Pues ya está
MIDIENDO LAS PALABRAS ·
Pedimos ser nosotros dentro de una unión que, como todas, nos ayude a caminar más sabios y más fuertesANA ZAFRA
Lunes, 27 de mayo 2019, 14:23
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MIDIENDO LAS PALABRAS ·
Pedimos ser nosotros dentro de una unión que, como todas, nos ayude a caminar más sabios y más fuertesANA ZAFRA
Lunes, 27 de mayo 2019, 14:23
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Recuerdan esas películas donde la primera imagen es un objeto diminuto y, poco a poco, la cámara se va alejando, abriendo el plano primero al paisaje, luego desde el aire y termina mostrando un país y finalmente el mundo? Pues algo parecido es lo que hicimos ayer en España solo que, en vez de con cámara, aquí fue en forma de sobres.
Votamos al alcalde -ya saben: «es el vecino el que elige al alcalde y es el alcalde el que quiere que sean los vecinos el alcalde» (aquí la cámara ya se hubiese vuelto loca)-, es decir, a quien va a decidir si corta el árbol de nuestra acera o arregla el bache de la puerta del colegio. Lo más cercano que nos es dado elegir ya que casi nadie vota al jefe ni se ha inventado aún la técnica para escoger a la familia (no sé qué será de los 'cuñaos' el día que se invente).
Luego, alejándonos, votamos al presidente autonómico que, a la sazón, será quien nos represente y defienda el mejor encaje de nuestra pieza en el puzzle español. La persona que recoja y priorice las necesidades urbanas o las de esas comarcas de la España vacía que tan poco se oyen en medio del bullicio madrileño.
Afortunadamente -imagínense el lío de sobres- no hace mucho que hemos -más o menos- elegido a quien será el escalón siguiente. Por alguna razón, supongo que mediática, las elecciones de hace un mes parecían más importantes lo que, visto objetivamente, no tendría demasiado sentido. Elegir a quien más cerca nos gobierne implica desde las luces de Navidad hasta el patio de los colegios. Escoger a quien nos represente fuera de nuestras fronteras, pero dentro del proyecto común al que pertenecemos, pasa por decidir el pescado que consumiremos o los impuestos que habrá que pagar.
Y ese fue ayer el tercer objetivo: configurar el Parlamento Europeo. Algo que, aunque cuanto más remoto el pueblo menos decisivo parece, resulta vital porque allí, defendido, o no, por unos señores rubios hablando quizás, flamenco, supondrá, por ejemplo, un negocio turístico para cualquier aldea o la regulación del número de sus vacas.
La realidad es que los humanos, habitualmente, defendemos nuestro origen no tanto por un sentimiento de pertenencia sino por diferenciarnos de los demás. Así, el de Villamontes se dirá completamente distinto -y, normalmente, mejor- que el de Villasierra. Sin embargo, si discutiesen con alguien de otra comunidad, serían aliados. Un barcelonés tiene poco en común con un payes leridano, pero ambos defenderían su catalanidad. Y no digamos si aparece un extranjero.
Servidora experimentó, no hace mucho, algo similar paseando con unos australianos por Mérida. A pesar de los siglos, noté cómo sus piedras eran parte de mi cultura, igual que las del Partenón o Stonehenge. Hablarles de Edipo, o de Nerón, mientras hacían fotos con reverencia. Contarles las guerras que desolaron el continente. Viajar unos kilómetros y entrar en un país diferente y, a la vez, similar. Explicarles que la historia pasada y las contingencias futuras nos moldean juntos, pero diferentes.
Ayer, pues, fue un día importante. Reclamamos un futuro para nuestros pueblos, pero conservando de ellos lo más auténtico. Pedimos ser nosotros dentro de una unión que, como todas, nos ayude a caminar más sabios y más fuertes.
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