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En los jardines del palacio de Medina Sidonia, en Sanlúcar de Barrameda. El edificio acoge el importante archivo y un hotel.

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En los jardines del palacio de Medina Sidonia, en Sanlúcar de Barrameda. El edificio acoge el importante archivo y un hotel. ARMERO

La vida de una extremeña junto a ‘La duquesa roja’

La cacereña Julia Franco relata sus años junto a Isabel Álvarez de Toledo en el palacio de Medina Sidonia

Antonio J. Armero

Sanlúcar de Barrameda

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Lunes, 7 de agosto 2017, 07:35

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La primera vez que Julia vio a Luisa Isabel María del Carmen Cristina Rosalía Joaquina Álvarez de Toledo y Maura pensó: «Esta ni es duquesa ni es ná». Medio siglo más tarde, la llama «Mi duquesa». Y su duquesa es ‘La duquesa roja’, escritora e historiadora, tres veces grande de España y dueña del palacio de Medina Sidonia, que fue el hogar durante una década de Julia Franco Corbacho. Tiene 67 años, nació en Cáceres, y su historia se parece poco a las de los protagonistas que irán desfilando este mes por esta sección de reportajes playeros. A Julia también la encontramos en la costa de Cádiz, pero la suya es una vida fuera de catálogo.

Hija de un contratista de Casas de don Antonio y una ama de casa de Aldea del Cano, Julia se fue a vivir a Madrid con ellos cuando a su padre le llamaron para participar en la construcción del hospital de La Paz. «La casa era un desfilar continuo de extremeños», recuerda ella, que a lo largo de su vida ha sido pionera varias veces. La primera en los años sesenta, cuando se puso a estudiar Comercio en la Complutense, en una promoción en la que solo había hombres. Nada más acabar la universidad empezó a trabajar en una empresa que tenía su sede en el mismo bloque en el que vivían ella y sus padres. Se dedicaba a la venta de automóviles de la marca Daihatsu y a la administración de fincas, y en su cartera de clientes figuraban el ducado de Alba y el de Maura (de Santander). Y a Julia Franco la pusieran al cargo de este último.

Arriba, bautizo del primer hijo de Julia Franco (la extremeña, a la izquierda). El bebé está en brazos de la duquesa, que fue la madrina:: HOY
Imagen principal - Arriba, bautizo del primer hijo de Julia Franco (la extremeña, a la izquierda). El bebé está en brazos de la duquesa, que fue la madrina:: HOY
Imagen secundaria 1 - Arriba, bautizo del primer hijo de Julia Franco (la extremeña, a la izquierda). El bebé está en brazos de la duquesa, que fue la madrina:: HOY
Imagen secundaria 2 - Arriba, bautizo del primer hijo de Julia Franco (la extremeña, a la izquierda). El bebé está en brazos de la duquesa, que fue la madrina:: HOY

Un día se presentó en las oficinas de Madrid la duquesa de Maura con su nieta, que no vestía al modo habitual en los de su clase social. «Venía con los bajos de los vaqueros raídos, con unas zapatillas azules y una camisa azul marino –recuerda Julia–. Cuando la ví me dije: ‘¿Y esta es la duquesa de Medina Sidonia’? Pues vaya tela. Me quedé a cuadros. Pero luego hablabas con ella y te dabas cuenta de que era un fenómeno de la naturaleza. Tenía una personalidad tremenda, y yo creo que era superdotada. A mí me atrajo mucho desde el primer momento».

Una duquesa viene a casa

Hasta tal punto que se atrevió a plantear en casa si le dejaban irse con ella a vivir a Sanlúcar de Barrameda, tal como le había propuesta la duquesa de Maura, encantada de los servicios que le había prestado la joven extremeña –entonces tenía 19 años, le faltaban dos para la mayoría de edad en la España del momento–. «Yo tenía muchas ganas de conocer Andalucía, pero tenía claro que mis padres no me iban a dejar –relata–. Llegué a casa y les comenté que me habían propuesto irme a trabajar a Andalucía, y mi padre me dijo ‘Lo sé, y por mí puedes irte’».

