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¿Qué ha pasado hoy, 27 de marzo, en Extremadura?

¿Odian la política los extremeños?

Los habitantes de Extremadura no odian la política solo que, en muchas ocasiones, la política formalizada en encuestas y parlamentos insiste en olvidarse de ellos

Ángel Calle Collado

Jueves, 26 de septiembre 2019, 00:31

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Qué relación tienen extremeños y extremeñas con la política en general? Y no me refiero exclusivamente a la percepción sobre partidos, elecciones, encuestas o el buen o mal desempeño de cargos públicos. Hablo también de 'lo político', de nuestra implicación pública en asuntos que nos afectan mediante asociaciones, grupos de presión o redes de protesta, costumbres o si tenemos (o no) criterios socioambientales para llevar a cabo una compra cotidiana.

En un reciente trabajo cualitativo publicado por dos investigadores del CSIC, Ernesto Ganuza y Joan Font, titulado '¿Por qué la gente odia la política?', se concluía que, en el conjunto del país, el «hartazgo general» tiene que ver con el hecho de que la política se circunscribe a los partidos, los cuales son vistos más como maquinarias de intereses vertebradas por relaciones de lealtad, y no tanto por cuidar de lo público. Una cuestión reflejada hace unos días en un estudio de la fundación BBVA, en el que el 55% de las personas encuestadas apoyaban la afirmación «los políticos tradicionales ya no representan a personas como yo». Esta situación pone en marcha otros canales que hacen pasar a la ciudadanía de la desafección (rechazo del sistema político) a la activación (implicación social). Ahí tenemos en la última década la irrupción en las calles del 15M, de la misma manera que ahora nos encontramos con manifestaciones desde 'la España vaciada'.

¿Es diferente Extremadura al resto del país? Creo que no, aunque con bastantes matices. Lo que se percibe como 'alejado' produce gran desconfianza. Según diferentes encuestas del CIS o del Eurobarómetro, en España poca gente siente confianza en la Unión Europea y sí mucha en sus ayuntamientos.

Recuerdo un estudio sobre Extremadura realizado en el 2006, 'Los intangibles en el desarrollo rural', donde se confirmaba el desapego ciudadano con respecto a instituciones como las diputaciones o mancomunidades que, aunque residen a pocos kilómetros del pueblo o ciudad, se consideraban muy alejadas de la ciudadanía.

Entras a una tienda, a un bar o a una comida familiar y es frecuente recoger afirmaciones que no dudan en renegar de la política, en insistir que «son todos iguales» o que las cosas son difíciles de cambiar, pues «dinero llama a dinero, pero lo mucho a lo menos».

Lo cierto es que Extremadura presenta unos rasgos que apuntan, por un lado, a un grado mayor de conformismo con el descontento. Aquí están seis de las diez poblaciones más pobres de este país y unos índices de pobreza severos. El cierre de oportunidades económicas y políticas se percibe, por ahora, como un «no hay nada que hacer»: cerca de 15.000 jóvenes han decidido emigrar en los últimos seis años. Por otro lado, los niveles de actividad pública en clave de asociaciones formales (que no de cooperativismo cotidiano, muy presente en zonas rurales por ejemplo) son significativamente inferiores al resto del país.

¿Por qué es esto así? Quizás la debilidad de memorias colectivas y críticas sea una de las claves. Podemos recordar fácilmente el estribillo enciclopédico, más popularizado por el cantante Roberto Iniesta, de que somos «tierra de conquistadores...», pero poco sabremos de cómo se fraguó la Transición desde posiciones más regionalistas de las que uno observa ahora, y que Ignacio Sánchez Amor refleja en su libro 'Extremadura germinal', publicado en 2016.

Por no decir el escaso hueco institucional con el que se han acogido hechos como los masivos levantamientos campesinos en esta región (política realizada desde lo político), y que tanto han atraído la mirada de historiadores y personas estudiosas del mundo rural, como fue el ocurrido el del 25 de marzo de 1936. A ello sin duda habrán contribuido las dificultades para recrear esferas de participación desligadas de intereses partidistas o inmunes a presiones caciquiles insertas en, por ejemplo, grandes latifundios de la región. Y también la propia incapacidad del tejido social crítico para conectar con malestares extremeños, al menos no con la fuerza con la que hace 40 años se protestó contra la instalación de una central nuclear en Valdecaballeros.

¿Nada nuevo bajo este sol extremeño, ahora más abrupto con el evidente vuelco climático? No lo crean, el descontento siempre busca, tarde o temprano, los canales por donde desbordarse. Y motivos, 'haberlos haylos'. Encontramos reacciones y propuestas en defensa de la educación y la salud públicas y de calidad, plataformas como 'Milana Bonita' por un transporte público no elitista, nuevas asociaciones en el sector primario para la defensa de intereses y por un mundo rural vivo. O la convocatoria para renovar prácticas municipalistas y economías sociales que se celebrará en Alburquerque (Espacio Educativo Tierra Reverde) los días 18 y 19 de octubre. No estamos al borde de una explosión de 'chalecos amarillos' como en la Francia rural, igual no está en el ADN de esta región, pero mimbres no faltan.

Definitivamente los extremeños y las extremeñas no odian la política, solo que en muchas ocasiones la política formalizada en encuestas y parlamentos insiste en olvidarse de ellas y de ellos. Craso error, ahora que Extremadura avanza hacia una encrucijada económica y ambiental donde deberá reinventarse de manera más social y sostenible.

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