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Dehesa boyal de Ceclavín, con una de sus numerosas charcas para el ganado. :: E. R.
Los médicos de ahora

Los médicos de ahora

En el campo extremeño, los problemas se disipan y la belleza espanta los jamacucos

J. R. ALONSO DE LA TORRE

CÁCERES.

Jueves, 9 de mayo 2019, 08:23

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A mi madre le dio un jamacuco guisando unas perdices y la llevaron al hospital. Allí quedó registrado en su historial médico: «Señora que sufrió un mareo guisando unas perdices». Tras unos días de reposo, le dieron el alta y se fue a casa. Unos meses después, le dio otro jamacuco en su cocina de Cáceres. Cuando llegó a Urgencias, la médico de guardia la reconoció: «Caramba, usted es la señora que guisaba perdices. ¿Qué estaba cocinando ahora?», preguntó la doctora con ironía. Y mi madre respondió con la verdad: «Pues esta vez preparaba croquetas». Más reposo y un dictamen médico impepinable: «Deje usted de cocinar».

¿Pero cómo va a dejar mi madre de cocinar si le va la vida en ello? Durante unas semanas, dejó de hacerlo, pero en cuanto ha asomado la primavera, ella y mi padre, dos temerarios sin prudencia, se han vuelto al campo y ella ha vuelto a cocinar. Porque el problema, creo yo, no era guisar, sino estar en un piso.

Mis padres, nonagenarios en ciernes, nos tienen acongojados. Nada más asomarse mayo, hacen trashumancia: cargan el maletero del coche con la Thermomix y un par de maletas y se marchan a Ceclavín. Allí estarán hasta noviembre, en el campo, a cuatro kilómetros de la civilización, cocinando, pescando, sembrando, cosechando... Y nada de jamacucos, aunque hoy mi madre ase un cabrito, que acaba de prepararles el pastor de los cerros de la dehesa, mañana limpie, enharine y fría las tencas pescadas por mi padre y pasado dedique la tarde a afinar un par de quesos de cabra.

En la ciudad, bastan unas croquetas para acabar en la UCI. En el campo, no hay ensaladilla, paella ni guiso de alubias con pernejón que pueda con mi madre. ¿Qué tendrá la dehesa extremeña para entonar de esta manera y regalar tanta vida?

El sábado pasado fui a verlos y, nada más bajar del coche, respiré y, como siempre, se disiparon todas mis preocupaciones. Fui temprano para desayunar con ellos porque sabía que mi padre iba a hacer churros. A las 11, algo de fruta. A las dos, el aperitivo. Después, la comida. A las cinco, un heladito con un café. Coquillos y nuégados por aquí, bollos azucarados y perrunillas abizcochadas por allá, mazapanes, mantecados... Un pinchino, la cena... Si atacara un jamacuco, la médico de Urgencias no tendría bastante con un folio para recoger las causas. Pero estamos en el campo extremeño y aquí no hay enfermedades.

La médico de Urgencias de mi madre era muy simpática. «Es que los médicos de ahora son muy cercanos», opina mi suegra. Analicemos la frase en la que hay dos términos significativos: ahora y cercanos. Si los cercanos son los de ahora, se entiende que los médicos de antes eran distantes y lejanos.

Mi suegra ha visitado ya dos veces el nuevo hospital de Cáceres y está encantada con la modernidad de las instalaciones, con la luminosidad, la arquitectura, las salas de espera, el funcionamiento ágil y, sobre todo, el trato de los médicos y las enfermeras, que, según mi suegra, se han debido de mimetizar con el entorno y también son luminosos, ágiles y modernos, entendiendo por modernidad un trato con el paciente en el que han desaparecido la ceremonia y la superioridad y triunfan el cariño, la complicidad, la sonrisa y el respeto mutuo.

Lo malo del nuevo hospital de Cáceres es que la carrera de taxi cuesta 10 euros y claro, el viaje de ida y vuelta sale más caro que un vuelo de Ryanair. El bus urbano está bien y, además, para debajo de casa, pero recorre media ciudad, campus universitario incluido, y corres el peligro de que al llegar a la consulta te diagnostiquen un jamacuco por viajar en bus durante media hora mareándote en las 19 rotondas del camino.

Aunque todo lo cura la cercanía de las doctoras. Y no crean que ha sido fácil el tema este de la cercanía. Acostumbradas a la solemnidad distanciada de los médicos tradicionales, a mi madre y a mi suegra les ha costado acostumbrarse a ser curadas por médicos jóvenes con coleta, tejanos y pulseras de cuero que bromean y las piropean. Pero ya lo han asimilado, están encantadas y son felices guisando perdices sin miedo a los jamacucos.

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