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Las fronteras del odio

El batiscafo ·

Alfonso Callejo

Miércoles, 16 de octubre 2019, 12:19

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ME quedé pensativo al contemplar la expresión del rostro de aquella mujer que, al grito de «puta España», vaciaba una botella de vodka en la cabeza de una reportera. También al ver el escrache a los médicos por atender pacientes en castellano o agredir a mujeres por exhibir una bandera de España. Y recordé, muchos años atrás, las clases magistrales de Psicopatología del profesor Gradillas, cuando nos decía que al odiar se activa un circuito exclusivo en el cerebro que deja una huella perdurable y tiene la facultad de eliminar por completo la empatía, haciéndonos pensar en términos nosotros-ellos; ellos son indistintamente los judíos, los negros, los gitanos, los tutsi, los musulmanes o los españoles. Es evidente que la diferenciación lleva al odio, y que quienes se afanan en agrandar esas supuestas diferencias están, consciente o inconscientemente, provocando una fractura mayor en las sociedades donde ese sentimiento ha anidado.

Algunas claves sobre el origen del odio y qué se puede hacer al respecto se desvelan en el libro de los psicólogos Robert J. y Karin Sternberg 'La naturaleza del odio' (2010). Es importante conocer que este sentimiento, que se presenta en una amplia variedad de contextos, puede no depender de percepciones o experiencias negativas vividas, sino que es fácilmente dirigible con el empleo de falsedades, posverdades y diferentes adoctrinamientos que provienen de esferas en las que se suele confiar, como los sistemas educativos y los poderes públicos. Así como la ira es una emoción básica, incluso necesaria para la supervivencia, el odio se construye culturalmente, no siendo justificable desde el punto de vista racional porque atenta contra la posibilidad de diálogo y construcción común.

En el caso de la 'cuestión catalana', aunque no todos los independentistas se comportan como la mujer del vodka, quienes afirman que se trata de un problema político que requiere una solución política no adoptan una postura ecuánime, pues buscan inclinar la balanza para que esa hipotética solución satisfaga unas expectativas creadas tendenciosamente en la población en detrimento de la otra opción. El asunto no solo se ha politizado, sino que se ha ideologizado, que aunque parezca lo mismo, no lo es. Las soluciones políticas difícilmente van a eliminar el odio generado (u otros sentimientos similares que conducen a él, como el rencor, el desprecio, la inquina, la aversión o la hostilidad). Lo ideal, aunque lo veamos difícil, sería aprender a interpretar lo sucedido de una manera distinta, más racional. Al menos es lo que dicen los psicosociólogos que se necesita para disminuir los efectos emocionales del odio. Tarea que requiere enorme voluntad: si ya es complicado empatizar con un igual, con el 'diferente' cuesta mucho más, pues nuestro cerebro va a lo 'fácil' que es odiarlo por no ser capaz de comprenderlo. Aquí pasa algo parecido a lo que ocurre con el calentamiento global: primero hay que intentar reducir o eliminar las causas del efecto invernadero para que la temperatura del planeta al menos no suba, siendo ideal que bajara a niveles sostenibles. Pues también deberían cesar los adoctrinamientos, las falsedades y las posverdades para frenar ese gran agujero de entendimiento que ahora impide minimizar la frontera del odio, que puede ser más perenne incluso que la de los mapas.

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