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Perogrullada

Perogrullada

Pedro del Pino

Lunes, 11 de febrero 2019, 08:35

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No sé si estaré cometiendo un plagio o algo parecido. De todas formas, la cosa va conmigo y con nadie más; y como no tengo, de momento, el don de la dualidad que posee Pedro Sánchez y unos pocos -muy pocos y selectos- agraciados más, voy a reproducir en esta columna un párrafo del artículo que el diario Hoy tuvo a bien publicarme el pasado 17 de diciembre, sin que tenga previsto denunciarme a mí mismo.

Así que si ustedes, distinguidos lectores, me guardan el secreto, no creo que la cosa llegue a los Tribunales de Justicia. No piensen que lo hago por vanagloriarme. Nada más lejos de mi intención. Soy consciente de que no tengo ningún mérito porque, con toda seguridad, lo que dije entonces por este medio lo habían pensado antes que yo millones de españoles, incluidos muchos de ustedes. Lo hago exclusivamente para poner sobre el papel el perfil de este Gobierno que se pone claramente de manifiesto al comprobarse que, hasta ahora, ha venido haciendo caso omiso a un razonamiento que bien podía haber sido del profeta Perogrullo, aquel «que a la mano cerrada le llamaba puño».

Decía entonces lo siguiente: «A estas alturas resulta francamente difícil opinar sobre qué medidas debería tomar el Gobierno de la Nación para enfrentar con garantías de éxito el conflicto catalán. El escenario es complicadísimo: por un lado nos encontramos ante una amalgama de fuerzas políticas, a izquierda y a derecha, que conforman el bloque separatista -de entre las cuales ninguna es la mayoritaria en el Parlamento Catalán- que cuenta con el apoyo de menos de la mitad de los votantes, pero que, aún así, ostenta la mayoría parlamentaria, y tiene como única misión dinamitar la unidad de España. Han dejado claro que su único e irrenunciable objetivo es proclamar la república independiente de Cataluña. Ante esta inamovible postura, resulta imposible que el Ejecutivo -que tiene el mandato constitutivo de preservar la unidad de España- pueda conseguir algo a través del diálogo».

Era de esperar por tanto que, más tarde o más temprano, ese mismo Gobierno tuviera que romper las negociaciones y el diálogo con los separatistas. Lo grave de la cuestión es que lo ha hecho tarde, muy tarde. Lo suficientemente tarde como para dejar meridianamente claro que son capaces de hurtar decisiones como la configuración del Estado y su futuro, que sólo corresponden al pueblo español soberano. Ofrecían una mesa de partidos con relator incluido. Este podría haber hecho el relato de una traición y la crónica de un robo: el de la soberanía de España en una parte de su propio territorio.

Afortunadamente las presiones, internas y externas, han hecho recular a Pedro Sánchez por enésima vez en pocos meses. Si su Gobierno fuera un coche, tendría sólo primera y seis marchas atrás y, además, el modelo coupé llevaría tuneadas en ambas puertas la foto del presidente con las gafas de sol que llevaba a bordo del Falcon. Y es que ese es el problema fundamental: que quien dirige nuestro país no ve más imagen que la suya. ¡Pedro, que estamos aquí y somos muchos! Nada, que no se entera.

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