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GERARDO ELORRIAGA
Sábado, 1 de febrero 2025, 13:48
Sólo un punto separa a Magnus Carlsen de Albert Einstein. El coeficiente intelectual del ajedrecista noruego es de 186, prácticamente parejo al del físico alemán. Los superdotados comienzan a identificarse a partir de 130, lo que significa que el deportista recibe la consideración de profundamente dotado dentro de la escala de Cattell. No se trata de su único récord. En realidad, a sus 34 años, aúna varios, una personalidad singular, algunas polémicas, acaba de contraer nupcias y ha anunciado su intención de residir temporalmente en España, lejos de la fama que lo abruma en su país natal.
La precocidad caracteriza sus marcas. Aquel niño nacido en la localidad de Tonsberg en 1990 aprendió a jugar al ajedrez cuando sólo tenía cinco años y a los ocho ganaba su primer torneo. Cuando contaba trece obtenía el rango de Gran Maestro y en 2010 alcanzaba la primera posición en la clasificación de la Federación Internacional. Entonces, a sus 19, era el más joven que lo conseguía. Ese éxito temprano, entonces inaudito, se ha vuelto una tónica habitual en los últimos tiempos y la irrupción de talentos adolescentes en el panorama internacional resulta habitual. El argentino Faustino Oro, con sólo 11 años, es la última incorporación a este Olimpo de extraordinarios contendientes.
Carlsen fue fichado en 2004 por el club Linex Magic de Mérida para que participara en el campeonato de España, que ese año se celebraba en Lugo, y que era el primer campeonato de España en el que participaba el club emeritense. El pequeño Carlsen, que ya era grande en el mundo del ajedrez, tenía tan solo 13 años, pero ya despuntaba ante el tablero. Fue uno de los primeros grandes talentos que nació con la era informática aplicada al mundo del ajedrez.
Juan Antonio Montero, presidente del club Magic, recuerda que en aquel momento estaba en el puesto doscientos y pico del ranking mundial de ajedrez. «Era un niño con un coeficiente intelectual muy elevado. Muy tímido y reservado, pero muy profesional», dice.
Aquel año, Carlsen estuvo varios días en Mérida. Ofreció una rueda de prensa en el Ayuntamiento y exhibió su talento en una partida simultánea enfrentándose a 25 jugadores extremeños en la Asamblea, acto que tuvo mucha repercusión mediática a nivel nacional. A pesar de su personalidad retraída y su corta edad, Carlsen ya despertaba un gran interés entre la gente. «En esa exhibición creo que perdió una partida e hizo tablas en tres más. Pero fue muy espectacular porque ya se tomaba el ajedrez de una forma muy profesional. Tenía una velocidad asombrosa e iba rapidísimo y apenas se paraba. Ya en esos momentos él tenía muy claro que quería llegar muy alto en el mundo del ajedrez», explica Montero.
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Pero la excepcionalidad del escandinavo no reside en esa manifestación casi infantil de su genialidad. La posterior trayectoria también resulta abrumadora. Su progresión en el juego no parece tener techo y, desde aquellos primeros logros, ha seguido asombrando. Así, en 2013, a los 22, se convertía en Campeón Mundial y un año después, llegaba a reunir 2.882 puntos, otra cota insólita hasta la fecha. Y siguió haciendo historia. Entre 2018 y 2020 se proclamó ganador en 125 partidas consecutivas de la modalidad clásica.
Ahora bien, Carlsen no sólo ha destacado por una carrera brillante o cierto estilo particular, que ha ido modificando desde la agresividad temeraria de su inicio a la versatilidad posterior, generalmente impredecible y, a menudo, también ajena a las fórmulas habituales. El ajedrecista ha recuperado la atención pública que esta disciplina había perdido. Rompía los cánones.
La llegada de Carlsen y su aspecto aniñado contrastó con la habitual imagen de adultos sesudos enfrascados en complejas estrategias. Posiblemente, las generaciones 'millennials' lo conocieron por el gesto adusto que mostraba en los carteles publicitarios de la firma de moda GStar-Raw antes que por sus virtudes frente al tablero. Al parecer, su esposa, Ella Victoria Malone, desempeñó un rol importante en las gestiones que condujeron a la firma del contrato.
Esta disciplina deportiva ha permanecido en un segundo plano mediático en las últimas décadas. El interés parecía haberse diluido después de eventos tan colosales como los de Bobby Fischer y Boris Spassky en 1972 y, sobre todo, los largos duelos de Anatoli Kárpov y Garri Kaspárov, considerado el mejor jugador de todos los tiempos, según algunas fuentes especializadas y que ha ejercido como entrenador de la figura contemporánea.
La controversia resulta inevitable ante una personalidad compleja y poderosa como la del portento nórdico. También se antoja un tanto surrealista. Los problemas surgieron a raíz de su enfrentamiento al estadounidense Hans Niemann en el torneo de Saint Louis. El norteamericano le ganó y su respuesta fue un tanto melodramática. El europeo alegó que su oponente había hecho trampas y se retiró de la competición. Ese incidente fue el comienzo de una disputa saldada con una demanda judicial por difamación que al final fue desestimada.
La faceta más excéntrica de Carlsen se manifestó hace un mes durante el Mundial de partidas rápidas celebrado en Nueva York. Sorprendentemente, el jugador se retiró en protesta porque no podía competir vestido con vaqueros. La excusa se antojaba banal, pero comportaba graves consecuencias. La pérdida del mayor aliciente forzó a los organizadores a negociar su regreso. No era la primera vez que generaba temor en la Federación Internacional. Cuando en 2023 manifestó su decisión de no seguir defendiendo su título, el presidente reconoció que se trataba de una mala decisión para el espectáculo. A pesar de las conversaciones, no cambió de opinión. El hecho parece absurdo, pero hay quien asegura que fue una manera de zafarse del compromiso y regresar a Oslo cuanto antes ya que faltaban sólo unos días para su boda. No fue el único episodio extraño. Al final, el noruego pactó compartir el triunfo con Ian Nepomniachtchi, el oponente final, alegando que ambos estaban cansados y nerviosos. Este acuerdo suscitó críticas de otros maestros, incluido Neumann, alegando que la organización se había plegado a los intereses del cinco veces campeón del mundo, el niño mimado del ajedrez.
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