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Garbanzada sevillana con langostinos en uno de los restaurantes 'Ignacio Vidal' de la ciudad. :: A. T.
Garbanzos y 'fachalecos' en Sevilla

Garbanzos y 'fachalecos' en Sevilla

Curso rápido de inmersión en los tópicos más manidos de la Andalucía moderna

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Miércoles, 3 de abril 2019, 08:28

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En el hospital sevillano donde paso mis días y mis noches, estoy viviendo un interesante curso de inmersión en tópicos andaluces. Por ejemplo, la televisión. Hace unos cuantos años, Eduardo Sotillos me explicó la manera que tenían las cadenas de testar sus programas: si conseguían llegar a un público andaluz y femenino de entre 40 y 60 años, entonces tenían el éxito asegurado. Esa teoría, conocida y practicada desde hace años, se popularizó hace unos meses levantando mucho debate y mucha indignación. Mi experiencia en estos días andaluces no me permite esbozar ninguna teoría salvo constatar que aquí se ve mucha televisión.

Cuando uno entra en una habitación de hospital sueña con estar solo en la habitación. Yo no pido tanto, me conformo con que la familia de la cama de al lado no sea adicta a la tele. Eso en Andalucía es imposible. En este hospital, las habitaciones parecen bares con la tele encendida de la mañana a la noche. Es un suplicio. A mí no me importa pasar una semana en un hospital acompañando a mi mujer, pero no soporto dos horas seguidas de televisión cambiando de canal a cada rato sin que me pidan opinión ni permiso.

Imagínense mi desquiciante situación: intento leer una novela en un sillón apoyado en la pared, justo debajo del monitor. Delante de mí, tres personas sentadas en taburetes y sillones viendo la tele desde bien temprano hasta el toque de queda. Es más, a la hora de la siesta, se duermen con la tele encendida y si la apagas, la encienden para seguir durmiendo con la nana-sonsonete de los concursos y las telenovelas.

Al principio, pensé pactar: seis horas con tele, seis horas sin tele. Al final, he decidido no crear tensiones, aguantar como sea y soportar todos los Telediarios y todos los Sálvame. Si este hospital es un microcosmos de Andalucía, entonces es cierto: aquí la tele es sagrada y como son muchos millones, debe de ser verdad que si llegas a ellos, tienes el share asegurado.

El hospital está en un barrio un tanto contradictorio: los pisos son como colmenas, sin balcones, sin gracia y todos iguales. Si miras hacia arriba, tiene trazas de barrio humilde, pero si te fijas en los negocios, parece un barrio chic. Está lleno de cafeterías, coctelerías y taperías muy bonitas, muy bien decoradas y con cocina de calidad. Las hay por decenas y de vez en cuando, entre bar y bar, una clínica de belleza, una franquicia de adelgazamiento o una peluquería. Es como si los vecinos se dedicaran a comer y a engordar por las mañanas y a visitar a las dietistas y los nutricionistas por la tarde. También abundan las clínicas de perros y gatos, que no faltan en cuanto barrio nuevo se levanta en España, el país donde dicen que las atracciones de los próximos meses van a ser Vox y el Pacma, es decir, taurinos y cazadores frente a animalistas y antimataderos, el rabo de toro con patatas frente a los brotes de soja con patatas, carnívoros frente a veganos, las dos Españas en versión zoológica por un lado y las familias de centro unidas en sus barrios en torno a los hijos, la tele, el perro y el gato.

Cuando salgo a comer a las taperías de los alrededores, me llama la atención que el plato nacional andaluz no sean las tortillitas de camarones esas en las que no se ven los camarones por ningún lado, sino los garbanzos. Los ofertan en todos los bares y de todas las maneras: con langostinos, con bacalao, con almejas, con atún, con pollo, con setas... Los preparan bien, muy especiados y sabrosos.

Abundando en los tópicos, me hace gracia la cantidad de sevillanos disfrazados de los dos graciosos de 'Ocho apellidos vascos'. Se les ve por el hospital, por los bares, en las farmacias y en el supermercado de la esquina donde compro la cena. Me dicen que aquí está de moda ese estilo desde hace años, al igual que los 'fachalecos', esa especie de anoraks sin mangas que no sabía que se llamaran así.

Con estas y otras tonterías me entretengo hasta que llega el mejor momento del día: la noche. Me acomodo en mi sillón-relax (prefiero los de la Residencia de Cáceres) y no es que duerma mucho, pero es el único rato sin televisión.

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