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Cecilia Quijano, en su tienda 'El calor del té', en Cáceres. :: HOY
«Seguiré dando guerra»

«Seguiré dando guerra»

Cecilia se rinde y cierra su tienda de té tras resistir cuatro años

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Martes, 10 de septiembre 2019, 09:12

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Las vacaciones permiten comprobar que el gran misterio de la hostelería española sigue sin resolverse. ¿Por qué las jarritas de infusiones de casi todos los bares de España vierten más té fuera que dentro de la taza? ¿Y por qué queman al cliente cuando las coge por el asa? He ahí dos preguntas sin respuesta lógica que se habrán hecho ustedes en Marbella y en Ayamonte, en A Coruña y en Bilbao, en Cáceres y en Badajoz.

Igual mantienen esas jarras como muestra de desprecio hacia los raros y caprichosos que piden té o menta poleo. «Tomad un café con leche en una taza o una caña en un vaso, coñe, y no tanto enredo», piensan, pero no te dicen.

Porque un café sale de la cafetera a la taza y se acabó. Pero una tisana obliga a calentar el agua en la tetera, ponerla en un plato, colocar otro plato con una taza y luego está lo de la rodajita de limón, cuando no pide el cliente un vaso con hielo porque aquello no se enfría ni a la de tres.

Usas el doble de cacharros, recoges el doble de cacharros y friegas el doble de cacharros por el mismo precio que un café. Así que mantenemos la tetera vieja quemando y a ver si acabamos con los caprichos.

Caricaturizo un poco, pero no exagero. Este verano he pedido té en cuatro autonomías diferentes y en todos los casos me han mirado como se mira a los sospechosos. «¡Hummm!, un hombre pidiendo té. Aquí se cuece algo raro», decían los ojos de los camareros y, efectivamente, se cocía mi mano con el agua hirviendo derramada. ¿Cuándo cambiaremos las teteras, señores hosteleros castizos? Porque las hay muy chulas y prácticas, que ni derraman ni queman.

Recuerdo unas portuguesas que tenían hasta un reloj de arena que medía el tiempo exacto para que el té no se oxidara. Y las de cristal del Pans & Company del Gran Teatro de Cáceres también son eficientes, además de bonitas.

Antes tomaba poco té, pero desde que Cecilia Quijano abrió su tienda 'El calor del té' en Cáceres, esa infusión se ha convertido en mi desayuno diario. Cecilia me ha enseñado a beber té y me ha orientado por un mundo tan fascinante que en casa tengo 30 clases de té diferentes que voy alternando en el desayuno.

A Cecilia la he sacado en esta página dos veces. El primer artículo se titulaba 'La chica del té' y se contaba en él su llegada a Cáceres desde Ávila en compañía de su pareja, ganadero trashumante en la zona de Trujillo, y su pasión por el té, que la llevó a abrir en otoño de 2015, con 29 años, una tienda especializada de esas que sirven como termómetro de la modernidad de las ciudades.

Conociendo Cáceres, muchos no dábamos un duro por la continuidad de aquel comercio que vendía té y pasión por el té. Hace dos años, Cecilia apareció de nuevo en esta página. El titular era: 'Cecilia resiste' y se contaba su decisión de echarle un pulso al sistema que persigue a los autónomos, a una ciudad que dificulta la creación de negocios, a la inercia consumidora de la provincia y a la desconfianza hacia los emprendedores con ideas nuevas. Así que siguió adelante con su estilo, que se resumía en que si ibas a su tienda sabías que te iban a atender sin prisas y con esmero, pero que si había cola, tocaba esperar un rato. Es decir, disfrutar, aprender, comprar y huir del estrés.

Hoy, casi cuatro años después de abrir, Cecilia vuelva a esta contraportada porque su historia ha tenido el final que siempre temimos: ha cerrado su tienda, ha vendido todo su té y las preciosas latas donde lo guardaba y hasta ha saldado los muebles de la tienda. Está triste, pero no derrotada. «Intenté que la tienda no fuera un negocio, sino un sitio donde la gente sintiera que es tratada con humanidad. He peleado hasta lo imposible y me voy sabiendo que lo he intentado todo hasta el final. Me queda tanta gente a la que he cogido mucho cariño. Seguiré dando guerra», anuncia Cecilia y nosotros seguiremos bebiendo té, aunque sea en jarras que se vierten y nos queman.

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