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Recomiendan los expertos en seguridad cambiar el número de móvil cada cuatro años «para refrescar la agenda», el PIN todos los años, seis meses para sustituir las contraseñas en las redes sociales –que no deben ser coincidentes–, tres para las claves de las tarjetas de crédito, dos para las de las cuentas corrientes, candados y accesos numéricos, un mes para las claves de ordenadores y tablets… O sea que lo que recomiendan es prácticamente un imposible porque cómo llevar en la memoria tantos números y saber a qué dispositivo pertenecen en cada momento. Y para redondear la medida aún la ponen más complicada, porque desaconsejan llevar las contraseñas registradas en ningún dispositivo o anotadas en un papel guardado en la cartera. En caso de atraco, dicen, eso facilita la labor de los cacos y el chantaje posterior, por lo que puedan husmear en fotos, comunicaciones, conversaciones es casi una consecuencia lógica. Y como sabemos que nada se borra…

Al hilo de las precauciones que tomamos o debemos tomar, me he acordado de un recluso, alumno mío, experto en el robo de coches y aparatos de sonido, que nos dio una lección magistral para evitar el robo de los antiguos radiocasetes: «Los más fáciles de robar son los extraíbles, porque suponen tal engorro llevarlos encima que todos los sacan y los guardan debajo del asiento del conductor. Eso no falla casi nunca. Si en un coche falta el radiocasete solo hay que abrirlo y cogerlo, ahorrando el tiempo que se pierde desanclando los fijos». Después se volvió hacia mí: «¿Usted tiene en su coche uno extraíble?» Le dije que sí y su sonrisa fue de triunfo total: «¿A que lo esconde debajo del asiento del conductor?» Llegó a la carcajada cuando le respondí afirmativamente. «Es usted un panoli, don Tomás, los mejores son los fijos o dejar colocados los extraíbles, porque si nos asomamos y vemos el hueco ya sabemos dónde está el aparato».

Yo debo figurar en algún listado de panolis, –pringaos en el argot carcelario– porque también he recibido la oferta de una cuantiosa herencia de cien millones de dólares, que me hace cada tres o cuatro meses una anciana de Illinois, pobrecilla: «Sé que está próxima mi muerte y quiero dejar mi fortuna en manos de alguien que como vos haga buen uso de ella…». ¡Qué gran oportunidad, porque solo tengo que enviar tres mil euros para las tramitaciones, abogados y notarios…! La cosa está tan clara que incluso me pide el número de una tarjeta o cuenta bancaria para ingresarme el dinero… ¡Y yo con estos pelos!

Pero lo mejor, por cercano, es que hace unos días recibí un SMS (¡El número de móvil hay que cambiarlo cada cuatro años!) en el que con motivo de la inauguración del Club Lat…, (intuyo lucecitas en la puerta) en un pueblo del norte de Cáceres, me ofrecen «Un fin de semana de alojamiento gratificante y cincuenta euros para consumir en nuestras instalaciones». Llamé: «Mire, soy el agraciado a pasar un fin de semana en uno de sus 'alojamientos gratificantes' y queremos ir, pero me dice mi esposa que si nos pueden poner camas supletorias para los niños y si disponen de tronas para el comedor…». ¡Cachis! Resultó que no, que no podían y las explicaciones fueron tan inteligentes como esconder el radiocasete extraíble debajo del asiento. Lo mismo me animo y escribo a mi anciana benefactora de Illinois, que además me trata de «vos».

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