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El paraíso no tiene quien lo habite

El paraíso no tiene quien lo habite

La Caja Negra ·

Mario Quintana

Jueves, 1 de agosto 2019, 09:10

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No existe una gran rareza en que el campesinado fuera atraído por la gran ciudad. Lo significante en el caso de nuestro país -en contra de lo ocurrido con las revoluciones industriales de la Europa pionera- es que ese tránsito se realizó con retraso y mal. De hecho, la mayor huida hacia el avance de nuestros paisanos se limitó a la segunda mitad del siglo XX y bajo las directrices de una dictadura. La política de expropiación e inversión en pantanos y presas creó una depresión nacional que vació valles habitados, forzando al ser rural a desplazarse hasta una gran urbe, siendo reubicados en torno a la periferia e incluso despreciados como paletos y mal avenidos en un tejido social incomunicado y con mayores diferencias educacionales que en nuestros días. La capital abrazó más de millón y medio de habitantes en un corto periodo de tiempo. Un hecho que resulta sinónimo de crecimiento para cualquier sociedad que se precie, pero mal asimilado en apenas unas décadas de éxodo.

No debemos confundirnos, el paraíso está vacío. El turismo rural ha hecho frente al veraneo de costa, sí, pero no bajo el mismo orden económico y como hermano menor de una economía delirante. El 'boom' inmobiliario no afectó de igual manera en los incipientes apartamentos de playa como segunda vivienda que a las semiderruidas casas de pueblo del entorno rural, en busca de un inversor que las mantuviera entre sus vigas centenarias. Así, no es raro observar como la sociedad rural del norte extremeño se compone de una población envejecida, añorante, atenuada por la llegada de inmigrantes latinos que de buena manera retoman viejas tiendas y tabernas como esperanza de vida. Ven al pueblo y encontrarás un excelente cubano en un bareto de La Vera: rico ron a precio de saldo con sabrosura. Tampoco es descartable que cualquier anciana del lugar vea en ti una única oportunidad de entablar conversación y ofrezca sin remilgos sus posibles para que tomes un vaso de agua o te deshagas de las restantes. El invierno no es lugar para un turismo de aventura cada vez más acomodado en las rutas predispuestas y al selfi.

Internet, lejos de acercar a las poblaciones más desventuradas, las ha abandonado. A menudo, la cobertura móvil de tales zonas rurales es pobre o ninguna, evitando así el asentamiento de pequeños emprendedores e incluso de trabajadores desde el ámbito casero en busca de abaratar costes y ganas calidad de vida. El mundo rural, concebido como lo que ha sido durante siglos, no es esperanzador y lejos está cualquier gobierno de proyectar vías de convencimiento para que la población se asiente o simplemente no vuele en busca de oportunidades. Mucho me temo que algunas de estas pequeñas poblaciones pasarán a manos de grandes complejos hoteleros, ofertados como un ministerio del tiempo de anhelo y matanza.

Pero mucho me temo que, pasada la debacle económica y el terrorismo religioso, el paraíso no tendrá quien lo adquiera.

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