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Caballerizas del Palacio Ducal de Vila Viçosa. :: E. R.
Portugal: el tamaño importa

Portugal: el tamaño importa

Los guías de los monumentos hablan más de medidas que de estética

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Viernes, 18 de mayo 2018, 08:54

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Los portugueses aprenden desde niños que Portugal no es un país pequeño y esa frase, mejor, ese dogma, queda grabado desde la infancia en su imaginario. Será por eso que, en Portugal, no hay palacio ni monasterio pequeño: o son gigantes o no son. Será también por eso que los guías turísticos, cuando explican los grandes monumentos portugueses, sean Batalha, Alcobaça o los Jerónimos, atienden más a las medidas que a la belleza. Tienen una fijación con el tamaño, que en Portugal importa mucho.

Una manera de comprender Portugal es visitar uno de estos enclaves históricos monumentales y atender a las señales y a las explicaciones. Así que nos hemos venido hasta el Palacio Ducal de Vila Viçosa una mañana primaveral de sábado para entender mejor el país de al lado. El Palacio abre a las diez, pero como Portugal, además de no ser pequeño, tampoco tiene prisa, media hora después de abrir, aún no ha empezado la visita guiada. En esto de la parsimonia portuguesa, los lisboetas dicen que esa es una percepción muy alentejana, donde, efectivamente, la prisa se desconoce, pero que en el resto del país todo es igual que en cualquier ciudad europea: estresante y apresurado.

Sea, concedemos parsimonia como virtud o defecto profundamente alentejano, pero en el resto de señales, no hay diferencias entre norte, centro y sur de Portugal. Porque penetramos en el palacio en compañía de medio centenar de turistas, en su mayor parte portugueses, y nos reciben unos frescos muy simbólicos: el ejército portugués sitiando las murallas de Ceuta, ciudad que conquistó en 1415.

Portugal es un país eminentemente defensivo. Su historia se escribe contra España, país invasor del que había que guardarse y, aunque triunfante e independiente, lo cierto es que sus victorias en el campo de batalla son más de resistencia y habilidad estratégica que de aventurerismo con iniciativa. Sobre todo desde que su rey Don Sebastián desapareció en Alcazarquivir, durante la última gran aventura portuguesa al ataque (lo de Brasil no cuenta pues no se trataba de luchar contra ejércitos organizados ni de asediar murallas inexpugnables).

El caso es que ya estamos en el interior del Palacio y el guía empieza a abrumar con cifras que comunican amplitud, cantidad, grandeza: «Visitaremos 35 salas... Observen la imponencia de la escalera... En esta cocina hay 2.200 kilos de cobre en cacharros y utensilios... Esta sala de los Duques mide 150 metro cuadrados... Esta alfombra de 40 metros cuadrados y casi 500 años de existencia es la alfombra persa más antigua de Portugal... La fachada del Palacio mide 110 metros...», va desgranando tamaños y años.

Los duques de Bragança, los nobles más ricos de Portugal, son señores de Vila Viçosa desde 1461 y se les sigue venerando. Hasta el bacalao de algunos restaurantes se llama bacalao del duque de Bragança, en honor del que se sirvió en el bautizo de uno de los últimos descendientes de la casa de Bragança. Como se convirtieron en reyes de Portugal, la visita es más monárquica que una al Palacio de Oriente madrileño. Es otro extraño trauma portugués: les encanta la monarquía, aunque solo sea como saudade, añoran los tiempos gloriosos del deseado rey don Sebastián y por eso están encantados con su actual presidente de la República, Marcelo Rebelo de Sousa, que tiene más trazas de monarca que de cabeza visible de la República de Portugal.

Así que el guía nos cuenta la historia de cada rey portugués, relata melancólico la desaparición de la monarquía y desvela que fue una Bragança, doña Catarina, quien llevó por primera vez el té a Inglaterra y lo popularizó.

Durante la visita al Palacio Ducal, el guía se desvive por abrir todas las contraventanas que vamos encontrando. Es lógico, el Palacio Ducal sigue sin luz eléctrica, como cuando lo visitamos en 2009. Aseguran que es para que lo veamos tal como era. Portugal no es pequeño y encuentra grandeza hasta en la oscuridad.

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