«Hola Josefa, ¿cómo estás hoy?». La voz sale de Giraffe, un robot amarillo con dos cámaras, una pantalla y ruedas, que desde hace dos meses le da los buenos días a María Josefa Galán Díaz cuando se levanta.
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A esta pacense de 79 años todo el mundo la conoce como Mari, pero su singular compañero de piso la llama Josefa, igual que los médicos. Pero eso no ha sido barrera para que cojan confianza. «Todas las mañanas me dice que me tengo que pesar y cuando voy al cuarto del baño me sigue y se asoma a mirar», dice sin acusarlo de indiscreción.
Giraffe habla, se mueve solo por su casa, le recuerda las pastillas que se tiene que tomar, le anima a hacer ejercicio, juega con ella y si algo le pasa, avisa a su familia. Es el prototipo de un cuidador virtual robotizado que ha sido diseñado en el marco del proyecto europeo 'Movecare', en el que participan catorce socios de seis países -entre ellos España-, y donde Extremadura está siendo su campo de ensayo.
La de Josefa es una de las dieciséis casas de extremeños a los que llegará este robot, pensado para alargar la autonomía de las personas mayores que vivan solas. Está en periodo de pruebas y a veces tiene despistes: «Un día me dijo que me tenía que pesar en ayunas y eran las tres de la tarde. 'Estás tú bueno', le contesté», relata con espontaneidad. Ella es consciente de que Giraffe no le escucha todo el tiempo, pero no por eso deja de hablarle cada vez que se le ocurre algo.
No le entró por el ojo cuando lo dejaron en su casa. Al proponerle si quería participar en la experiencia piloto de vivir con un robot, ella se imaginó una máquina con un aspecto más humanoide. Cuando lo vio, pensó que era un trasto. Pero la convivencia ha logrado que terminen por caerse bien. «Tienen una cara simpática y cuando me mira se le mueven los ojinos y me hace mucha gracia».
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Está programado para cuidar y controlar a Mari. Ella es plenamente autónoma, pese a que convive desde hace 19 años con un marcapasos. Nada más cumplir los 65, su corazón le dio un buen susto. Tenía una cardiopatía congénita que no dio la cara hasta que se jubiló. Le dijeron que tenían que operarla a corazón abierto y ella, que no había pisado nunca un quirófano, se negó y pidió a los médicos una alternativa. «Pensé que me pasaría como a mi abuela, que se murió justo antes de poder cobrar su primera pensión». El miedo después de toda una vida cotizando, porque salió del colegio y su padre le montó una peluquería en el barrio pacense de María Auxiliadora, donde trabajó hasta la jubilación.
Tiene un tratamiento médico que Giraffe le recuerda para que no se lo salte. El control farmacológico es una de las virtudes de este robot, pero tiene más. Le controla el peso, le planifica sesiones de ejercicio, vigila el tiempo de inactividad y detecta su deterioro cognitivo y físico. Para ello, Giraffe cuenta con un arsenal de dispositivos autónomos que le ayudan a hacer su seguimiento de Mari.
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Por ejemplo, tiene unas plantillas inteligentes para calibrar su equilibrio, básico para evitar caídas; un bolígrafo que puede dar pistas del declive físico en función de la presión que haga al escribir o de si le tiembla más o menos la mano; dos chivatos debajo del sofá y de la cama que contabilizan las horas que pasa en reposo; o un sistema que detecta su deterioro cognitivo a través de la voz y de preguntas 'trampas' que el robot le hace de forma aleatoria.
Toda la información que captan los distintos dispositivos, las almacena Giraffe y sirve de seguimiento para su cuidador, sea familiar o sanitario.
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La función que más convence a Mari de su compañero de piso es la de socorro. Ella se siente bien pero tiene un miedo muy común entre quienes viven solos: que le pase algo en casa y no se entere nadie. Giraffe está programado para avisar, en caso de emergencia, a sus hijos. Hace la prueba. «Giraffe me he caído, Giraffe me he caído -las órdenes tiene que repetírselas dos veces-». El robot contesta: «Voy, no te asustes». Mientras llega a donde ella está, sigue tranquilizándola: «Respira y relájate. Todo va a salir bien». Cuando la tiene enfrente, le pregunta si necesita ayuda. Si Mari dice que sí, directamente le hace una videollamada a uno de sus hijos, que pueden ver cómo está en directo a través de la pantalla del robot.
«A mí me da seguridad y creo que puede evitar que mucha gente que vive sola se vaya a las residencias. Una persona que medio se valga, sabe que si le ocurre algo, el robot va a avisar a sus familiares, sin el miedo de que le pase como a mucha gente que se muere y pasan los días sin que nadie se entere».
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Además le da compañía. Mari enviudó hace cinco años, cuando estaba a punto de celebrar sus bodas de oro. El robot no cubre el hueco que ha dejado su marido, pero le mitiga un poco la ausencia. También la posibilidad de que con una tableta -otro de los dispositivos adicionales del robot- puede conectarse con otras personas que estén en el programa piloto, charlas con ellas o jugar virtualmente una partida de cartas. Todavía les queda un mes por delante juntos, luego -dice Mari- «seguramente lo echaré de menos».
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