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La familia formada por Julia Simón y Jesús Caletrio en un parque de Seúl. HOY
Misioneros extremeños en Corea del Sur

Misioneros extremeños en Corea del Sur

Julia Simón y Jesús Caletrio, junto a sus cuatro hijos, llevan dos años en Seúl difundiendo la religión católica en una de las naciones con más baja natalidad

Cristina Núñez

Cáceres

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Sábado, 12 de diciembre 2020, 08:10

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No conocían el idioma ni las costumbres, pero hace dos años se aventuraron junto a sus tres hijos pequeños (de seis meses, dos y tres años en ese momento) a recorrer casi 10.000 kilómetros e iniciar una nueva vida en un país remoto: Corea del Sur. Esta familia cacereña solo sacó un billete de ida y confió (y lo sigue haciendo) en la providencia. Dos años después del inicio de ese viaje transformador Julia Simón y Jesús Caletrio, que han vuelto a ser padres de una niña hace mes y medio, continúan su estancia como misioneros católicos en Seúl. «Somos felices», declara Julia, «estamos bien, contentos», apostilla Jesús en una conversación telefónica que tiene que fijarse teniendo en cuenta la diferencia horaria de ocho horas que nos separa. Parece un detalle menor, pero condiciona las relaciones con sus respectivas familias, que viven en Plasencia y Cáceres. Cuando aquí es por la mañana, allí la tarde ya declina.

Llegaron a un país «caro, donde la gente es distante y hay poca vida social», cuentan. Para ellos no está siendo fácil la integración en una ciudad de 20 millones de habitantes e inviernos de diez grados bajo cero a donde acudieron para dar ejemplo vivo como familia católica. Allí hay una mayoría de personas sin filiación religiosa reconocida, más del 55%. Entre los creyentes predominan los cristianos protestantes, los budistas y los católicos. El confucianismo (una especie de código moral más que una religión) es acogido por el 75% de la población, lo que hace que estén muy extendidos valores como el respeto al mayor. «Y eso hace que sea muy difícil por ejemplo que se relacionen personas de edades diferentes, e incluso condiciona el lenguaje, la forma de dirigirse a los mayores», cuenta Jesús. La ceremonia y la reverencia forman parte de esta cultura, que conjuga modernidad y eficiencia con respeto a la tradición.

Aunque han ofrecido catequesis puntualmente, su tarea consiste en vivir acorde a su fe y abanderar los valores católicos.

«Nuestra labor principal es vivir aquí, ser familia, ir al parque, a la escuela» apunta Jesús. «Aquí hay mucho individualismo, hay mucho índice de alcoholismo y mucha gente sola», apunta Julia.

Forman parte de una comunidad católica integrada por varias personas, hay dos familias coreanas y dos jóvenes también de este país, procedentes de ciudades del sur, otra familia estadounidense y un sacerdote. Están unidos a la Diócesis de Seúl y en contacto con el obispo, que les visita de vez en cuando.

«La gente no es capaz de entender cómo podemos vivir así siendo tan jóvenes, esta es nuestra forma de catequizar»

En Corea del Sur la baja natalidad está haciendo estragos: el índice de fertilidad no llega al hijo por mujer, es de 0,87, lo que hace tambalearse el reemplazo generacional. «No son capaces de entender cómo nosotros somos capaces de vivir así siendo tan jóvenes (33 años), se interrogan, preguntan y nuestra forma de catequizar es esa», apunta Julia. Una de las tareas que han abordado en Seúl es colaborar en la apertura de un seminario misionero. Jesús es ingeniero civil y estuvo haciendo labores de asesoramiento sobre el diseño del mismo. Durante la apertura colaboraron yendo al aeropuerto a recoger gente y en la logística de la inauguración.

Llegar a un nivel de idioma suficiente como para manejarse al 100% no es fácil y por ahora no tienen un empleo como tal. «Hemos estado muy centrados en aprender la lengua y en las tareas como misioneros, hemos apelado a algunas ofertas de trabajo, pero de momento es complicado». Tienen ayudas puntuales por parte de la Diócesis o donaciones de personas concretas. Así van viviendo día a día. «No hay lujos pero no nos falta de nada».

Jesús y Julia reconocen que para los extranjeros es todo muy cuesta arriba, «conocemos a una familia italiana que lleva aquí 25 años y todavía tienen dificultades». Esa losa por ser de fuera la sufrieron a la hora de escolarizar a sus niños. Los colegios son caros y ellos no han podido optar a ayudas, así que se ofrecieron a colaborar con el centro como una forma de compensar los gastos. La exigencia del sistema educativo es una de las características de Corea del Sur, que despunta en la encuesta PISA de calidad educativa. «Solamente puede haber un 10 en la clase, hay mucha competitividad y también un alto índice de suicidio por no llegar a los límites que se marcan». Por ahora sus hijos disfrutan de la calma de una escuela con método Montessori gracias al que «visitan el bosque tres días a la semana».

Julia Simón en una calle de Seúl, la ciudad que les acoge desde el mes de septiembre de 2018.
Julia Simón en una calle de Seúl, la ciudad que les acoge desde el mes de septiembre de 2018. HOY

Dar a luz

La sanidad es muy diferente a la que conocemos en España, porque es privada y funciona a través de seguros. Julia pudo comprobar en carne propia lo distinta que ha sido la experiencia de dar a luz allí. A la complicación con el idioma –tuvieron que hacerle un dibujo para explicarle que el bebé traía una vuelta de cordón umbilical al cuello– se sumaron los distintos protocolos hospitalarios, como compartir habitación con otras seis mujeres o que aíslen a los niños de sus padres y los agrupen en nidos. Julia cuenta asombrada que las coreanas, después de dar a luz, pasan un mes y medio en un hospital en donde les proporcionan cuidados especiales y atienden a sus bebés. «Debió de parecerles inconcebible que yo me volviera a casa a los dos días a cuidar además a otros tres niños».

Pero no todo es choque cultural, hay cosas que les convencen. «Hacer cualquier trámite es muy rápido, no hay que esperar». También valoran los transportes. A pesar de la escasez de niños los parques son cómodos y hasta tienen calefacción para hacer frente al duro invierno. Siempre hay ocio para ellos, y eso les gusta.

Lo de volver no lo contemplan por ahora. «El año pasado estuvimos en Plasencia y en Cáceres en Navidad y la verdad es que estuvimos muy felices y muy arropados, pero nos dimos cuenta que nuestro sitio no estaba en España y, al regresar, nos afianzamos con más fuerza a Corea», concluyen tajantes.

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