Turronero o novelista
Ferias del libro. Cuando acaban su obra, los escritores se convierten en comerciales de su producto
Lo mejor de escribir es escribir. Es como tomar un Orfidal: te relajas, te olvidas de todo, te abstraes, espantas la ansiedad, pero no te ... duermes, sino que te concentras hasta alcanzar un grado de intensidad absoluto en el que vives para escribir y escribes para vivir. Es algo parecido a la mística y sus tres vías: primero la purgativa para dejar atrás las preocupaciones mundanas, después la iluminativa para encontrar el camino por el que avanzar, finalmente la unitiva, cuando la escritura y tú sois una misma cosa y vivís el uno para el otro hasta el punto de que te acuestas pensando en el libro y te levantas con ansia de libro.
Lo malo es que un día acabas la obra y entonces empieza el calvario. Abandonas el aislamiento y sales al mundo, el libro toma forma física y comienza una tarea en la que dejas a un lado el placer de escribir para convertirte en agente comercial de tu producto. Ya no eres escritor, ahora eres un vendedor más y has de trabajar con las mismas claves que un comercial de seguros, de automóviles o de enciclopedias Larousse.
En agosto del año pasado, empecé a escribir una novela. No me importó no ir de vacaciones porque era feliz levantándome a las seis de la mañana y escribiendo con pasión y diversión. Acabé en octubre. Después, correcciones, repasos, entrega al editor y a esperar a que se publicara. En primavera, ya estaba listo el libro y empezó la etapa de viajante o de feriante, como un turronero, como el de la tómbola de El Maño o el del vino de Cariñena, de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, de feria del libro en feria del libro...
Desde abril, he recorrido seis ferias del libro y el jueves que viene estaré en la séptima . El proceso es siempre el mismo: la organización de la feria te adjudica un día y una hora. Es importante este dato porque si es por la mañana y un día de diario, no te comes una rosca. Yo prefiero las tardes de lunes a viernes, otros se inclinan por los fines de semana. Cuestión de gustos y de visión comercial. Luego llega la realidad y la suerte y firmas mucho o firmas cero.
Otra labor agobiante es buscar presentadores. Lo que se estila es que sean mujeres y jóvenes. A mí me da lo mismo el sexo y la edad así que ficho lo que puedo, que suelen ser amigos o amigas y por compromiso, es decir, yo presento sus libros cuando publican y ellos presentan los míos. Y llegan las ferias, las presentaciones y las decepciones o las alegrías.
Por ejemplo, en la Feria del Libro de Trujillo, por primera vez en 12 libros presentados desde 1993, no firmé ni un solo ejemplar y se vendieron cero novelas tras la presentación. Creo que fue una cura de humildad tan temida como educativa. Además, se cumplió lo de que es preferible no tener buenos principios. En Plasencia, sin embargo, firmé más que nunca, pero había truco: fui telonero de Nieves Concostrina, que atrajo a mucho público a mi presentación con el fin de coger sitio para la siguiente función, la gente se entretuvo y compró la novela.
Con la Concostrina, me pasó algo curioso en la feria de Cáceres el año pasado. Me llamaron para que la presentara y, aunque presentar es siempre un marronazo, por primera vez me hizo ilusión porque mi mujer y mi hijo siguen sus podcast. Pero cuando ya había preparado la presentación, me avisaron de que desde la concejalía de Cultura preferían que fuera una mujer, yo argumenté que si se trataba de una cuestión de cuotas, yo podía presentarla por la cuota de discapacitados, pero no coló. El karma o lo que sea me devolvió a la Concostrina en Plasencia en forma de ventas y firmas. Ya solo me queda la séptima feria en Galicia la semana que viene. Ahí acabará la temporada turronera.
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