Ayer cuando salí de la ducha vi una llamada perdida de una amiga. Eran las 4 de la tarde y, no sé si fue por la hora o porque la llamada era solo de voz, pero me asusté.
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–¿Qué ha pasado?– fue mi saludo cuando se la devolví, aún en albornoz.
–Nada, ¿por qué? Solo quería charlar– contestó. Estuvimos hablando 56 minutos y algo sí que le pasaba. Me dijo que estaba estresada y me contó su rutina. Según se levanta, cocina un desayuno saludable, se informa por Twitter y para liberarse de la angustia, acto seguido realiza una meditación con una aplicación del móvil. Antes de comer pone YouTube y hace deporte con Patry Jordán. Tras la siesta, ve un par de capítulos de 'La Casa de Papel' y actualiza su Instagram. «Harta», me resumió ensañándose con la erre.
Al escucharla me transmitió su agobio, pero supongo que en eso consiste la amistad, en compartir la carga. Así que imaginé qué podía hacer yo para animarla. Sin embargo, la montaña rusa de mi confinamiento se encontraba en zona baja y pensé que si le decía que me apenan las calles desérticas, los coches sin publicidad en los limpiaparabrisas, llamar a mi abuela y escudriñar, a través de las ondas, si su voz está más ronca o cansada... puede que se deprimiera aún más.
De pronto, sonó el telefonillo. Prometí llamarla de nuevo y fui a ver qué irresponsable osaba visitarme. Una voz masculina me dijo que me traía un regalo y yo, al oír esta palabra, desactivé todas las alarmas de mi sensatez. «¡¡Suba, suba!», casi chillé, pues lo más emocionante que había hecho últimamente había sido trasplantar un cactus.
Me cerré bien el albornoz y salí enseguida a la puerta, nerviosa, pues desconocía el protocolo a seguir estos días ante un mensajero, ¿debía firmar con mi propio bolígrafo o ponerme la mascarilla? Cuando se abrió el ascensor lo primero que vi fue un paquete. Detrás estaban mis amigos de Artesanos Panvira. Me traían media docena de torrijas. Qué feliz me hicieron esas seis rebanadas de pan. Más que por el alimento, por la sorpresa.
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Así que, como me dijeron que repartían a domicilio, decidí sorprender a mi amiga la estresada. Quizás no sea un regalo saludable, pero cada mordisquito sabe a abrazo, a beso, a achuchón. Total, a nadie le amarga una torrija.
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