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¿Qué ha pasado hoy, 27 de marzo, en Extremadura?

Sombra aquí y sombra allá

MIDIENDO LAS PALABRAS ·

ANA ZAFRA

Lunes, 28 de enero 2019, 09:34

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Preguntados así, a bote pronto, por productos que creemos básicos en nuestra economía nacional, aquellos en los que nos consideraríamos abanderados en materia de exportaciones, la mayoría seguramente pensaríamos en aceite, vino o calzado. Nos equivocaríamos. España exporta más cosméticos que cualquiera de estos tres productos, hasta estar entre los diez primeros a nivel mundial.

Toda la vida con la idea de ser un pueblo de gustos humildes, una tierra de garbanzos donde unos zapatos eran la mayor ilusión de un niño –«como niño con zapatos nuevos»–, en que «con pan y vino se anda el camino» y «un buen aceite todo lo envuelve», para resultar que, ahora, somos el epítome del glamour y los buenos olores.

Todavía recuerdo aquella vez que, en una famosa droguería de Cáceres, donde me habría gastado apenas unas dos mil pesetas –aún eran pesetas–, un hombrecillo con edad de haber vivido la Posguerra se me acercó y me dijo «señora, todo eso son puterías». Servidora, que nunca ha sido muy de arreglarse, pero sí una incondicional del baño diario y el cuidado de una piel perjudicada en la mocedad por el uso de corticoides, se quedó un tanto consternada ante la incertidumbre, quizás, de estar siendo demasiado frívola. Igual con un buen trozo de jabón Lagarto de toda la vida podría estar resolviendo íntegramente mi cuidado personal.

Luego, con la crisis –la económica, no la personal de los cuarenta, que también– aprendí que uno de los antídotos contra la depresión era el uso de pintalabios, cuanto más rojo mejor, y en aras de la salud mental empecé a acallar mi conciencia cada vez que pasaba por chapa y pintura delante del espejo.

Siempre he envidiado a aquellos capaces de renunciar a media hora de sueño por aparecer radiantes y perfectamente maquillados –maquilladas, en su mayoría– incluso para trabajar porque en mis amaneceres el rímel suele salir perdiendo frente a las sábanas. Sin embargo, todo tiene un límite. El verano pasado leí que el presidente Emmanuel Macron había gastado 26.000 euros en maquillaje durante sus tres primeros meses de mandato. O, como decía uno de sus gobernados, «mientras que Francia se mata a trabajar, Macron se pone 23 salarios mínimos sobre la cara». La pregunta es si el tono de rouge combinará ahora con el amarillo de los chalecos que florecen en su país como símbolo de protesta.

Aquí, nuestros políticos, al amparo del «porque yo lo valgo», aun necesitando mucha cosmética para que su cara tape, cual Dorian Grey, lo que esconde su alma, son más de maquillar otras cosas: las cifras, los papeles y, sobre todo, sus palabras. De aplicar antiojeras al PIB, un perfume de imitación a los presupuestos o una base color carne a la política social.

Y luego está el movimiento 'no make' que consiste en pasarse dos horas maquillándose para parecer que no estas maquillado, o como decía Manolo Escobar –pionero en esto como en la canción protesta– aparecer con la cara lavada y recién 'peiná'. Vamos, como la mayoría de las celebrities y las encuestas electorales.

Así que, maquíllense o no, recuerden que lo más atractivo de una persona es su carisma, pero, como decía algún diseñador famoso, un buen pintalabios es bastante más fácil de conseguir.

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