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De una infancia entre espárragos y aceitunas a darle una voz única al patrimonio de Extremadura

Ernesto Montoya busca visibilizar y poner en valor el patrimonio histórico, natural e inmaterial a través de Vieja Tierra

Martes, 4 de noviembre 2025, 15:45

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«De mayor quiero ser de todo», solía decir Ernesto cuando era niño. Le agobiaba la rutina y le fascinaba el mundo que lo rodeaba. Hoy, sigue siendo ese niño curioso, el que se detiene a escuchar el canto de la tórtola turca al amanecer, el que se maravilla con el brote de una planta en las cunetas o el que observa cómo las hormigas defienden su hogar cuando huele a lluvia. Aún se asombra ante los vestigios de quienes nos precedieron, y la música se ha convertido en un refugio para liberar las emociones que le estallan en el pecho. Su fascinación por la vida, el mundo y la tierra, su tierra, sigue intacta.

Ernesto Montoya, conocido en redes sociales como 'Vieja Tierra', vive con el modo 'Peter Pan' activado. Así se autodefine él mismo. Nació en Badajoz hace 33 años y aunque de pequeño tuvo que emigrar junto a su familia, siempre ha tenido presente su tierrina. Desde los cinco años echó raíces en Extremadura y su amor por nuestra región lo ha convertido en quien es hoy.

Se crió 'robando' habas, cogiendo espárragos, aceitunas, uvas… y criando tritones y sapos en albercas abandonadas que «limpiábamos entre todos los amigos para disfrutar de sus aguas en verano», nos cuenta con cariño y cierta nostalgia. «Mi vida siempre ha estado unida al campo y a todos los elementos que lo habitan», deja claro.

Vieja Tierra, un espacio para hacer visible lo invisible

Desde pequeño le ha fascinado el entorno y el pasado, que son, hoy, el motor de su día a día y de lo que ha conseguido hacer su profesión. Vieja Tierra es un espacio digital desde el que, a través de las redes sociales, intenta «hacer visible lo invisible». Su proyecto nace durante la pandemia, a raíz de la necesidad que siente de visibilizar y poner en valor el patrimonio histórico y arqueológico de Extremadura.

«Con el tiempo, el proyecto fue mutando y expandiéndose para hablar también del patrimonio natural: la flora, la fauna, los ecosistemas, el patrimonio inmaterial y el trabajo de todas las personas que investigan y se esfuerzan por mejorar las cosas», detalla a este diario.

De pequeño, Ernesto pasaba largas horas jugando en los molinos harineros abandonados del los siglos XVII y XVIII o subiendo al cerro del castillo de su pueblo, del que solo quedan los cimientos, siempre «imaginando cómo fue y por qué lo destruyeron». De hecho, aún conserva escritos que inventaba de niño sobre las ruinas que tanto le gustaba visitar.

Esa pasión le llevó a querer saber más, y compartirlo. Se formó en el campo de las Bellas Artes y el Diseño Gráfico, aunque siempre con la historia y la arqueología rondando por su cabeza. «No estudié esa carrera porque, como suele pasar, en mi entorno se repetía aquello de «eso no tiene salida», confiesa.

Pero la vida, cuando uno sabe escucharla, acaba llevándote a tu sitio. Así lo cuenta él mismo: «Hoy me dedico a lo que de verdad me apasiona: la divulgación y la puesta en valor del patrimonio».

Actualmente está cursando un máster en Mediterráneo Antiguo por la UOC para fortalecer su formación académica en historia y arqueología, y ha tenido la oportunidad de aplicar sus conocimientos en comunicación en proyectos como Construyendo Tarteso, en el yacimiento de Casas del Turuñuelo, o en el proyecto CIRC-E, en la ciudad romana de Baelo Claudia (Cádiz).

Ernesto explica que al principio se centraba solo en lo que le interesaba, pero cuando el proyecto empezó a crecer, tuvo que pensar constantemente en nuevos temas para sus vídeos. Aunque no tiene un proceso formal de selección, le gusta que su contenido sea natural y espontáneo, y a menudo se inspira al salir a pasear por el campo.

Sobre los desafíos de divulgar historia y patrimonio en redes sociales, tiene claro que lo más complicado es conectar con el público adolescente. Aunque ha tenido éxito con temas virales, su audiencia principal está entre los 25 y los 60 años. Esto se debe, según él, a las diferencias en la forma en que los jóvenes consumen contenido, ya que prefieren piezas rápidas y visuales, mientras que sus vídeos requieren mayor atención y reflexión. «Seguramente los adolescentes manejan otros códigos y tienen otros intereses, lo cual no es algo negativo: simplemente responden a otra forma de entender y habitar el mundo digital», sentencia.

«Los mensajes de agradecimiento son mi mayor recompensa»

Ernesto confiesa que los mensajes de agradecimiento que recibe le llenan el alma. Son esos gestos los que lo empujan a seguir creando, ya que, hasta ahora, su recompensa no es económica, sino emocional.

Esos mensajes son su mayor tesoro. Uno de ellos lo tocó profundamente: una persona enferma de ELA, que ya no podía moverse, le escribió diciéndole que sus vídeos la transportaban a otro lugar. Decía que, al verlos, podía casi sentir lo que él mostraba, como si pudiera oler el aire, tocar la tierra, revivir esas experiencias a través de sus ojos.

También hay mensajes de extremeños que emigraron hace décadas. Al ver un yacimiento de su pueblo o escucharle hablar de las plantas que crecían en sus campos, se les enciende la chispa de los recuerdos, y a través de sus palabras, sienten que, por un momento, la tierra que tanto añoran está más cerca. Esos mensajes no solo los conmueven, sino que les devuelven una parte de su historia.

Ernesto reconoce que su vida es un torbellino de caos y sorpresas. Cada día se enfrenta a lo desconocido con una sonrisa, entrelazando su trabajo en el departamento de comunicación de AMUS, su colaboración en proyectos arqueológicos, y su incansable dedicación a las redes sociales. En medio de todo eso, se encuentra embarcado en la escritura de un libro del que no quiere dar demasiados detalles y da forma a un disco junto a su amigo Carlitos Pérez, con el grupo Pellica, con la esperanza de lanzarlo el próximo año. Todo esto, claro, mientras navega entre los estudios de su máster y la creación de contenido, intentando encontrar un equilibrio entre lo personal y lo profesional.

En cuanto al futuro, Ernesto se ve dando un paso hacia una vida más equilibrada, donde su pasión sea una fuente de satisfacción. Aunque no tiene una imagen clara de lo que vendrá, su deseo es que Vieja Tierra crezca de manera rentable, pero sin perder la humanidad que le ha dado forma. En su mente, se asoma el horizonte de nuevos formatos, como YouTube, donde podrá profundizar en sus temas y dar rienda suelta a su creatividad.

El camino hacia el futuro es incierto, pero su norte está claro: seguir creando, seguir compartiendo, y, sobre todo, seguir siendo fiel a la esencia que le da vida a cada proyecto. Mientras el libro toma forma, el disco de Pellica suena en el aire, y las redes siguen vibrando con su historia. Así, entre el ruido del día a día, Ernesto sigue construyendo su propio universo, un paso a la vez, guiado por su pasión y su amor por lo que hace.

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