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¿Qué ha pasado hoy, 27 de marzo, en Extremadura?

En la UCI de los niños

Existen dos Españas: la de quienes gritan, crispan y se insultan, y la de quienes callan prudentemente, cumplen con su deber, y saben dar amor a raudales

jesús galavís

Miércoles, 6 de marzo 2019, 11:01

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Ocurre en la UCI de un hospital infantil de Madrid. En una de sus camas se despierta de la anestesia mi nieto, operado de algo serio. Está rodeado de niñas y niños igualmente operados, y se adivinan casos terribles. Algunos son casi bebés, apenas unos meses. En esta pequeña tragedia que representamos los familiares, el escenario es metálico y electrónico, columnas de acero de las que brotan cables y tubos que gotean vaya a saberse qué alquimias enrevesadas, monitores robóticos con pantallas parpadeantes y sonoras de inquietos, intimidantes pitidos y silbidos, enfermeras amables que portan extrañas cajas con instrumentos y medicamentos, olores químicos…

En cada cama, sobre las sábanas blancas con ribetes azules, yace un cuerpecillo exánime, adormilado. Alrededor, padres –los menos, y madres, muchas más, sufriendo y cuidando, con el amor a flor de piel. En este espacio tan técnico, tan mecánico, tan de serie de televisión, se amalgaman en el ambiente tres sentimientos muy humanos: el dolor, el cariño y la esperanza. Y de cama a cama, de familia a familia, de vez en cuando se entrecruzan miradas apenas esbozadas y sonrisas que quiero sentir de apoyo, de empatía mutua. ¡Dios mío, cuánta pena da el sufrimiento de un niño! Viéndole tan desvalido en la cama, no sé por qué, me vienen a la cabeza los versos de Gabriel y Galán a su vaquerillo y pienso que, aquí, las horrendas tarántulas son las vías que pinchan su muñeca para medicarle.

Nanook, mi nieto, obviamente ya no gatea, como les conté hace unos años, pero sigue sacando lo mejor de nosotros. Se ha convertido en un proyecto de adolescente, en un zagalillo, en un principito saintexuperiano, con sus preguntas y cuestiones que las personas mayores, tan complicadas, tan torpes y tan limitadas, no entendemos muchas veces ni sabemos respondérselas.

Y de forma absurda, en una extraña conexión en mi mente desde el olor a química, se me anudan al cerebro todas esas siglas, todos esos nombres y apellidos que en estos días adelantan ya la campaña de los nuevos comicios.

Aquí los quisiera ver, pienso, desnudos del disfraz de su papel en el teatro de la política nacional. A lo mejor se humanizaban y nos mostraban el lado bueno de su alma, ese que la armadura del rol que les toca cumplir les oculta. Y desecho esas imágenes, como si ensuciasen este ambiente, esta sala que, por demás, aparece tecnificada y futurista, pero repleta de humanidad, de normalidad, simplemente de cariño y de dolor. Como si se tratase de dos planetas diferentes, en uno habitamos las personas corrientes y en el otro…

Va a tener razón Manuel Vicent: existen dos Españas, no las de derechas e izquierdas, sino la de quienes gritan, crispan y se insultan, y la de quienes callan prudentemente, cumplen con su deber y, llegado el caso, como en esta UCI, saben dar amor a raudales en una situación de auténtico pesar.

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