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Trump y Torra, Torra y Trump

Trump y Torra, Torra y Trump

Eugenio Fuentes

Domingo, 29 de septiembre 2019, 09:37

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En mi último viaje a Barcelona, cuando iba a bajar la rampa mecánica que conduce al andén del AVE, en la estación de Atocha, una mujer de edad que iba detrás de mí pidió ayuda, porque sufría vértigo. Para sentirse segura, solo necesitaba que alguien le diera la mano, sobre todo al entrar y al salir de la cinta. Además, llevaba una enorme y pesada maleta que estorbaba sus movimientos.

De manera instantánea, le di la mano, quizá porque yo también sé lo que es padecer vértigo y tambalearme. Conozco ese temblor en las rodillas, y el escalofrío que te recorre la columna vertebral, y el mareo que te nubla la vista, aunque no llego al extremo de un amigo mío que en cierta ocasión se perdió por una carretera de montaña y tuvo que bajarse del coche y tumbarse en la cuneta, esperando a que llegara alguien, a quien le pidió que condujera y lo sacara de allí.

Al terminar de bajar por la cinta, nos saludamos, montamos en el tren y no volví a verla. Nada especial y, por supuesto, sin ningún mérito. Un gesto normal de cortesía, como sucede un millón de veces cada hora en cada acera, en cada escalera, la gente es amable en estas circunstancias, pero con una pequeña peculiaridad: la mujer había pedido aquel pequeño favor en catalán a alguien que le contestaba en castellano.

Pero eso lo advertí después, cuando no pude evitar pensar que lo importante es el hecho de darse la mano para ayudarse o, por decirlo con una hermosa locución castellana, lo importante es 'echar una mano', sea en una tarea laboral o doméstica, sea por los hombros como protección. No pude evitar pensar en los fanáticos del enfrentamiento, en los Trump, en los Torra, en los Le Pen, en los Bolsonaro internacionales que no le darían la mano a alguien que les pide un favor si no lo hacen en su idioma. A lo mejor me equivoco, pero no los imagino ayudando a desconocidos que hablan otras lenguas.

Entre la gente sencilla es común echarse una mano, sí, pero en la actualidad política, sin embargo, parecen primar el monólogo y la imposición. Hace poco más de un mes, el presidente estadounidense Donald Trump canceló su proyectado viaje a Dinamarca porque la primera ministra danesa, Mette Frederiksen, se negó a negociar la venta de Groenlandia y su incorporación a los Estados Unidos que pretendía Trump, como si los territorios y las personas pudieran ser cambiados de país por cuestiones comerciales y por el grosor de la chequera.

A Trump se le había anticipado el 'president' Quim Torra, que también pretende imponer a sus interlocutores la negociación de un referéndum en Cataluña y, ante la negativa de los sucesivos presidentes españoles, cancela viajes y citas que favorezcan el diálogo.

Que la democracia no es perfecta lo demuestra el hecho de que supremacistas como Trump y Torra estén en el poder. Si uno levanta vallas en la frontera con México, el otro pretende levantar barbacanas en una frontera inexistente. Ambos extremismos, el de las 'fake news' de Trump y el de las bernardinas de Torra, son igualmente dañinos para la convivencia al intentar imponer en las reuniones el orden del día y dirigir el diálogo hacia sus intereses particulares, al intentar obligar a sus interlocutores a participar en su obsesión antidemocrática. Y si no aceptan, rompen la baraja del diálogo para encastillarse en su monotema, miran hacia otro lado y se niegan a estrechar la mano ajena.

Aunque podría parecer un término catalán, 'chibolet' es de origen hebreo, y se refiere a la posibilidad de identificar la procedencia o el rango social de una persona según la forma de pronunciar una palabra. En 'El libro de los jueces', de la 'Biblia', se narra cómo los guardianes de un vado en el río Jordán identificaban a los enemigos que querían entrar en su territorio haciéndoles repetir la palabra 'chibolet', que no sabían pronunciar, y como consecuencia, los aniquilaban.

Hace tres siglos, en 1715, las guerrillas catalanas utilizaban una técnica parecida cuando en sus controles en los caminos obligaban a los viajeros a pronunciar el popular trabalenguas 'setze jutges d'un jutjat mengen fetge d'un penjat' (dieciséis jueces de un juzgado comen hígado de un ahorcado) y daban matarile a quien no dominaba la hermosa fonética catalana.

Me pregunto si todavía se sigue usando en determinados círculos sociales y si en los ambientes separatistas se degüella a otros catalanes que no saben pronunciar 'chibolet' de forma perfecta, o a quienes en los patios de los colegios eligen no articular la fonética nacionalista.

En las próximas semanas se hablará mucho, y a gritos, de jueces y de 'jutges' cuando salga la sentencia del procés. Luego, quizás, de una vez por todas pase la tormenta y podamos olvidar la matraca totalitaria, y coger todos los trenes de acá para allá, de allá para acá, y volver a darnos la mano para subir y bajar por todas las cintas mecánicas de todas las estaciones, hable como hable cada cual, porque el vértigo no se calma con palabras, sino con una mano que aprieta otra mano.

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