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CELESTINO J. VINAGRE
MÉRIDA.
Domingo, 21 de julio 2019, 13:44
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Ha sido uno de los 'secundarios' protagonistas de las últimas cuatro décadas en la historia de Extremadura. «Siempre he querido estar en segundo plano. El protagonismo era para otros», confiesa el cacereño Javier Castaño Jabato, durante 38 años jefe de protocolo, primero de la Junta Regional de Extremadura (la etapa preautonómica) y después de la Junta. Castaño, mano derecha e izquierda a la vez para los presidentes extremeños y persona de referencia para muchos responsables de Protocolo en España, se jubiló en mayo y reflexiona en esta entrevista sobre su trabajo estas cuatro décadas.
Biográficos Nació en Cáceres el 23 de enero de 1953. Esta casado, tiene tres hijas y un nieto.
Académicos Estudió en el colegio Licenciados Reunidos y en el instituto El Brocense. Cursó la especialidad de técnico de empresas turísticas en el Centro Español de Nuevas Profesiones en Sevilla. Sabe inglés y francés y conoce el portugués.
Reconocimientos Entre ellos la medalla de la Orden del Mérito Civil; el premio Internacional de Protocolo por mejor trayectoria profesional; la real orden de Isabel La Católica y dos condecoraciones de Alemania y otra de Bélgica.
-¿Pensó dedicarse al protocolo?
-¡Qué va! Yo iba para piloto de aviación. Era la ilusión de mi vida desde pequeño. Cuando terminé Bachillerato y estaba haciendo la reválida, en gimnasia salté mal y me fastidié bien el codo. Me operaron. Estaba a punto de irme como piloto de complemento. No pude. Me desesperé. Me dijo mi padre que algo más me tenía que gustar que ser piloto. Le dije que los idiomas, las relaciones públicas. En Sevilla había Turismo y me convenció la idea. Antes de terminar esos estudios ya estaba trabajando en una agencia de viajes.
-Dejó el trabajo por su mujer.
-Me casé en 1980. Mi mujer había aprobado un año antes la oposición de funcionaria en la Diputación de Cáceres. Yo estaba genial en Sevilla, no me faltaba trabajo, pero lo dejé por venirnos a Cáceres. Mi mujer, a la Diputación. Yo, al paro. Era septiembre de 1980.
-Le duró poco estar parado, ¿no?
-Sí. En diciembre se creó la plaza de protocolo en la preautonomía, en la Junta Regional de Extremadura. Me animaron a presentarme. Como me manejaba bien con los idiomas pensé que era algo a mi favor. El proceso de selección se hizo a través de entrevistas. Se presentaron 15 ó 16 periodistas. En mayo de 1981 me dijeron que había sido seleccionado como jefe de protocolo.
-¿Tenía claro qué tenía que hacer?
-No (risas). Es verdad que sumaba lo que había hecho antes pero había que conocer la legislación en materia de protocolo, establecida en época de la dictadura. Como estaba entonces recién iniciada la democracia, con el Estado de Autonomía por desarrollarse, nos encontramos con nuevos cargos públicos sin determinar cómo encajar en los diferentes actos. En nuestro caso el protocolo se fue construyendo al compás de la propia autonomía.
-Una autonomía por hacer era un problema más para su trabajo.
-Claro. Había mucho que construir en todo. En cuestión de protocolo no había nada actualizado hasta que se promulgó el real decreto de 1983. Nos vino Dios a ver. Allí ya se contemplaban los nuevos cargos que se habían creado en la democracia. Teníamos dónde agarrarnos para organizar actos. Hasta entonces se guiaba uno por el sentido común. Los gobernadores civiles seguían teniendo mucho poder, los presidentes de las audiencias provinciales... Lo que pasó es que una vez desarrolladas las autonomías y los servicios de protocolo, hubo mucho intercambio de información entre nosotros.
-¿Qué significa el protocolo? ¿Qué trascendencia tiene realmente? A muchos les puede sonar a algo del pasado.
-Primero hay que diferenciar entre saber estar y protocolo. Muchos se confunden y creen que protocolo es solo cómo se coloca una mesa o se comporta uno en un acto... Protocolo es desde inaugurar una fábrica hasta una carretera, llevar una organización y un desarrollo. Imagínate un Premio Carlos V, en Yuste, o la entrega de las Medallas de Extremadura. Conllevan días, semanas de trabajo. Muchos se creen que todo lo bonito que se ve sale porque sí. Está estudiado y analizado al detalle.
-Lo que se movió con la visita de Fidel Castro en octubre de 1998, ¿ha sido su experiencia más singular?
-Cada vez que en Extremadura hemos tenido visitas de jefe de Estado nos hemos enfrentado a los mayores retos. Y aquí hemos tenido la presencia de dos presidentes de Alemania, a los reyes belgas, al presidente de Ecuador, de Chile.... En esas visitas son en las que te dejas realmente el alma. Lo de Castro fue impresionante. Ese hombre tenía el mundo en la cabeza. Hablaba de todo y con datos. Es uno de los personajes que más me han marcado en mi trabajo.
-Todo estaba organizado pero se descuadró a última hora.
-Hay que distinguir dos partes. Cuando fuimos a Cuba (julio 1998) el presidente Ibarra se ganó a Fidel de una forma impresionante. Hubo una cena, que empezó a las nueve de la tarde y acabó las cinco de la mañana en la que Castro se comprometió a venir a Extremadura en poco tiempo. Se celebró en Oporto una cumbre iberoamericana. Fidel fue y avisó que iba a venir a Extremadura. Iba a estar cinco días en Extremadura. Se le preparó un recorrido por la región. Entre otros motivos porque el presidente del Gobierno, José María Aznar, había decidido no recibirlo. Pero Aznar rectificó. Tuvimos que reducir todo lo previsto a dos días.
-¿Y la estancia de Juan Pablo II en Guadalupe en 1982?
-Ese acto es singular para mí por dos motivos. Fue el primero gordo que hice, el 4 de noviembre de 1982. Me marcó. No eras tú el que organizaba sino hasta cinco instituciones: el Vaticano, Ministerio de Asuntos Exteriores, Presidencia del Gobierno, Junta y Casa Real. Nos tiramos muchas horas preparando esa visita para que todo saliera a la perfección.
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