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Hablemos de las víctimas

Hablemos de las víctimas

Carta de la directora ·

Manuela Martín

Badajoz

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Domingo, 6 de mayo 2018, 10:05

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HASTA su último aliento, ETA ha tratado de presentar su desaparición como lo que no es. No es una retirada honrosa porque hayan conseguido sus objetivos; ni una reconversión a la no violencia porque estén convencidos de que el tiro en la nuca y el coche bomba son un error; es lisa y llanamente la derrota de un grupo terrorista a manos de un Estado de Derecho y con las armas de la ley y la democracia. La ceremonia que interpretaron el viernes en Francia es una farsa con la que pretenden poner un cierre honorable a medio siglo de historia miserable. Salir por la puerta grande del zulo que ellos mismos construyeron para sus víctimas. La participación de unos observadores internacionales que demuestran no tener ni idea de lo que ha supuesto la banda terrorista en España quiere maquillar el fin por agotamiento de ETA con la palabrería de la paz. No engañan a nadie. O al menos a nadie que haya vivido en España los últimos 50 años y no sufra de ceguera moral.

El fin oficial de ETA no ha logrado blanquear su historial, pero quizá sí ha servido para algo positivo: poner el foco en las víctimas. La mayoría de los medios españoles ha recordado el sufrimiento de quienes padecieron la brutalidad de la organización, muchos de cuyos crímenes no han sido castigados. HOY hace en este número un recordatorio de los extremeños muertos; de los asesinatos que siguen sin resolver; y de los que han sido investigados y juzgados. Ese recuento de los extremeños muertos a manos de ETA lo hicimos en HOY hace más de una década, cuando declaró una tregua que después rompió. Entonces le pusimos nombre y biografía al más de medio centenar de asesinados. Pero debo reconocer que ver sus fotos y leer unos párrafos sobre sus vidas todavía me impresiona.

Me desasosiega leer la historia de José María Piris, el niño que murió al darle una patada a una bolsa de deportes cebada con una bomba; pero también la de Maudilia Duque, la abuela que vivía en el cuartel de la Guardia Civil que fue volado por una bomba. O Margarita González, herida por la bomba que iba dirigida a Aznar, en Madrid, y que impactó en su casa. O las decenas de guardias civiles, policías y civiles cuya vida fue segada por culpa del desvarío de los terroristas y la complicidad de demasiados ciudadanos.

Durante medio siglo todos hemos sido víctimas potenciales de ETA, solo el azar nos ha salvado de convertirnos en una de ellas. Que ahora los enterradores de la banda vengan a hacer distinciones entre buenas y malas (buscadas y casuales) solo demuestra su bajeza moral. En la página 3 publicamos una fotografía que es la composición de los rostros de los casi mil asesinados, el símbolo máximo del dolor causado por ETA. Si tuviéramos que retratar a todas las víctimas, los heridos, las familias, los amenazados, los extorsionados, los que tuvieron que huir, no cabrían en todo el periódico. Tan grande ha sido el daño producido.

Si contamos qué ocurrió no es para regodearnos en el dolor, ni para contribuir a abrir las heridas. Es para que los etarras y sus administradores no logren su propósito de embellecer su 'lucha'. No fue una lucha política ni militar. No tuvo nada de heroico. Fue un negocio de extorsión, una actividad mafiosa. Y es bueno que los más jóvenes, que de ETA tienen solo referencias, no duden de quiénes eran los buenos. Y si hay que explicárselo una y mil veces, hagámoslo.

Ahora que está de moda cuestionar el Estado de Derecho y decir que España es un estado represor quizá conviene recordar que a ETA la ha derrotado ese estado. Esos policías, esos jueces y fiscales que no han descansado hasta conseguir debilitarla y meter en prisión a quienes truncaron la vida de 855 personas. También la sociedad española, que despertó de su inicial error de ver a la banda como una luchadora contra el franquismo y acabó por abrir los ojos ante su verdadera naturaleza. La historia de ETA son ese casi millar de muertos, pero también los centenares de heridos, las miles de personas que vivieron durante años con escolta, con la congoja de que podían ser los próximos; o los que abandonaron el País Vasco porque su nombre había aparecido en una diana. Hoy parece una historia muy lejana, pero no lo es. Fue anteayer cuando nos sacudía la noticia de una nueva bomba, un nuevo secuestro, más muertos. Ha acabado la pesadilla, pero no deberíamos olvidar su enseñanza.

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