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¿Qué ha pasado hoy, 18 de marzo, en Extremadura?

En Extremadura, el campo nos salva

En la finca La Orden (Cicytex) existe un gran edificio, sin utilidad actual, que podría dedicarse a centro de formación permanente para la especialización agraria de profesores de EGB, al mismo tiempo que convertirse en una residencia de escolares con el fin de que niños ‘urbanitas’ de Madrid, Barcelona, Bilbao, etc., desarrollaran durante tres o cuatro semanas al año programas educativos en un huerto escolar

josé del moral de la vega

Lunes, 2 de abril 2018, 23:51

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EN el campeonato de España entre Comunidades por alcanzar el mayor nivel de renta, Extremadura siempre va a la cola, y ello es así por el peso que tiene la agricultura en su economía, actividad que genera mucha menos riqueza que la industria o los servicios.

¿Y no hay nada que pueda despertar la esperanza de salir de esa situación?

Es incuestionable que Extremadura no puede dejar de mejorar su agricultura, aunque si se pretende aumentar la renta por el incremento de sus producciones seguirá anclada en el sector primario, precisamente el que define a las Comunidades menos ricas. No obstante, y aunque parezca paradójico, el mundo rural tiene un gran potencial industrial y de servicios, y ese mundo, en Extremadura, es inmenso.

Los antropólogos nos dicen que el combustible que mueve el progreso de la Humanidad está en los deseos, uno de los cuales es la comida, deseo que propicia el extraordinario desarrollo que tiene hoy la culinaria y la gastronomía, actividades indisolublemente unidas a la agricultura, cuya armonización en una determinada comunidad permite saltar del sector agrario al de los servicios. Afortunadamente, Extremadura posee los mimbres para hacer ese cesto. Ella tiene el agrosistema más valioso de todos los conocidos, la dehesa, en donde se produce el manjar considerado más exquisito: el jamón ibérico de bellota. Ese producto, al igual que hacen los gallegos con el marisco, debería ser el señuelo de Extremadura para convertirse en una potencia del turismo gastronómico, lo que exigiría, como medida ineludible, que la formación profesional en hostelería fuese prioritaria, de tal manera que de ahí surjan profesionales que inunden la región de bares y restaurantes con ofertas culinarias excelentes, profesionalizadas e imbatibles económicamente.

Actualmente asistimos a una auténtica revolución social derivada de la irrupción de la informática en casi todos los ámbitos de la Humanidad, fenómeno que está cambiando muchos de nuestros hábitos. Cada día es más frecuente comprobar cómo bastantes profesionales de la ingeniería, la arquitectura, el diseño, etc., realizan el trabajo en sus casas, alejados de su empresa gracias a la telemática. Si a ello se le añaden los crecientes problemas. de las grandes ciudades, es fácil comprender que muchos pueblos de las zonas rurales, dotados de un ambiente limpio y con modernas infraestructuras, estén siendo lugares donde esos profesionales eligen vivir, personas dotadas de juventud, dinamismo y alta cualificación profesional. Esto es una realidad incipiente, pero realidad, tal y como recoge la publicación de un gran debate realizado en la Autónoma de Barcelona. Ante este fenómeno favorable al progreso del mundo rural, Extremadura no debería esperar de brazos cruzados a su desarrollo, sino propiciar medidas que lo aceleren.

Es indiscutible que el progreso inmediato de Extremadura exige la transformación industrial de sus producciones agrícolas, el incremento del turismo, buenas comunicaciones, etc., pero si queremos que ese progreso sea permanente es necesario cambiar radicalmente el concepto peyorativo del mundo rural. Los jóvenes más capacitados y emprendedores huyen de este mundo no solo porque es el que menos resultados económicos produce, sino por su desconsideración social. En castellano, rural es una palabra análoga de rústico, rudo, zafio, patán, vulgar… y eso lo dice todo.

La economía afirma que el precio de las cosas está definido por el valor que se les da, según lo cual el mundo rural solo generará las mismas rentas que la industria y los servicios cuando tenga la misma consideración social, el mismo valor que se da a estos, y para ello parece necesario hacer pedagogía. Los colegios de Extremadura deberían tener todos, como aula, un huerto escolar donde los niños conocieran y practicaran labores elementales de agricultura y sus industrias: sembrar un pequeño semillero, recolectar unos frutos, recoger huevos, extraer aceite, elaborar conservas… no con la intención de que sean agricultores, sino para impregnarlos de las vivencias que surgen de ese mundo, lo valoren y lo promuevan.

En la finca La Orden (Cicytex) existe un gran edificio, sin utilidad actual, que podría dedicarse a centro de formación permanente para la especialización agraria de profesores de EGB, al mismo tiempo que convertirse en una residencia de escolares con el fin de que niños ‘urbanitas’ de Madrid, Barcelona, Bilbao, etcétera, desarrollaran durante tres o cuatro semanas al año programas educativos en un huerto escolar. Si esos niños, además de españoles, fueran de otros lugares de Europa, Extremadura podría convertirse en el lugar de referencia de la UE para que los niños de las comunidades industriales conocieran y valoraran las excelencias del mundo rural.

Aunque parezca paradójico, en Extremadura el campo nos puede salvar, pero para ello sería necesario que al tren de la agricultura le incorporemos las locomotoras de la creatividad y el entusiasmo.

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