Cuando se marchó a vivir al palacio, la extremeña tenía 19 años, en una época en la que la mayoría de edad estaba fijada en los 21

Lo sabía porque antes de volverse a Santander, la duquesa de Maura pasó por casa de los padres de Julia y les pidió que dejaran marchar a su hija, que ella respondía. Aunque la madre no estaba muy conforme, se impusieron la presunción de solvencia de la duquesa y la voluntad del padre y de la protagonista, una niña que quedó impresionada al entrar en el palacio de Medina Sidonia. No por su tamaño, que también, sino por lo abandonado que estaba. «Era una maravilla, pero estaba de pena –recuerda–. Los sillones del salón de embajadores estaban comidos por las ratas. Tuve que llamar a fontaneros, tapiceros, albañiles, encofradores... Y todo eso estando sola, porque la duquesa, que estaba separada (ya tenía a sus tres hijos), se pasaba el día viajando».

En sus primeros tres meses en Sanlúcar, Julia Franco consiguió reformar la propiedad y poner nombres a los dos empleados que se estaban quedando con dinero. Cuando Isabel Álvarez de Toledo regresó del viaje, quedó impresionada con el cambio y se dedicó a agasajar a Julia, que había recibido de la duquesa de Maura otro encargo: intentar recuperar a los tres hijos de ‘La duquesa roja’, que estaban con su padre. Esta tarea le llevó a la joven cacereña más tiempo que reformar el palacio. Lo consiguió solo temporalmente, pues años después, los tres hijos (Leoncio, Pilar y Gabriel) pelearon en los juzgados por su parte de la herencia materna, cuya mayor beneficiaria fue la francesa Liliane Marie Dahlmann, viuda de Isabel Álvarez de Toledo, con quien se casó unas horas antes de morir, en el año 2008.

La cacereña Julia Franco.
La cacereña Julia Franco. ARMERO

La misión de que los tres hijos volvieran con su madre tropezó con dificultades mayúsculas, cuenta Julia Franco. «Eran finales de los años sesenta y principios de los setenta –recuerda–, y mi duquesa estaba escribiendo ‘La base’ (publicado en 1971), un libro sobre la instalación militar americana en Rota, y lo que hacía era invitar a las fiestas de palacio a todas las putas de Rota, para que le contaran cosas de los americanos, algo que el marido utilizaba para argumentar que su mujer llevaba una vida indecorosa y así quedarse con los niños».

«Conseguí que dejara de llamar al personal a voces; le puse unos timbres»

Julia Franco Corbacho | Trabajó para ‘La duquesa roja’

En ese panorama, la extremeña se plantó. «Le dije que me quería ir, porque no había conseguido que los niños volviesen con ella ni lo iba a lograr. El problema principal eran las fiestas, que alguien las grababa y se las pasaba al marido. La duquesa de Maura se enteró de que yo quería renunciar y vino a Sanlúcar. Me dijo que no me podía ir, y que por una vez, su nieta nos iba a hacer caso». La extremeña aceptó quedarse y siguió cambiando cosas de la vida en el palacio. Algunas, tan cotidianas como significativas. «Mi duquesa –cuenta Julia– se levantaba muy temprano y se iba al archivo. Su obsesión era quedarlo ordenado antes de morir, y así lo ha dejado (es uno de los más importantes de España). A las seis de la mañana ya estaba en el archivo, y a las ocho llamaba al servicio a voces para que le subieran un café. Le dije que a voces no se llamaba al personal, y le puse una campanilla. Un toque era para llamar al servicio, dos si necesitaba al jardinero, y tres si quería verme a mí. Y ocurrió que ella se pasaba el día dándole a la campanilla y al final era un lío, no sabíamos si había dado un toque, dos o tres».

