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El Gobierno pretende incorporar al Código Penal el delito de apología del franquismo, algo que suscita recelos entre juristas que ven en ello otro atentado contra la libertad de expresión. También César Strawberry, condenado a un año de cárcel por unos tuits considerados enaltecimiento del terrorismo, una condena que el cantante de Def con dos recurrió al Tribunal Constitucional (TC), que aún no se ha manifestado.

En una jornada organizada por la Plataforma en Defensa de la Libertad de Información (PDLI) el día 13 en el Congreso, el polémico músico advirtió que «extender los delitos de odio y de opinión es un error» ya que «empobrece» nuestra democracia y «nos muestra nuestra incapacidad de debate y gestión», amén de que «prohibir al prohibicionista es darle la razón» y convertirlo en mártir.

En las misma línea, otros ponentes juristas arguyeron que la exaltación del franquismo solo debe ser perseguida si incita a la comisión de un delito o a la violencia. Así lo han delimitado varias sentencias del TC como la 235/2007, que declaró inconstitucional tipificar como delito la negación del Holocausto y aclaró que la libertad de expresión «no puede verse restringida por el hecho de que se utilice para la difusión de ideas u opiniones contrarias a la Constitución». Esta es la gran paradoja de la democracia.

En 'La sociedad abierta y sus enemigos' (1945), Karl Popper plantea otra paradoja: la de la tolerancia. Según el filósofo liberal, la sociedad tiene que ser intolerante con la intolerancia porque «si extendemos la tolerancia ilimitada aun a aquellos que son intolerantes (...) el resultado será la destrucción de los tolerantes y, junto con ellos, de la tolerancia». Prueba de ello es que los nazis alcanzaron el poder a través de las urnas. No obstante, matiza que no quiere significar «que siempre debamos impedir la expresión de concepciones filosóficas intolerantes; mientras podamos contrarrestarlas mediante argumentos racionales y mantenerlas en jaque ante la opinión pública, su prohibición sería, por cierto, poco prudente». Pero reclama el derecho de prohibirlas si prohíben a sus adeptos prestar oídos a los razonamientos racionales, acusándolos de engañosos, y «les enseñan a responder a los argumentos mediante el uso de los puños o las armas».

De resultas, una verdadera sociedad democrática debe tolerar al intolerante si este defiende sus ideas sin coacción ni violencia, por muy deleznables que sean. Esto no significa aceptarlas, pero debe combatirlas a través del debate. En 'Sobre la libertad', John Stuart Mill, tacha de despótica cualquier sociedad que no permita la libre expresión de opiniones. Para Mill, la verdad surge del cotejo de opiniones diferentes y una opinión silenciada puede ser verdadera o contener algo de verdad, por lo que su omisión redundaría negativamente en el progreso del razonamiento. Y, añade, si no hay debate de ideas, una opinión que consideremos verdadera será sostenida como una creencia irracional y puede convertirse en un dogma.

Por ello, aunque toda crítica duele, agradezco los comentarios que lectores tan fieles como críticos acérrimos hacen a mis artículos en hoy.es o las redes sociales. De todos se aprende, incluso de los que piden que se me silencie y esgrimen argumentos más 'ad hominem' y 'ad logicam' que certeros, más punzantes que agudos, más categóricos que de categoría. Con todo, siempre defenderé el derecho de todos estos caballeros y damas sin espada pero con pluma afilada a sacar punta a todo lo que escribo.

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