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Estén seguros

PEDRO DEL PINO

Lunes, 22 de abril 2019, 10:43

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Bueno, aquí estamos de nuevo. Puede que alguno de ustedes notara mi ausencia de estas páginas hace siete días. Si así ha sido, que no se preocupe. No es que uno haya perdido fuelle, ni haya habido contratiempo alguno. Nada de eso, gracias a Dios. Se trata de un reajuste que hace el periódico para que lleguen a ustedes más variedad de opiniones. Algo que a un servidor, particularmente, le parece perfecto.

Por tal motivo, esta columna es la primera de una nueva serie que se inicia con la mitad de frecuencia que las que me ha venido publicando el diario HOY todos los lunes, durante los últimos siete años. Vamos, que del formato anterior de artículo por semana, mudamos a uno cada dos. Pasemos a ello si les parece.

La vida no es más que una serie de acontecimientos encadenados que se producen, día a día, la inmensa mayoría de las veces de forma impredecible. Ningún habitante de un pequeño planeta que orbita alrededor de una estrella, dentro de una galaxia en algún rincón de un número incierto de universos, puede saber a ciencia cierta qué ocurrirá en el próximo milisegundo. Es por ello que, de una manera u otra, todos somos conscientes de la inmensa fragilidad de nuestra existencia, aunque a algunos no se les note.

Posiblemente este sea el motivo principal por el que necesitamos que todo lo que vivimos, todo lo que pasamos y esperamos que pase, esté protegido con el sello, certificado a ser posible, de la seguridad. Una seguridad que sabemos relativa, pero que, aún así, alivia en gran medida la desazón de saber que nada es seguro. No podemos estarlo ni de nosotros mismos, porque, a veces, en determinadas situaciones, reaccionamos de manera contraria a la que habíamos planificado. Y si hablamos de los demás, de los que nos rodean, es natural que el grado de confianza en que sus promesas y sus posteriores actos coincidan, baja considerablemente. Simplemente porque es algo que se escapa a nuestro propio control.

Quedan muy lejos aquellos años en los que un apretón de manos entre dos personas garantizaba el cumplimiento de la palabra que ambas se habían dado. Hoy en día, salvo en honrosas excepciones, el viento está más cargado de palabras que nunca. Casi nada es seguro, porque casi nadie es fiable.

Y si entramos en el terreno de la política el grado de fiabilidad desciende a mínimos históricos. Prácticamente ningún político actúa de manera consecuente con su palabra. Incluso los hay que la cambian continuamente sin sonrojarse lo más mínimo. Pocos son los que aportan alguna verdad a su discurso. Pero, paradójicamente, son la clase social que más certeza puede aportar al resto de los mortales. Aunque en la mayoría de los casos esta no se traduzca en seguridad.

Después de las elecciones del próximo domingo, sabremos, con toda seguridad, si aumenta el paro o no, si la economía crece o vamos a otra crisis económica, y muchas cosas más. No les quepa la menor duda.

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