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La Biblioteca Nacional de España me recuerda a través de sus redes sociales que el día 21 de mayo se conmemora el nacimiento del pintor y grabador Alberto Durero (1471-1528). A partir de ese detalle me he acordado del relato de Stefan Zweig, 'La colección invisible', que vio la luz a finales de los años veinte del pasado siglo, en una Alemania que sufría las durísimas condiciones del tratado de Versalles, el hundimiento de la bolsa de Berlín en 1927 y una inflación estratosférica que hacía que los montones de billetes no valieran, en cuestión de horas, ni para pagar el papel en que estaban impresos. Una economía devastada, inexistente. En ese escenario convulso Zweig traza la historia de un coleccionista de grabados y dibujos de Durero, Rembrandt y otros grandes maestros. Un coleccionista que proclama orgulloso el valor de su tesoro: «Siempre habéis desconfiado y siempre me habéis reprochado», argumenta frente a su mujer y a su hija «que invirtiera todo nuestro dinero en mi colección: y es verdad, durante sesenta años, nada de cerveza, ni de vino, ni de tabaco, ningún viaje, ni teatro, ni libros, nada más que el ahorro y solo el ahorro por estas hojas. Pero un día, ya lo veréis, cuando yo ya no esté, entonces seréis ricas, más ricas que cualquiera de esta ciudad, y tan ricas como los más acomodados de Dresde».

No quiero destripar a quienes no han leído 'La colección invisible' los pormenores de ese magnífico relato de Stefan Zweig. Pero sí puedo adelantar una de las reflexiones 'morales' que ha suscitado en mí su lectura: en cualquier sociedad -y más en tiempos de crisis- no pueden darse por garantizadas permanentemente las piezas claves, llámense Constitución, convivencia en paz, libertades individuales y sociales, derecho a la sanidad, a la educación. Suponer que gracias al esfuerzo y el sacrificio de nuestra generación y de las que nos precedieron, gozaremos, para siempre, de bienes blindados contra las adversidades de la vida, es un tremendo error. Entre otros motivos porque antes que un valor fijo para caso de necesidades acuciantes, esas 'piezas claves' de la sociedad son recursos, herramientas que debemos tener dispuestas para que cumplan con su función. Un fin en sí mismas, pero a la vez el medio para garantizar ese fin.

Acaso venga a cuento también la metáfora de la planta sobre el amor y la convivencia.

Cuando los cataclismos tienen carácter global y repercuten en el conjunto de la sociedad, nadie puede guarecerse en sus propios tesoros

Es probable que 'La colección invisible' encierre otras metáforas: entre ellas la del engaño y la ceguera ante los acontecimientos históricos; con sus inevitables resultados. Zweig se vale para la trama de un narrador que es el único que dispone -por el punto de vista que adopta- de los elementos necesarios para comprender la esencia del relato. Una historia que narra con ternura, con piedad y con empatía. Enmarcada en un escenario histórico muy concreto -de ahí su verosimilitud-, pero al mismo tiempo cargado de simbolismo y de humanidad.

Cuando los cataclismos tienen carácter global y repercuten en el conjunto de la sociedad, nadie puede guarecerse en sus propios tesoros, por valiosos que sean. Desdeñar esa evidencia siempre acarrea serias consecuencias. Probablemente, en la realidad política también.

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