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¿Qué ha pasado hoy, 27 de marzo, en Extremadura?
Pablo Casado, en el centro, durante su visita a Cáceres en la campaña electoral.: HOY
El fiasco de Casado

El fiasco de Casado

Mientras el PP se ha cegado con el brillo de su pacto a la andaluza, lo que ha movilizado a la izquierda y asustado a sus propios votantes por la cercanía a Vox, Rivera puso las luces largas para ser el partido hegemónico a la derecha del PSOE

Pablo Calvo

Cáceres

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Domingo, 5 de mayo 2019, 09:43

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«El PP sigue en caída libre mientras Ciudadanos (Cs) escala puestos en intención de voto». La frase no se refiere a los resultados de las elecciones generales del pasado domingo. Corresponde al resumen periodístico del barómetro del CIS de mayo del año pasado en el que el partido de Albert Rivera se situaba a punto y medio del PP. Tres semanas después triunfaba la moción de censura del PSOE contra Rajoy que cambió el gobierno, pero no alteró la relación de fuerzas que ya se venía apuntando en el centro-derecha español. El domingo, Cs se quedó a menos de un punto de los populares, que confirmaron la caída en picado.

Por supuesto, en el descenso hasta esos 66 escaños en los que se ha quedado el PP ha influido el crecimiento de Vox y el seguidismo hecho por Pablo Casado, pero esa merma de diputados hacia el partido de Abascal nunca les importó demasiado ofuscados como estaban en que lo importante, lo único importante, era sumar. Elaborar un proyecto capaz de seducir al mayor número de españoles se convirtió por ello en un objetivo secundario. Lo principal era tener la suficiente fuerza aritmética para gobernar, y eso exigía no pisarse la manguera, ser amables con la extrema derecha (con permiso de Casado).

La fuerte caída del PP y también su brusco giro de esta semana no se entendería sin la fecha del 2 de diciembre. Casado y su nuevo equipo se quedaron cegados por el resultado de Andalucía y el brillo de ascender, por fin, a la presidencia de la Junta. A partir de ahí, su diagnóstico se redujo a repetir el pacto a la andaluza que solo exigía ser prudentes con Vox y hacer guiños constantes a aquellos votantes que se encontraban indecisos entre ellos y Abascal. El apoyo de Ciudadanos vendría de suyo si sumaban.

Casado, en fin, nunca ha pensado en ganar, solo en alcanzar la Moncloa, y en ese camino ha introducido un riesgo de involución que ha sido percibido y asustado a muchos votantes incluso del PP, para quienes cuestionar la ley del aborto y la existencia de la violencia machista, por ejemplo, son también asuntos superados.

Si hubieran hecho un análisis correcto, es decir, el que ya les apuntaba el barómetro del CIS de hace un año, se hubieran dado cuenta de que les habría ido mejor tratando como un partido marginal a Vox, poniéndoles un cordón sanitario a su alrededor, y centrándose, nunca mejor dicho, en construir un proyecto capaz de competir con quienes de verdad les había comenzado a discutir el espacio de centro-derecha. Con ese tratamiento amable y cómplice, Vox les ha restado 24 diputados, pero Ciudadanos ha crecido 25.

No hay que negar la visión de Rivera. En cuanto observó la debilidad creciente de los populares, se entregó al objetivo de convertirse en el partido hegemónico a la derecha del PSOE, aunque ello le obligara a sacrificar a sus votantes más progres. Mientras Casado pensaba en otro acuerdo como el andaluz, Ciudadanos quería desbancar al PP. Los populares apostaron por el cortoplacismo y los candidatos extravagantes, mientras Cs ya había puesto las luces largas. Después del domingo, el martes se dieron cuenta de que los votantes prefieren cada vez más a la formación naranja porque, al mismo tiempo que se muestran contundentes en la unidad de España como ellos, mantienen posiciones más centradas y actuales en temas sociales, además de no llevar consigo la mochila de la corrupción.

A Rivera le resultó suficiente convencer al electorado de que su negativa a pactar con Sánchez era firme. Lo consiguió. Casado ni siquiera ha convencido en su llamada al voto útil, y cuanto más retrocedía en sus posicionamientos, más argumentos daba a quienes pensaban que votar a Vox no era una cuestión extraña. Tan cerca estaban.

La política de la moderación y la fuerza de disponer del Consejo de Ministros para aprobar medidas de impacto social y económico le ha dado un gran rédito al PSOE. Diez meses le han valido a Sánchez para trasladar a los ciudadanos una imagen presidenciable y apuntar unas políticas que empiezan a recuperar el estado de bienestar destruido por la crisis. Cataluña o no ha sido tan determinante a la hora de elegir papeleta o el ciudadano no ve tan dramática su política de mano tendida al diálogo, pero está claro que el resto se lo ha dado Andalucía y el miedo a un pacto de las derechas, capaz de movilizar al más perezoso.

En la noche electoral del domingo, el PP extremeño intentaba dulcificar el fracaso perseverando todavía en el argumento de la suma de tres. La extrapolación de los resultados, advertía Monago, les permitiría llegar a la presidencia de la Junta de Extremadura gracias a la aritmética. ¿Con quién sumarán el próximo 26 de mayo. Con la ya etiquetada extrema derecha? Mientras, Rivera sigue con las luces largas y ya ha dicho que habrá políticas distintas con el PSOE según las comunidades autonómicas y los ayuntamientos. Es decir, ya no necesita al PP para influir o para gobernar.

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