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Literatura

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Ana Zafra

Lunes, 22 de abril 2019, 10:43

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QUE vivimos entre prisas por lo inmediato y no miramos más allá del corto plazo que el consumo nos dicta, que apostamos por lo material y creemos sin valor aquello que menos cuesta o que en el sinvivir de nuestras vidas apenas reparamos en lo que más fácil tenemos, son los signos de este tiempo lleno de ruido y furia que nos ha tocado vivir.

Y, mañana, un año más, en uno de esos calendarios que ya apenas usamos, alguien recordará que es el Día del Libro. Enunciado así «del Libro», en el que «libro» pasa a ser otro objeto dentro de las fiestas del consumo que el marketing ha sabido vender, donde lo importante es comprar un trozo de algo, principalmente, de lo que más de moda esté. Como quien se va a Primark un sábado por la tarde y rebusca entre los montones de ropa el último superventas sin pararse a saber si será de su talla o le ajustará la cintura del corazón.

Y puede que mientras tanto, olvidadas en una tienda de barrio, existan unas páginas que serían nuestras si parásemos a buscarlas y las quisiéramos leer. Si, igual que en una farmacia, preguntásemos por las que mejor se ajustarían a nuestras dolencias. Un libro para el mal de las prisas, uno para el dolor de conciencia, un remedio para la desazón. y el librero-farmacéutico nos expendería el adecuado a nuestros males: Neruda administrado una tarde de sofá calentito, para aliviar las ausencias; Jardiel Poncela y unos quicos, para olvidarse las penas; el Quijote en la dehesa, para el mal de la indecisión.

Leamos, aunque sean malos libros o sublimes escrituras. La literatura ampara a todos, si bien hay mucho bueno por leer y corto nuestro tiempo para malgastarlo

Celebrar el día de la Literatura o, lo que es igual, el de la vida más vida en cuanto a ser inmortal. El de la realidad superada y exprimida hasta decantarla en lo que importa. El de las gafas con las que caminar por un mundo cuya luz se empeña en cegarnos. El de la belleza cruel y la muerte hermosa. El del mal y el bien separados por una pócima.

El que nos recuerda que todos somos nosotros y nuestro monstruo. Que la primavera siempre es la misma pero nunca igual. Que el amor y la guerra pueden brotar juntos porque los dioses, para castigarnos, atienden nuestras plegarias. O que nadie se juzgue feliz hasta conocer su último día.

El que nos ha enseñado que las utopías perfectas terminan convirtiéndose en infiernos imposibles. Que el infierno son los pisos que bajamos en nuestra degradación. Que todo está escrito antes de acontecer. Que seremos espiados y crearemos vidas que nos devorarán. Que somos un sueño y en el sueño vivimos porque nosotros, pobres personajes de una comedia absurda, terminaremos rebelándonos ante nuestro padre y creador.

Donde perdonamos al malvado porque, como a Pascual Duarte, no le faltan motivos para serlo. Y el príncipe puede ser mendigo, pero el mendigo no quiere ser príncipe. Y existen islas con tesoros que soñamos con descubrir. Y polvo enamorado y viento que borra estirpes solitarias. Y en el corazón de las tinieblas encontramos al tirano que nos late dentro.

Leamos pues, aunque sean malos libros o sublimes escrituras. La literatura ampara a todos, si bien hay mucho bueno por leer y corto nuestro tiempo para malgastarlo.

Gocemos, riamos, notemos como «un cielo en un infierno cabe». Eso es Literatura. Quien la probó lo sabe.

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