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¿Qué ha pasado hoy, 18 de abril, en Extremadura?
«Las pausas en el rodaje con aquella solanera se hacían interminables. Decidimos distraernos un rato y subir al castillo». :: HOY
Juan Domingo Fernández: El mícal y el avión de cañaheja

Juan Domingo Fernández: El mícal y el avión de cañaheja

JUAN DOMINGO FERNÁNDEZ

Viernes, 1 de septiembre 2017, 07:21

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EL verano era la felicidad. En el portalón de mi casa se guardaba una vieja tartana casi igual que las diligencias de las películas del oeste. Un tesoro para toda la pandilla de amigos. «Donde más hay más acuden», decía mi madre con una sonrisa entre satisfecha y resignada cuando veía que sus hijos llegábamos a jugar con un tropel de amigos que enseguida cambiaba los indios y soldados del 'Fuerte' por aquella diligencia de tamaño natural a falta solo de los caballos.

Por las mañanas temprano podía ir hasta Carrancha y regresar con higos para el desayuno. Y jugar con el aro y el garfio que me había hecho Juan Pino, el herrero, utilizando el asa de una caldereta inservible. Y aprovechar la acera (salvo en las siestas) para corretear con aquellos patines metálicos que chirriaban sobre el cemento.

Llegadas las vacaciones había que acudir también a la peluquería de Juan Peña, quien invariablemente se interesaba por los estudios y mientras me apuraba con la maquinilla en el cogote recitaba sentencioso: «Estudiantes que estudiáis los libros de Pirindongo, ¿por qué caga el burro los cagajones cuadrados teniendo el culo redondo?».

La primera vez no supe responder a la adivinanza, pero un amigo más experimentado en el interrogatorio me enseñó la respuesta: «...Porque allí dentro, muy dentro, donde los cagajones cuajan, hay un picapedrero que a los cagajones cuadra». Cuando me oyó, Juan Peña se limitó a sonreír y sin soltar las tijeras dijo: «Así es».

En verano podía frecuentar la Biblioteca situada en la planta baja del Ayuntamiento. Aquella reducida habitación con unas pocas baldas me permitió compartir las aventuras de 'Veinte mil leguas de viaje submarino', 'La cabaña del tío Tom', 'Miguel Strogoff'... Lecturas que completaban las de la primera infancia, cuando mi madre, que coleccionó para nosotros los episodios de 'Marcelino Pan y Vino', tenía un remedio infalible para esos momentos, -tan frecuentes en una casa con muchos hijos- en que alborotábamos y armábamos jaleo: nos dejaba en el cuarto un montón de libros y cuentos y decía: «No os traigo libros, os traigo silencio».

«Si armábamos jaleo mi madre nos daba los cuentos y decía: 'No os traigo libros, os traigo silencio'»

Las siestas eran un paréntesis obligado durante la niñez. A veces rotas por el repicar de las campanas y las voces de «¡Quema, quema, quema!» que precedían a las carreras de la gente buscando escobones y algún transporte para acudir rápido en socorro del vecino.

Pavorosos aquellos incendios en que se consumía la cosecha de trigo en un santiamén. La siesta también era el tiempo de acompañar a mi abuelo a cazar tórtolas en las paredes de los Carrascos, en el camino de la Jara o entre Robledillo y Santa Ana.

Y de escaparme con los amigos a los baños prohibidos en las pedreras o en la laguna. Recuerdo una tarde bañándonos allí completamente desnudos sin miedo al cieno ni a las sanguijuelas, cuando vimos que se aproximaba un pastor con su perro y el rebaño de ovejas. Pies para qué os quiero. Justo el tiempo de agarrar la ropa y correr despavoridos sobre los jaramagos esquivando cardos hasta refugiarnos en un cercado.

En la laguna soñé alguna vez con la aventura 'marinera'. Por aquellos años en los bordes de la charca, rodeada de enormes eucaliptos y plátanos de sombra, algunas mujeres de Ibahernando dejaban allí unas artesas para lavar la ropa denominadas 'paneras'. Parecían pequeñas embarcaciones y entre las travesuras veraniegas estaba lanzarlas al agua y a veces a algún muchacho detrás para que 'navegara' un rato y luego la devolviera a su lugar.

Una tarde 'Gurriato' me dijo que él era capaz de cazar un 'mícal' (un cernícalo) sin escopeta de balines ni 'tirantillo' (tirachinas). A mí no se me daba mal hacer aviones de cañaheja ('cañahierra' dicen en Ibahernando) y como aquel verano había muchas en la carretera, junto a las Cerquillas, le dije a 'Gurriato' que si él cazaba un 'mícal' yo le regalaba un avión de cañaheja con doble ala.

«¿Seguro que eres capaz de cogerlo?», le pregunté. «Ahora verás», contestó. Salió corriendo para su casa y regresó enseguida con uno de aquellos espejos rectangulares de borde metálico que había en los cuartos de aseo. «Hay que esperar a que se quede 'eclipsao'» afirmó mientras sostenía el espejo con las dos manos tratando de deslumbrarle. «Cuando se ponga a planear y se quede quieto es el momento».

Hacía tanto calor que ardía el granito del banco donde nos sentamos. El 'mícal' revoloteaba y parecía quedarse quieto, suspendido en el aire, pero 'Gurriato' no atinaba a deslumbrarle. Tenía el pelo empapado de sudor, que le goteaba por la cara. Pero no desistía. Buscaba al pájaro una y otra vez con giros imposibles del espejo, como si transmitiera en morse a las alturas.

Cuando ya daba por perdida la apuesta, el 'mícal' se precipitó como una pelota de plomo. Corrimos hacia el lugar y vi que apenas había rozado el suelo... En el pico llevaba apresado un langosto inmenso. «Ahí lo tienes», dijo 'Gurriato'. «Ya puedes ir haciendo el avión».

No se me olvida el verano que se rodó 'El tulipán negro' en Trujillo. Mi abuelo nos llevaba a los tres hermanos mayores a ver el rodaje, mientras él se quedaba en el Café Victoria jugando al mus. Los tres íbamos vestidos igual: con polo de rayas, pantalón corto y sandalias blanqueadas con Kanfort.

«Las chicas mayores al rebasarnos exclamaron: '¡Mira: el litro, el medio litro y la ración!'»

Las pausas en el rodaje, con aquella solanera, se hacían insoportables. Decidimos distraernos un rato y subir al castillo. A mitad de camino nos cruzamos con unas chicas mayores que al rebasarnos exclamaron: «¡Mira: el litro, el medio litro y la ración!». Nosotros aceleramos el paso y ni se nos pasó por la mente volver la vista atrás. Sobre las murallas del castillo planeaban los 'mícales' y revoloteaban las chovas.

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