo Adolf Hitler a husmear en el nuevo partido de los obreros, con el que simpatizó y al que se afilió de inmediato.

Después de diversos avatares, el partido fue refundado con Hitler ya como dirigente destacado gracias a su capacidad oratoria y popularidad creciente entre los obreros. El nuevo Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (Partido Nazi) utilizó el término socialismo para seguir atrayendo a la clase obrera y alejarla del comunismo y la socialdemocracia, pero al mismo tiempo utilizó el término nacionalismo para atraer a los sectores conservadores, nacionalistas por naturaleza e inmersos en un caldo de cultivo completamente racista.

En sus inicios el partido centró su discurso en la lucha contra las grandes empresas, contra las clases altas y contra el capitalismo. Luego fue suavizando sus ideas hasta llegar a financiarse por grandes compañías industriales, pero hubo una parte de sus fundamentos que lejos de suavizarse crecía paulatinamente: el racismo, el antisemitismo y el antimarxismo.

A inicios de la década de los años treinta, con Adolf Hitler ya como líder del partido, los resultados electorales dieron un salto espectacular, de forma que pasaron de los ochocientos mil votos (ni siquiera el 3% del total) a más de seis millones, hasta que en las elecciones del 5 de marzo de 1933 obtuvieron más de diecisiete millones, una mayoría aplastante que permitió a Hitler establecer un régimen totalitario en Alemania e instaurar el llamado Tercer Reich (imperio). Fue una dictadura con apariencia de legalidad, puesto que la Ley Habilitante, aprobada gracias a esa mayoría, autorizaba al gobierno a legislar sin la aprobación de las Cámaras. Se prohibió la fundación de nuevos partidos y se cancelaron los demás, se nombraron a las SA como brazo armado del régimen y a las SS como organismo auxiliar, y se creó la policía secreta conocida como Gestapo.

El resto es sobradamente conocido, la escalada racista desembocó en el Holocausto y el afán imperialista en la Segunda Guerra Mundial. Porque si bien es cierto que la democracia es el más perfecto de los sistemas, ha tenido y tiene el riesgo de confiar a ciegas en la voluntad de un pueblo que no tiene por qué estar siempre correctamente informado.

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