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¿Qué ha pasado hoy, 18 de abril, en Extremadura?

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El presidente de la Junta, Guillermo Fernández Vara, ha rectificado a tiempo su discurso respecto a la cuestión catalana. En julio pasado, y según recogía la prensa, Vara destacaba en una entrevista en la cadena SER que Cataluña no tiene el estatuto de autonomía que los catalanes quisieron tener, circunstancia que debía ser «reparada» por la vía del «diálogo y el encuentro» para reconocer sus «singularidades». Se refería al fallo del Tribunal Constitucional que lo corregía, a pesar de que ese Estatut se aprobó en referéndum. En España, continuaba Vara, «hay realidades en algunas comunidades autónomas que representan singularidades muy especiales», por lo que estas realidades tienen que formar parte de los estatutos de cada región. Añadía que mientras el resto de comunidades tienen el estatuto de autonomía que «han querido tener, la única que no tiene el que quiso tener es Cataluña». Proponía reparar el agravio por la vía del «diálogo» y el «encuentro».

Cosas así las ha comentado en muchas ocasiones. Estas semanas, sin embargo, Vara ha acertado al guardarlas en el cajón –supongo que para siempre–. Por varios motivos. Primero porque no es cierto que Cataluña sea la única comunidad que no tiene el estatuto que quiere. En 2011, el TC anuló el artículo 51 del Estatuto de Autonomía de Andalucía, que le concedía la competencia exclusiva sobre el río Guadalquivir. ¿Y quién recurrió ese artículo? El Consejo de Gobierno de la Junta de Extremadura, presidido por Vara. Segundo, porque no es cierto que, lo consiga o no, una comunidad deba tener el estatuto que quiera. Lo vote en referéndum o no. Un estatuto de autonomía es una ley orgánica que debe aprobar el Congreso de los Diputados porque afecta a los derechos y deberes de una parte (una comunidad autónoma) dentro del todo (el Estado español). Por eso es un error alimentar la idea de que esto se soluciona dejando que catalanes, vascos o murcianos decidan cómo forman parte de esto que todavía podemos llamar España. Todos los estatutos afectan de un modo u otro a todos los españoles. Y tercero, porque ya se ha visto, con absoluta claridad y dramáticas consecuencias, a dónde conduce el manoseo de las «singularidades muy especiales». Como si los catalanes, particularmente su dirigencia, fuesen los únicos españoles de psicología compleja, cultura y lengua exclusivas, sensibilidades delicadas... Han conseguido que en el imaginario de muchos de nuestros políticos un catalán se parezca a un lince en peligro de extinción y un extremeño o un leonés, a un meloncillo comegallinas. Así no, así no cabe diálogo ni acuerdo reales. Sin un marco de igualdad, quien se siente más tenderá siempre a imponerse. Por legitimidad histórica, por derecho identitario, porque habla una lengua con ocho vocales fonéticas...

Vara ha apartado de su discurso todo ese ‘compresivismo’ –perdonen el palabro– para situarse en el centro de la defensa de la unidad de España. Eso, además de conectarle con el sentimiento predominante de los extremeños –más aún después de lo que han podido ver y escuchar durante estos ya casi dos meses de crisis en Cataluña–, le achica espacios al PP de Monago, que se relamía –con razón– solo de pensar en la posibilidad de que Vara volviese a sus andadas de los discursos nacionales, pegados a las tesis de Ferraz y sus difíciles equilibrios plurinacionales.

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