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La Factoría del Churro

La Factoría del Churro

Cáceres ya tiene una churrería por cada 4.000 habitantes

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Viernes, 16 de abril 2021, 08:00

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Este mes, Cáceres alcanzará, por fin, un récord que marcará con intensidad su identidad local: abrirá la churrería número 23, es decir, habrá en la ciudad una churrería por cada 4.165 habitantes, marca homologable en el libro Guinness. Teníamos 21, pero hace unas pocas semanas ha abierto la churrería Sanarra, en la avenida de la Montaña, y en nada, se inaugurará la churrería 23, que tiene el nombre más moderno de todos: se llamará Churros Factory y será la primera situada en plena 'Calle Mayor' cacereña: esa senda de los elefantes que une la Cruz con la Plaza. Ahí, en medio, donde San Antón se bifurca hacia San Pedro y Donoso Cortés, tendremos la factoría del churro. Y se anuncia la churrería número 24 en la calle General Ezponda, aunque parece que tardará un poco.

En la era de la globalización, en todas las ciudades españolas se inauguran bares de apuestas donde te invitan a cervezas y te puedes hacer rico apostando 50 euros a que el Aceuchal empata a tres en Valdivia. También abren negocios pensados para el ojo, el pelo o el diente. Es decir, peluquerías y clínicas odontológicas low cost y ópticas, que pueden llegar a regalarte un jamón si compras allí unas gafas, además de tener unos aparatos tan sofisticados que te leen el ojo y el alma con un par de guiños.

Lo último en cuestión de pelos en mi ciudad es una peluquería bajo coste que ha abierto en la plaza de Colón, entre una lavandería y un bar remasterizado. Es una de esas pelus tan modernas y tentadoras que uno lamenta ser calvo y no ser hipster: muchos sillones, mucha luz, muchos espejos, mucho muchacho y mucha muchacha vestidos de negro, que se ríen mucho y te invitan a café, a refrescos, a caramelos mientras suena música que anima, funciona un wifi infalible y te dan conversación. En fin, entras a recortarte la perilla a la hora del café y sales de allí cenado y enamorado.

Pero todo eso es global, es decir, vulgar, corriente, repetido y nada identitario. A partir del ojo, el pelo y el diente, nadie es capaz de crear una seña de identidad, ni tan siquiera una miserable singularidad. Pero con el churro, sí. El churro es cultura propia y no hay país, región ni ciudad donde se inauguren las churrerías de dos en dos. Solo en Cáceres sucede algo así, solo en esta ciudad donde, cuando se levanta un barrio, antes que la iglesia parroquial, la farmacia y la panadería, se instalan las churrerías.

El churro era un producto muy de feria, muy ambulante, y de esta manera triunfó en Cáceres de la mano de la familia Ruiz, churreros ambulantes andaluces que ven futuro en Cáceres y aquí se instalan, ya de quieto, a mediados del siglo pasado. Primero, abren un quiosco churrero de madera en la plaza Marrón; después, fueron llegando más familiares y los Ruiz llegaron a tener seis churrerías. Por origen y descendencia, los últimos Ruiz son los churreros de la plaza Marrón, de la plaza de toros, de Gómez Becerra y la Barrantes de Llopis. Los Ruiz abrieron la primera churrería que hubo en el campamento de soldados Santa Ana y también tuvieron churrería en el antiguo Parador del Carmen, justo al principio de la ronda del mismo nombre, que luego se trasladó a la avenida de Alemania.

En el barrio cacereño de San Blas, Pedro Canalo hace, quizás, los churros más largos del mundo (34 centímetros), además de sortear la cesta de Navidad, y ahí no vale el quizás, más surtida del mundo, que incluye varios coches y motos y un montón de carros de Carrefour (alquila el local contiguo a la churrería para poder mostrar la cesta).

Si en otros lugares tuvieran un universo churrero tan rico, habrían montado con él un relato mítico supremacista y se sentirían superiores por haber convertido un poco de agua, harina y sal en una seña de identidad. Aquí, no. En Cáceres, a lo más que llegamos es a modernizar los nombres de las churrerías. Hasta ayer, se llamaban Montero, Vicenta, La Porra o Castillo. Ahora, se llaman Churros Factory o Farinelli.

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