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Lluvia negra

El tambor ·

alfredo liñán corrochano

Domingo, 15 de septiembre 2019, 09:55

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N año más -querido don Antonio- «detrás de los cristales llueve y llueve». Lágrimas de lluvia sobre Madrid, lágrimas negras de lluvia desnuda, sin rumor «de chopos medio deshojados», sin olor a tierra mojada; lluvia nueva que no amansa la tarde porque llega atormentada de viejos resabios. Sólo un triste repiqueteo de lluvia en el asfalto. Lluvia negra. Miro por la ventana. Llueve. Allá abajo, en el sureste el agua se ha hecho emboscada, «arañando la tierra a tarascadas, por descoser su vientre en cicatrices que supuran buscando los regatos». Conjura de lluvia traicionera. Es triste saber que el agua por la que tanto suspirábamos se ha vestido de muerte. Y vuelvo a ojear el magnífico libro 'Badajoz en clave de riada' de José María Pagador, por recordar los días terribles en los que España entera se volcó con esta tierra cuando el Rivillas y el Calamón rompieron amarras y arrasaron casas, vidas y esperanzas de nuestros mejores vecinos. También la naturaleza gusta de cebarse en los más pobres. Pero España entera se hizo Badajoz. Y nuestros políticos, espoleados quizá por esa marea ciudadana de solidaridad, dieron la talla, el presidente Rodríguez Ibarra y el ministro Álvarez Cascos -todo PSOE, todo PP- se arremangaron y en un tiempo récord el desastre fue conjurado. Sin un mal gesto. Sin la mezquindad de intentar apuntarse ningún tanto. Trabajando codo con codo. Y ahora miro alrededor y pienso que quizá es que era gente de otra madera. Y que hemos cambiado la encina por la hojarasca.

«El cielo se ha cerrado y la tormenta, rebufa allá a lo lejos, aborrascada y torpe, como un viejo borracho». Pero a nadie le importa. España se desangra en la lluvia negra del desencanto, encogiéndose de hombros en la desesperanza del qué más da. Al fin lo han conseguido. La España ilusionada de la Transición -ésa que ahora desprecian los barbilucios del fascio-progresismo- se ha convertido en la España del bostezo. La España del todo vale. La política en su peor acepción se ha adueñado de todo. Da náuseas contemplar cómo alguien que, por lo que fuere, fue percibido en su momento por algunos como una bocanada de aire fresco, se arrastra como un contorsionista rogando un ministerio, «aunque sea a prueba». Y miedo ver a todo un presidente del Gobierno en no funciones decidido a lo que sea con tal de atornillarse en la poltrona, sea como fuere, con elección o sin ella, entregado a nigromantes o filtrando la oportuna encuesta 'ad hoc' y, por supuesto, acogido al sagrado de la televisión que okupa de manera indignante la provisional Rosa María Mateos abrigada en el silencio incomprensible de la oposición. De esa misma oposición que olvidó de un plumazo aquello de «que gobierne la lista más votada» (por ruin que sea) y que ahora se dedica a arrearse pellizcos de monja por ver a quién corresponde ser el número uno de los perdedores. Y una derecha que atiende por Vox que ha conseguido ser la excusa perfecta de la progresía del dóberman pero que, con su desenvoltura, está consiguiendo enviar mensajes comprensibles al común de los sufridores.

Todos ocupados en exclusiva en salir en la foto. En apuntarse el tanto. Con ellos Badajoz seguiría «en clave de riada». A su lado, hasta esta lluvia sucia de asfalto me ha parecido lluvia nueva. Y hasta mi ventana llega, o eso quiero creer, el olor a tierra mojada «besando, con sed de amante antigua, las hojas de los árboles». Llueve.

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