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No me toquéis los móviles

No me toquéis los móviles

El tambor ·

alfredo liñán corrochano

Domingo, 23 de junio 2019, 09:57

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Hace unos días se casó el tal Sergio Ramos con una esplendorosa señora rubia de nombre y morena de tez, rara en una España en la que a partir de los treinta y cinco todas son trigueñas. Y, pese a haber invitado a media España y autonomías adyacentes, según cuentan las fervientes devotas del Sálvame, confieso con rubor que no fui requerido con lo que ni siquiera tuve opción de poner las cosas en su sitio respondiendo con un digno: «No sin mi móvil». Y hoy, esta misma tarde en la que escribo, ¡válgame el cielo! se casa la sin par –y sin más cosas– María Belén Esteban Menéndez, Princesa del Pueblo (a saber de cuál) por aclamación visceral. Y tampoco he sido requerido, por lo que otra vez he tenido que optar por pasear calle arriba con el móvil en la mano, bien visible, por poner un punto de dignidad a la cosa. Y es que, se empieza por el móvil y se acaba por vaya usted a saber qué en el condicionado festivo indicando la obligación de asistir «sin ropa interior», «con la taleguilla abierta» o disfrazado de marido de la Merkel. Y no es no. Que no me han invitado, puñeta.

La cosa viene de largo. Comenzamos por las tímidas «listas de boda» a través de las cuales se indicaba a los invitados qué cosas deberían regalarnos. Y si te negabas a hacerla, como fue ¡ay! mi caso, te arriesgabas a atesorar decenas de cubiteras de hielo, como si el mundo caminara hacia una nueva glaciación. Después se optó por indicar una «lista» de grandes almacenes, en las que daba igual lo que pusieras porque los novios posteriormente lo cambiaban por efectivo metálico, dejando pingüe comisión al establecimiento. Y por fin, alguien discurrió que mejor poner directamente el número de la cuenta corriente en un no va más de la zafiedad y en un no va menos de la inteligencia porque, los astutos funcionarios con solo investigar la cuenta tenían nota cabal de por dónde meter mano a los boda-cantanos. Y, claro, se crecieron y así las cosas resulta que en Badajoz, donde solían, se le ocurrió casarse a una pareja y hete aquí que a media celebración se le presentaron los hombres de negro de Hacienda para embargar el acontecimiento y así, sin más trámite, asaltaron a la novia camino del baño, en compañía de sus amigas como suelen las mujeres de bien –antes muerta que sola en el retrete– para requerirle el pago al parecer con formas manifiestamente mejorables e incluso llamando en su ayuda a la mismísima Guardia Civil caminera a quienes un color se les iba y otro se les venía ante semejante espectáculo. Prudente estuvo el novio al no liarse a mamporros. Pero dice la ministra de la cosa que eso de desbaratar una boda es un trámite normal que a nadie debería extrañar. Y es cierto, no en vano ella, la Montero, es heredera universal del otro, el Montoro, que a su vez bebió en las fuentes de el Borrell cuando dio en ejemplarizar crucificando famosetes para ejemplo y aviso de caminantes; hasta que Pedrito Ruiz divulgó su teléfono y le cayó la mundial telefónica al tal Borrell. Y es que, como les decía, se empieza por prohibir los móviles y se acaba así. En pelota picada y en manos de cualquiera. Y Badajoz, lamentablemente, fue noticia nacional. Una vez más. Y nos volvieron a tocar los móviles, a cuatro manos.

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