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El futuro de Extremadura no está en China

Innovación es, ante todo, cambiar de mentalidad y de herramientas. Por ejemplo, apoyar el acceso a un cooperativismo de los sectores más jóvenes; aumentar la transformación productiva y la capacidad de compra en Extremadura; o realizar una apuesta de género ante la 'feminización' de la precariedad

Ángel Calle Collado

Lunes, 22 de julio 2019, 00:21

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Por ahora exportamos poco a China, apenas 25 millones de euros (menos del 1% del total), fundamentalmente lana y vino. Sin embargo, rememorando el imaginario de 'Bienvenido Mr. Marshall', comienza a extenderse la idea de qué podría suponer para Extremadura si esta nación de naciones denominada la República Popular China pasase a ser un consumidor creciente de materias primas o productos sin transformar de nuestra tierra.

Se trataría de alimentar la fábrica mundial de la que salen buena parte de los objetos, prendas o cachivaches que habitan nuestros hogares. Uno lee artículos que hablan de las bajas calidades del jamón, del aceite o del tomate que se consume allá y lo que podrían gustar nuestros productos en el lejano Oriente. Encuentro informes y planes de investigación sobre cómo asentarse en mercados chinos, qué socios o qué tipo de elaboraciones (envasados, aditivos) podrían permitir exportar productos frescos a tan largas distancias. Sin duda el hecho de contar con una población que se aproxima a los 1.400 millones de personas es un factor a sopesar. O que importantes sectores para el campo extremeño se replanteen sus destinos, puesto que se avecina un Brexit abrupto y, por ejemplo, las exportaciones de frutas de hueso dependen en un 15% de las decisiones de aquel país. Alimentos de Extremadura, por su parte, viene participando en ferias agroalimentarias en China que tratan de reconstruir una 'ruta de la seda' en un mundo globalizado.

Pero el optimismo sobre China, como aquel que hace descansar el futuro extremeño en el consumo estadounidense o el que genera el reciente acuerdo entre la Unión Europea y Mercosur resulta, a mi juicio y sobre hechos y argumentos que expondré después, bastante infundado, escasamente probable y altamente indeseable. ¿Saben ustedes que se ha duplicado el número de acuerdos económicos internacionales en los dos últimos lustros hasta llegar a los 300? ¿Creen que ha supuesto un revulsivo para el comercio global? Expertos y expertas hablan de un desplome de los intercambios mundiales, al observar el crecimiento del 1,4% de productos manufacturados, una crisis que arrastra al propio comercio (que cae un 5% en 2018) y de paso a China, que se convierte en una locomotora con menos resuello.

Estos tratados suscritos suponen, en la práctica totalidad de los casos, una apuesta por desmantelar o precarizar aún más los sectores ganaderos y agrarios primarios de regiones como Andalucía, Extremadura o Levante. Se está fraguando una gigantesca deslocalización productiva, que beneficiará a multinacionales y algunas grandes empresas de cada país, pero poco a la pequeña agricultura y ganadería de los países que suscriben estos acuerdos.

Dicha deslocalización no está exenta de numerosos conflictos, límites, y tiene claros ganadores y perdedores. ¿Qué ocurrirá cuando se decreten entre sí las grandes potencias nuevas guerras comerciales? ¿No sería más necesario y urgente mirar hacia dentro, apostarle a un derecho a la alimentación sana en Extremadura, para paliar la creciente desnutrición infantil de esta región según Unicef?

En los últimos 10 años viene cayendo el consumo de fruta, un 22% en el caso de la nectarina y el melocotón. Que se exporte el 75% de la fruta extremeña no es un éxito. Es una apuesta mercantil que sirve a la gran distribución y hace cada vez más enano (en capacidad de negociación) a los pequeños productores. Cinco Goliats agroalimentarios controlan el mercado de la fruta frente a doscientas organizaciones de productores y varios miles de familias que se dedican a alimentar nuestros hogares con su trabajo cada vez peor pagado. Por no hablar de las consecuencias sociales y ambientales del vuelco climático y de la menor disponibilidad de petróleo. Exportar con un escenario de cinco euros el litro de gasolina se hará cuesta arriba. Insistir en monocultivos intensivos y mantener la fertilidad, por otra parte, será una quimera para una región que recibirá en unas décadas un 30% menos de lluvias y un alza similar de temperaturas.

Solicito un debate sobre innovación. Pero un debate real, no uno restringido a favorecer exclusivamente el uso intensivo e imprudente de recursos naturales o repetir como un mantra que la solución está en el comercio internacional de la mano de grandes distribuidoras. Tampoco basta con crear un nuevo vocabulario acorde para la pequeña producción como 'emprendedores', 'start-ups', 'productores de IV Gama', 'agricultura inteligente', etc. Innovación es, ante todo, cambiar de mentalidad y de herramientas. Por ejemplo: apoyar el acceso a un cooperativismo industrial o agroganadero de los sectores más jóvenes; aumentar la transformación productiva y la capacidad de compra (renta básica, salarios mínimos) en Extremadura; realizar una mirada y una apuesta de género ante la 'feminización' de la precariedad; potenciar sectores paraguas en clave de sostenibilidad como la salud comunitaria y preventiva, operadores energéticos autonómicos o comarcales, mercados de proximidad, financiación local y pública, industria adaptada a los nuevos escenarios y necesidades climáticas, turismo que no demande grandes inversiones; reforzar la educación y la cultura que enganche con el cuidado de territorios y manifestaciones populares, etc.

La innovación más fuerte y necesaria es la social, debería ser extremeña y no volverá reforzada de China.

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