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Edificio cacereño del INSS, antes INP o Perra Gorda. :: l. cordero
Mi suegra y la Perra Gorda

Mi suegra y la Perra Gorda

La toponimia urbana está llena de curiosidades como El Requeté

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Lunes, 9 de julio 2018, 07:51

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Mi suegra tenía esta mañana unos problemas con las recetas. Le cobraban más de la cuenta por unas pastillas, pero ella ni se arredró ni pagó. Volvió a casa, cogió unos papeles y anunció en plan guerrera: «Me voy a la Perra Gorda a ver si arreglo este lío como sea». La determinación de mi suegra no me sorprendió, pero su extraño destino sí que me dejó estupefacto.

«¿A la Perra Gorda, qué es eso de la Perra Gorda?», me interesé extrañado. Ella me miró perdonándome la vida y me sumió en la desazón del ignorante: «Yerno, a veces pareces de Logroño o de Almería... ¿Cómo es posible que uno que tanto presume de ser de Cáceres no sepa que la Perra Gorda es el INP?».

¿La Perra Gorda, el INP...? ¿Pero a qué sitios raros va mi suegra? Me he informado y resulta que el Instituto Nacional de la Seguridad Social (INSS) se llamaba antes Instituto Nacional de Previsión (INP). Y lo de la Perra Gorda le viene de que las primeras cotizaciones del seguro de vejez eran de una perra gorda y garantizaban una pensión de una peseta al día cuando llegaba la jubilación.

Para los más jóvenes, aclararé que una perra gorda era el nombre popular de las monedas de diez céntimos, que no llevaban una perra grabada, sino un animal que queriendo ser león parecía perro. Con diez perras gordas tenías una peseta y con esa perra gorda, hace muchos años, podías comprar alguna chuchería menor. Para entender lo que supuso la entrada del euro y la consiguiente subida de los precios, baste recordar que un céntimo de euro equivaldría a 16 perras gordas.

El caso es que mi suegra fue a la Perra Gorda a arreglar su problema con las recetas y luego se acercó a la Residencia para acabar de solucionar el caso. Si no son ustedes de Cáceres, pensarán que la Residencia es algún lugar siniestro, una casona muy propia para rodar películas de miedo. Si son de Cáceres, enseguida entenderán que la Residencia es el hospital público cacereño de referencia.

Las ciudades tienen su particular toponimia popular, nombres que la ciudadanía utiliza para designar los espacios urbanos más allá de los nombres oficiales. Así, en Cáceres, el epicentro local durante las mañanas es un edificio grande, largo, feo y blanco al que todo el mundo llama El Múltiples. En una capital de funcionarios, es lógico que la sede de las consejerías, o sea, El Múltiples, sea el centro de todo de ocho a dos, incluidas las paradas más usadas de los autobuses urbanos.

El otro día, un taxista me trajo a casa. No hizo falta que le dijera la calle ni la dirección, bastó el nombre popular de mi bloque: Edificio de la Estrella. El taxista era un joven contratado y me reconoció que había tenido que aprenderse la toponimia popular para poder atender bien a los clientes. Porque los cacereños no le pedían que los llevara a la avenida de la Hipanidad ni a la de Hernán Cortés, sino al Indio o al Caballo, que no son otra cosa que sendas estatuas de conquistadores y conquistados de América, pero convertidos en iconos referenciales del tejido urbano cacereño.

En todas las ciudades hay lugares con nombres sorprendentes para el forastero, pero normalísimos para el nativo. En Cáceres, la gente queda en Flores Juanvic, en El Requeté, en El Bombo, en la Fuente Luminosa o incluso en la Esquina de Astoria. Esa esquina no existe desde hace muchos años... Bueno, existe, pero es de un edificio y en lugar del cine Astoria, ahí abre un Cien Montaditos, pero vete tú a decirle a un cacereño de siempre que eso no es la Esquina del Astoria.

Algo parecido sucede con El Requeté, nombre popular de la tienda de Getulio Hernández, que era una espectacular mezcla de Zara, Douglas, Woman Secret y Cortefiel cuando ninguna de estas tiendas existían.

Donde estaba El Requeté, ha quedado su recuerdo convertido en nombre de lugar y mi suegra se ha ido a la Perra Gorda a poner orden en el INSS, en el INP, en el SES y en lo que se tercie.

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