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¿Qué ha pasado hoy, 28 de marzo, en Extremadura?
Querida clase media

Querida clase media

Carta de la directora ·

Manuela Martín

Badajoz

Domingo, 20 de mayo 2018, 12:37

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Demasiado fácil. Irene Montero y Pablo Iglesias han puesto demasiado fácil criticarles, no por la casa que se han comprado, sino por la demagogia que han hecho durante años contra la casta que vivía en chalés o compraba áticos de 600.000 euros.

Y el problema no lo tienen con el exministro Luis de Guindos y los votantes del PP, que en ningún caso iban a votarles, sino con sus seguidores. Ha sido el alcalde de Cádiz, el famoso Kichi de los Anticapitalistas integrados en Podemos, el que les ha hecho la crítica más demoledora: «Yo pienso seguir viviendo en mi piso de currante», les ha soltado. Ahí queda el mensaje.

Resulta paradójico que sea esa clase media y alta a la que Iglesias y Montero han demonizado la que defienda que cualquier persona (incluidos Montero e Iglesias) tiene derecho a hacer con su dinero lo que desee y a comprarse la vivienda que quiera y pueda pagarse. 'Bienvenidos al capitalismo', le han saludado con sorna estos.

El hecho de que la pareja de políticos se haya sentido obligada a explicarse ante los afiliados de Podemos muestra el malestar que el famoso chalé ha causado entre la militancia. Por más que algunos de sus más fieles se empeñen en negar que no existe incoherencia entre sus proclamas incendiarias de ayer y su actuación de hoy es difícil que el caso no tenga consecuencias en la imagen de Podemos. Hacia dentro y hacia fuera.

Por fortuna, España no es Cuba ni la antigua Unión Soviética, donde los dirigentes se las han averiguado durante décadas para mantener la farsa de pronunciar discursos de un anticapitalismo feroz con los que enardecían al pueblo mientras ellos vivían como sultanes. En España hay democracia, hay transparencia, y ello expone a los políticos al escrutinio de la opinión pública. Tienen obligación de dar cuenta de sus bienes y de los sueldos que reciben de los contribuyentes. Y estos juzgan.

Por supuesto que no hay nada criticable en que un diputado, sea de centro, de derecha o de izquierda, se compre la vivienda que le venga en gana. Pero no se debe presumir de que uno vive en Vallecas (como si eso fuera una virtud) y meses después comprarse un chalé de más de 600.000 euros. Han sido Montero e Iglesias los que colocaron el cepo en el que ellos mismos han caído.

A la postre, el episodio podría no ser tan anecdótico como aparenta. En primer lugar porque daña la imagen que los principales dirigentes de Podemos se habían construido. O cambian de discurso y abandonan la demagogia que han practicado o se van a ver cuestionados por su propia clientela. ¿Se puede defender a los desahuciados sin ser uno de ellos? Por supuesto. Igual que se puede luchar por mejorar las condiciones laborales de quienes ganan menos de 10.000 euros al año ingresando más de 100.000, como es el caso de Pablo Iglesias. Lo que no puede el político es presentarse a sí mismo como uno más de esos agraviados y pretender que la opinión pública se lo trague.

Iglesias y Montero son la élite política de este país, aunque ellos se engañen a sí mismos e incluso pretendan hacernos creer que no lo son. ¿O es que todo el mundo puede afrontar una hipoteca de medio millón de euros? Difícilmente Iglesias va a poder seguir expidiendo certificados de honradez y coherencia al resto de los políticos y al conjunto de los españoles. Y si lo hace, no le creerán ni los suyos.

El episodio de la casa de Iglesias y Montero podría tener un efecto positivo si sirve para que Podemos se desprenda de toda esa demagogia trasnochada que ha explotado hasta la náusea y empieza a mirar la realidad sin tantos prejuicios. Resulta curioso escuchar estos días a Pablo Echenique decir en una entrevista que en España hay una clase media que vive bien. ¿Pero no estaba este país dividido entre una casta de opresores corruptos y la gente oprimida y muerta de hambre a la que solo Podemos representa? Eureka. No solo han descubierto a la clase media/alta, sino que han caído en la cuenta de que sus sueldos de políticos les convierten en miembros preferentes de la (antes) odiada clase acomodada.

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