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¿Qué ha pasado hoy, 18 de abril, en Extremadura?

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Lo más interesante desde el punto de vista político que ha ocurrido en los últimos días es, a mi juicio, el ofrecimiento del concejal electo por Barcelona Manuel Valls a Ada Colau para que cuente con sus votos en el caso de que llegue a un acuerdo de investidura con el PSC que le permita optar a renovar el cargo de alcaldesa de la ciudad. Valls da esos votos, que son decisivos para lograrlo, sin pedir nada a cambio. El razonamiento del ex primer ministro francés es impecable: dado que él no puede ser alcalde apoya, entre los que tienen la opción de serlo, la que resulta menos alejada de sus planteamientos para evitar la que considera más dañina. En este caso opta por Ada Colau, esa gaseosa ingeniera en nadar y guardar la ropa frente al independentismo, la líder de 'los comunes' que ha hecho de poner velas a Dios y al diablo el signo más acusado de su gestión al frente del Ayuntamiento de Barcelona, para cortarle el paso a Ernest Maragall, el candidato que -hay que reconocérselo: sin trampa ni cartón-, anuncia su intención de convertir esa ciudad en la capital de su onírica y 'barataria' república catalana.

Lo interesante de la elemental iniciativa de Valls es que para nuestros usos y costumbres políticos se trata de una absoluta novedad porque rompe los encorsetados esquemas de los bloques ideológicos, un asunto tan tabú por estos pagos como para el integrismo la promiscuidad. Que sea considerada novedad una decisión que parece de sentido común (del mal, el menos) sitúa en el punto justo la altura política de Ciudadanos y de 'los comunes' (sin descartar la posibilidad de que si otros partidos estuvieran en esa tesitura tampoco pasarían la prueba). Y -como se dice en la jerga- 'los retrata'. Retrata a Ciudadanos, que se muestra ofendido porque su candidato en Barcelona prefiera tratar de sacar el máximo partido a las pobres cartas que los votantes han puesto en su mano -es decir, prefiera hacer sencillamente política- en lugar de renunciar a hacerlo por los inciertos réditos que le proporciona la irrelevancia de envolverse en la bandera de la pureza, sin importarle que hacerlo suponga entregar Barcelona a su peor enemigo.

Y retrata a Colau, que duda si ser o no alcaldesa en esas condiciones porque su investidura estaría 'manchada' con los apoyos gratis de alguien tan políticamente indeseable como el muy constitucionalista Manuel Valls. No me digan que es fácil de entender que Ada Colau se encuentre ante la posibilidad de ser alcaldesa negociando sólo con el PSC, un partido con el que siempre se mostró dispuesta a negociar, y dude si aceptar o no unos votos inesperados que tienen la particularidad de que no le piden alterar ni una coma su programa.

Hay políticos en la Luna que creen que la gente los vota por ser los mejores. Los votan por ser los menos malos

Este caso -y es la razón de dedicarle estas líneas- demuestra que hay políticos en Barcelona y fuera que han hecho de vivir en la Luna su razón de ser. Son refractarios al barro de la realidad. Creen que los ciudadanos les votan porque los consideran los mejores. Que se desengañen. No es verdad. La mayoría vota a quien considera el menos malo. Si entendieran esto comprenderían perfectamente a Manuel Valls. Y de paso serían mejores políticos.

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