La solución fue llamar a un electricista y encargarle que colocara varios timbres con sonidos diferentes. Y asunto ventilado. Ese de importancia menor y también otro de mayor calado, el de los niños. El cambio de estilo de vida de la aristócrata facilitó la vuelta de sus tres hijos, pero la situación se rompió cuando ‘La duquesa roja’, antifranquista declarada que había pasado por la cárcel –fue acusada de colaborar con ETA–, se tuvo que exiliar. Se fue al sur de Francia, a la zona de Biarritz, Bayona y San Juan de Luz. Julia la visitaba allí todos los meses. «Le llevaba pescado fresco: acedías, chocos, langostinos... Recuerdo que un día me dijo ‘El exilio es un incordio’. Y yo le dije: ‘¿Un incordio? Y estoy yo aquí trayéndote marisco fresco todos los meses...’. Me preparaban el pescado en el mercado de Sanlúcar, todo muy bien congelado, y yo iba primero a Madrid y luego hacía noche en el Obispado de Bilbao. Lo cuento para que nos hagamos una ida de hasta qué punto ella tenía mano entre la gente con poder».

Tras el exiilo en Francia

A la vuelta del exilio, el palacio de Medina Sidonia se convirtió en punto de encuentro de los partidarios de la apertura democrática en España. «Empezó a desfilar por aquí gente de todo tipo, porque se estaban preparando las elecciones democráticas –repasa Franco–. Ella volvió del exilio con otro carácter. Le pagaba los estudios a tres chicos de familias muy humildes».

Con el paso del tiempo surgieron fricciones en el palacio y Julia decidió salir de él, pese a que la duquesa intentó convencerla de que no se marchara. La joven de Cáceres se fue a vivir a Sanlúcar, aunque siguió trabajando para Isabel Álvarez de Toledo. Fuera de Medina Sidonia, la extremeña tenía más fácil cumplir otra de sus ilusiones: participar en política. Concurrió a las primeras elecciones municipales por el Partido Comunista, que resultó la fuerza vencedora en la localidad gaditana. Fue elegido alcalde José Luis Medina, con quien Julia Franco se casó años después. Él, ya fallecido, estuvo cuatro legislaturas al frente del ayuntamiento de Sanlúcar de Barrameda, y ella, primera concejala en la historia local, solo una, encargada de las áreas de Vivienda y de Patrimonio. Cumplió los cuatro años y lo dejó para dedicarse a cuidar a sus hijos (tiene dos, de 40 y 33 años, y una niña saharaui a la que acogió y que ahora tiene 31). Montó dos videoclubs y después una televisión local que luego traspasó.

Ya desligada laboralmente del ducado, mantuvo su relación con Isabel Álvarez de Toledo hasta el final. La acompañó en sus últimos meses de vida, y hace ya tiempo que Julia Franco vive sus días con más pausa. Y más implicada en la Casa Cultural Extremeño-Sanluqueña El Candil, o sea, la casa regional en Sanlúcar de Barrameda. Ahora echa la vista atrás y tiene claro que el balance de sus días junto a ‘La duquesa roja’ es «totalmente positivo», dice. «Ella tenía mucho carácter, pero nos entendimos bien –resume–. Que haya pasado a la historia con ese sobrenombre responde a la realidad de cómo vivió y cómo era. Era muy libre, muy independiente y ayudaba mucho a la gente».

A ella, su trabajadora y amiga de Extremadura, la que logró que se pusiera una falda, le obsequió con un terreno en Bonanza, una barriada a las afueras de Sanlúcar, dentro del pinar de la Algaida, que petenecía al ducado. Resultó que esa finca tenía pozos, mientras que las que le rodeaban no, lo que complicaba la vida de los vecinos humildes que los explotaban. «Regalé el terreno a la gente de allí, que necesitaba el agua, y yo, con dinero de la herencia de mis padres, me compré un piso en Sanlúcar». En la localidad gaditana sigue Julia, colaborando con varias oenegés y con ganas de volver a Casas de don Antonio, el pueblo de su infancia. Quiere enseñárselo a su nieto.

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