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Quizás porque las jornadas electorales, con sus correspondientes noches de recuento de resultados y reacciones de los líderes de los partidos, tienen vida propia y en ellas la memoria parece más caprichosa que nunca, en la noche del pasado domingo me vino de pronto el recuerdo de una vieja broma del grupo argentino de humor y música Les Luthiers incluida en uno de sus discos de los años 70. Les Luthiers hacía una especie de 'Nodo' con noticias descacharrantes a las que ponía banda sonora musical el simpar 'compositor' Johann Sebastian Mastropiero. Una de estas noticias contaba la historia de un sonriente ancianito austriaco que llevaba 62 años construyendo catedrales góticas valiéndose únicamente de palillos de dientes. Muchos de los palillos que utilizaba estaban ya usados y con los restos que encontraba en ellos -contaba con su inconfundible voz Ernesto Acher- completaba su obra moldeando «árboles y personas de increíble realismo». El reportero terminaba su 'noticia' señalando que se despidió del ancianito austriaco asombrado y «sin comprender de qué se ríe».

Pues bien, cuando en la noche del domingo, sonriente y más feliz que una perdiz, salió al balcón de la sede del PSOE en la calle Ferraz el candidato Pedro Sánchez, me quedé tan asombrado y confuso como aquel reportero de Les Luthiers ante el habilidoso ancianito: «¿De qué se ríe Pedro Sánchez?», me dije. ¿Se ríe por haber perdido tres escaños en el Congreso y la mayoría absoluta en el Senado? ¿Se ríe porque con los resultados del domingo ya no podrá construir un gobierno de coalición con menos de cuatro partidos, salvo el extraordinariamente improbable con el PP? ¿Quizás se ríe por haber dado la oportunidad a Vox de multiplicar por más de dos su representación, convirtiéndose en el mayor grupo parlamentario de extrema derecha de Europa y tercer grupo en el Congreso, con capacidad para presentar recursos de inconstitucionalidad a troche y moche? ¿Aparecer tan risueño por los resultados de las elecciones se deberá a que nunca como a partir del pasado domingo va a haber tantos diputados en el Congreso cuyo deseo es que la Constitución salte por los aires? ¿Se ríe quizás de lo bien que nos lo vamos a pasar con diez partidos en el hemiciclo cuyos únicos intereses son barrer exclusivamente para el sitio de donde proceden? ¿O se ríe Pedro Sánchez en el balcón de Ferraz contagiado por la risa que le llega de Carles Puigdemont desdesde el balcón de Waterloo, por la carcajada de Torra desde el balcón del Palau o imaginando a Oriol Junqueras cómo en esos mismos momentos se parte la caja en su celda de Lledoners? ¿Su risa anticipa, tal vez, los buenos momentos que nos depararán los diputados de la CUP desde sus escaños?

¿Se ríe de todo eso Pedro Sánchez en la noche electoral? ¡Imposible! ¿Entonces de qué se ríe para que se ría tanto? Quizás la respuesta es simple y nuestro presidente en funciones esté contento porque justamente el domingo pasado, mientras España votaba, él acabó la obra para la que está destinado: una catedral gótica que, como el sonriente ancianito austriaco, construye pacientemente con palillos de dientes.

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