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Punto de mira ·

agapito gómez villa

Domingo, 28 de abril 2019, 10:01

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Lo dijo Umbral, magistralmente: «La literatura no es sino la memoria sometida a la gramática». Pues eso. No ha muchas semanas, seis, viajando por tierras de infieles, Marruecos, fascinante país donde los haya, y comoquiera que los auspiciadores del viaje eran frailes franciscanos, de Madrid, hube de asistir a la misa dominical, sí: en Rabat para más señas, en donde regentan recoleta iglesia los epígonos del Santo de Asís. Precisamente este año conmemoran los ocho siglos, han leído bien, de la llegada de dicha orden al 'lejano' y vecino país. He dicho «hube de asistir» porque, no siendo uno muy de misa (algo malo habré hecho para que no me haya sido concedido el don de la fe, «un don que da Dios», que me acuerdo yo perfectamente del catecismo escolar: don Francisco Sánchez Ramos me puso un 11 en religión), quería decirles que no era cuestión de faltar el respeto a tan solícitos 'guías': ambos a dos fueron los oficiantes. Por otra parte, y aunque no venga a cuento, uno lleva muy bien el haber sido educado/instruido en la cultura cristiana: Roma y la Cruz.

En tierra de infieles que estábamos, ya digo, no pude por menos que imaginarme la escabechina que podría formar un yijadista zumbado (todos lo son, por definición) que entrase forrado de explosivos en el pequeño templo, ocupado por cien excursionistas. Cuando lo comenté entre los más próximos, ninguno me llamó alarmista, ni nada de eso: tienes razón, me dijeron. Y tanto. En Rabat, mismamente, fue detenido no ha muchos días el zumbado que pretendía producir una masacre en Sevilla durante la Semana Santa.

Supongo que ya saben a dónde voy. En efecto, a las masacres de Sri Lanka. ¿Cuántos atentados en templos cristianos (hoteles aparte, en uno de los cuales murió la pareja española) habíanse perpetrado con anterioridad en la antigua Ceilán? Ahora mismo, no recuerdo ninguno. Sin embargo, nada me extrañaría que alguno de los presentes en los templos arrasados hubiese pensado lo mismo que yo pensé en la iglesia marroquí. Con peor suerte para él, claro.

No es que vaya uno por ahí con la mochila cargada de miedo, no (me gusta viajar, a cualquier parte), pero son tantos los sucesos de ese jaez que uno lleva en la memoria, que me resulta inevitable no pensar en que pueden ocurrir en cualquier lugar, en cualquier momento, que es cuestión de suerte o de mala suerte: sin ir más lejos, aquella vez que en El Cairo nos llevaron a visitar una humilde iglesia copta, asombrosa reliquia de los albores del cristianismo en donde el tiempo se detuvo hace siglos. Por doquier había fotos de Juan Pablo II, reciente peregrino. Pues bien, algún tiempo más tarde, dicho lugar sería atacado por islamistas locos, dejando un reguero de sangre cristiana. En el mismo viaje a Egipto, sentí como un escalofrío al pisar el suelo donde poco antes fuesen ametrallados unos turistas alemanes: 'faraónico' templo de Hatshepsut. Que sí, que los viajeros estamos expuestos, pero lo verdaderamente heroico es ser cristiano en países donde la vida puede ser segada cualquier día, ante lo cual, no puedo dejar de sentir un inmenso respeto, no exento de admiración.

Lo dijo sabiamente 'mi tío' Ramón Gómez de la Serna: «La literatura o es autobiografía o no es literatura». En fin.

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