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Inicio de la marcha de protesta convocada ayer en Montánchez contra los parques eólicos que se han proyectado. Lorenzo Cordero
Los malos vientos

Los malos vientos

Es importante que los pueblos se reconozcan en sus paisajes, forman parte de su identidad. Pero también es relevante que los paisajes tengan pueblos

Pablo Calvo

Cáceres

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Domingo, 11 de agosto 2019, 08:56

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Montánchez tiene uno de los cementerios más bonitos de España, que ya lo dejó escrito Luis Carandell, el cronista parlamentario al que se echa en falta estos días para retratar los actuales momentos de política líquida que padecemos. El camposanto montanchego, a los pies del castillo, tiene la singularidad de permitir contemplar un amplio horizonte desde sus alturas, lo que refuerza en el visitante la sensación de paz y tranquilidad porque ya se sabe que quien mira al horizonte, mira a su interior. Así lo ha cantado Luis Pastor, a quien pretende liquidar la política de la nueva derecha madrileña.

Es posible, no lo sé, que desde el cementerio o mejor desde el castillo de Montánchez, donde tantas culturas han dejado su huella, se divise en un día claro la vecina localidad de Albalá, que un día renunció al Caudillo sin necesidad de que se lo impusiera ninguna ley y por el propio convencimiento de sus vecinos de que había llegado el momento de pasar página.

Personalmente, las codiciadas alturas de Montánchez me retrotraen a la infancia, cuando mi padre concluía de forma solemne que la televisión no se veía bien, o no se veía nada, porque la «avería procede de Montánchez». Aquella frase era un mal augurio porque significaba que estarías un buen rato sin poder ver los dibujos animados o el partido de fútbol que estuvieran retransmitiendo. Y efectivamente, ahí siguen en los picos de la comarca esas antenas de comunicación a las que con el tiempo se han ido añadiendo las de telefonía y no sé cuántas más, pero que no quieren compartir espacio con los molinos de viento.

Más recientemente, en 2010, el año en el que España ganó el Mundial y todos nos sentimos invencibles, los vecinos de Montánchez, y de otros pueblos cercanos, se echaron a la calle para gritar que no querían «jamones radiactivos». Un curioso eslogan como reacción al ofrecimiento del cercano Albalá, que tanto huía de su pasado, de aportar los terrenos suficientes para albergar el almacén temporal centralizado, un cementerio nuclear.

El pueblo cacereño aprobó su candidatura en pleno y su nombre llegó a figurar en aquella lista de posibles lugares para acoger tan polémica instalación. Fue entonces cuando Vara y Monago coincidieron en solemnizar su dimisión si el gobierno central, por una vez, daba a Extremadura por territorio ganador. Aquello pasó, el país sigue sin ese almacén nuclear y los dos políticos se han ido alternando desde entonces en la presidencia de la Junta.

No parecía buena idea, efectivamente, que el futuro de la región pasara por seguir apostando de esa manera por la energía nuclear, pero vemos que tampoco está resultando un camino de rosas la apuesta por las energías renovables, especialmente los parques eólicos que dependen de las alturas y de los vientos como los de Montánchez o las Hurdes.

Es importante que los pueblos estén orgullosos de sus paisajes y que sus gentes se reconozcan en ellos. Forman parte de su identidad. Pero también es relevante que los paisajes tengan pueblos. Gente que les dé vida para que no se conviertan en bellas estampas muertas, lugares donde hacerse un selfi los fines de semana o en Semana Santa.

La posibilidad de construir parques eólicos en la comarca de Montánchez ha resultado controvertida desde el principio, y han sido los tribunales los que se han tenido que pronunciar, dando la razón a los promotores, sobre la viabilidad de colocar allí los molinos de viento que tanto rechazo provocan entre sus vecinos. La de ayer no ha sido la primera concentración de protesta, y también ahora los socialistas y populares del municipio coinciden en verlos más como una amenaza que como una fuente de ingresos.

Desde que nuestros antepasados descubrieron la bondad de sus corrientes de aire para la industria jamonera, la comarca montanchega se las ha apañado muy bien y ha consolidado una economía sobre los productos ibéricos, a la que se ha sumado un desarrollo moderado de la actividad turística. Suficiente para ellos. No necesitan aerogeneradores que rompan su entorno y que traigan malos vientos o malos augurios como aquellos que ponían fin a la televisión. El debate sobre desarrollo y conservación vuelve a estar en el horizonte y no para dar tranquilidad precisamente.

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